LITERATURA Y SUEÑOS
Jorge Santana
ilustraciones de Arnold Böcklin
Es probable que el mundo de los sueños siga siendo el mundo de los sueños por toda la eternidad. Los sueños están en una parte de la vida que la literatura siempre ha rozado sin tocar en verdad. Los sueños no son imaginación en el sentido que el imaginar supone la voluntad. Esto no significa que las representaciones de sueños, desde la mitología hasta la literatura moderna, hayan fracasado; y no fracasan porque su reto es asimismo literario, y nunca onírico. Uno puede vivir en un país que los sueños engendraron; pero no al revés.
Quien escribe un sueño también dice de algún modo que ese sueño ya no existe como sueño. Algo así se parecería rebatirle a la realidad la literatura misma y, sobre todo, la de extrema ficción: no existir más que en las letras. Sin embargo, no hay obra cifrada en la fantasía que no se vea devorada por la verosimilitud de los reales actos cotidianos. De hecho, la ficción es ficción sólo a partir de tal verosimilitud; y, al final de cuentas, la realidad termina devorándola. Tal vez a eso se deba el fracaso de la literatura surrealista en cuanto a sueños respecta, y es que, por quedarse de parte de los sueños, descuidó su literaturidad, su inventiva. Y es que el arte de soñar sueños, si lo hubiera, nada tiene que ver con el arte de hacer arte.
Un sueño escrito, para valer la pena, tiene que ser literario. Por desgracia es así. Parecería, por ejemplo, que todo el sentir cinematográfico debiera ser experimentado siempre frente a la gran pantalla. Pero sabemos que no, que los sentimientos “como de cine” se tienen a toda hora y en todo lugar. Sin embargo, los sueños, no los que se dicen, sino los que se sueñan sueños, son algo deliciosamente inenarrable. Podría ser entonces que haya artistas sin obra; y sería cierto, artistas cuyo lienzo y escenario es su mente ante el siempre nuevo público de su corazón.