SINFONÍA PARA UN SABADOMINGO INQUIETO
No sé cuánto durarán mis euforias, estos desmedidos impulsos por hacer algo. Escribo esta noche de sábado a cambio de lo que quise (y aún quiero) hacer y no pude. La tarde fue como la de un domingo solitario… ¡maravilloso!, los días andan en desorden. Luego de no encontrar a nadie con quien charlar, nadie verdadero a quien ver sin sentir rellenar el tiempo, evité venir a casa y busqué un café no habitual. La luz del día era apagada y soplaba en el viento un silencio tristón. Enfrente había un pequeño cine y decidí entrar.
La vida no tiene coincidencias, tiene motivos que cambian su misterio por encuentros, desventuras y encantos que son después de todo eventos concretos. La película era La escafandra y la mariposa y trata de un hombre que a los cuarenta años queda completamente paralizado a excepción del ojo derecho, con cuyos guiños se comunica y “dicta” al fin un libro, un poético diario íntimo. El cine estaba solo y pude internarme en mi escafandra, ser en los sentimientos mi propia mariposa. Así, me puse a pensar dispersamente. En la penumbra anotaba frases en el celular y en papeles sueltos que encontraba en la mochila.
He estado conmovido e inclinado a dar vida a una obra. He tratado de serme franco y, en mi poca paciencia, sonrío al hecho de poder transformar esta energía en lo que sea, incluso en esta nota que me dicto en el taller de pintura oyendo música y tomando cerveza.
He llegado a casa inquieto a buscar guiones de cine en internet, a revisar la agenda y a colocar baterías en la cámara de foto, explorar entre la música nueva y escribir en la mesa de dibujo; he reconsiderado mi vida con lo que vi y sentí este día sin poder plasmar en imágenes reales: el indigente de la cuadra leyendo acostado en la banqueta con lentes de bibliotecario, las formas que tomó el agua de la fuente, el encuentro de una mujer que confundí, una idea de mujer casi como una medicina a la luz de esta ocasión en que he decidido embriagarme un poco, aunque sé que esta noche hay una fiesta a la que no iré de tanto presentir lo que será.
Y como en esas imágenes pendientes en mis telas, invoco en esta otra imagen mental un efecto poético, le guiño a Dios el ojo derecho desde este cuarto que es su silencio en el libro del momento. Siento el llanto buscarme y lo dejo entrar apenas. Los ojos se calientan. Lejos de cuanto traslucen mis palabras, estoy contento, con la sensación de no parar, de empezar algo concreto, ese guion de las metáforas que veo, película de los sentimientos, secuencia de euforias que es, en sí misma, obra.
Tengo varios pendientes. La semana pasada vi un zapato gigante —un promocional inflado a gas— sobre el techo de una iglesia colonial. La imagen es una sonrisa y tal vez no ha sido pescada en el aturdimiento de la ciudad. También sentado a bordo del metrobús, y aprovechando su altura sobre el nivel de la calle, me he abocado a voltear por encima, solamente hacia arriba mirando lo que hay en los últimos pisos de una avenida loca como Insurgentes, de punta a punta: hogueras clandestinas, una veleta francesa, algún gato ansioso, maniquíes y hasta un espantapájaros, gente desnuda o disfrazada, árboles de plástico, tanques con rostros pintados, humaredas. Presencias y soledades exquisitas.
Esta noche quiero prolongar la vigilia, hacer cosas grandes, cansarme y, una vez dormido, tener sueños eróticos… Es lo que hay de momento. Mis pinceles están secos y no quiero usarlos. La música se calla. Hay un insecto en la habitación, un zancudo. Me he puesto a perseguirlo hasta agitarme. Si me siento se acerca y si me levanto se va. Me ha picado ya en un brazo, en el otro, mis pasos retumban en el piso y la página se acaba.
Muy inquietante.