Sotele

SOPORTE, TEXTURA & LEYENDA:
LA ESCRITURA COMO CONCEPTO EN EL ARTE VISUAL CONTEMPORÁNEO

1 INTRODUCCIÓN

1. 1 Delimitación del campo

Esta investigación puede considerarse parte de los numerosos estudios realizados en aras de la imagen y la palabra. Lo que la anima es demostrar la preponderancia del fenómeno lingüístico al seno de manifestaciones artísticas visuales y contemporáneas que comparten la escritura como eje fundamental y que no tributan exclusivamente a contenidos literarios ni hermenéuticos, es decir, que no obedecen del todo a un aparato de significación ni a modelos demasiado interpretables. Su principal desafío es encontrar itinerarios de análisis que ayuden a vincular las distintas maneras de apreciar el arte, de identificar sus paradigmas y, sobre todo, de poder experimentarlo ante un momento histórico de intenso intercambio entre disciplinas, a las puertas de una nueva estética de carácter más bien social.
Con ello, revelaremos cómo las ópticas tradicionales bajo las que hasta hace unas décadas se solía valorar el arte se han ido desplazando por preceptos filosóficos y poéticos e incluso por maniobras completamente experimentales o generadas por máquinas; fenómenos que, pese su ruptura con la tradición, entrañan algún determinado tipo de crítica participativa, o bien, propician ciertas prácticas sensoriales que, lejos de intrincadas teorías, nos invitan a plantear juicios éticos para el actual mundo globalizado.
Nuestro discurso cobra su primer aliento a partir de cuatro reflexiones; dos de ellas recogidas de la escuela estructuralista, una más de la teoría del arte conceptual y la última de la teoría poética; estas sentencias, al reconocer la primacía del lenguaje en nuestros tiempos (ya sea a través de texto o a través de imágenes), fungen como preceptos capitales y perfilan las fronteras de nuestro campo.
En primer lugar, partimos de la idea foucaultiana de que la relación entre palabras e imágenes es una relación infinita . Esta poderosa afirmación nos servirá de parámetro lúcido y será una advertencia constante al momento de trazar los ejes de nuestro análisis y apuntalarlos teniendo en cuenta que, ante una potencialidad reflexiva sin límites, el mayor provecho estribará en generar redes de sentido que conecten situaciones precisas del arte y que, a su vez, puedan ubicarse en un solo horizonte deductivo, evitando así la parcialidad de tipologías aisladas.
En segundo lugar, destacamos el argumento con que Julia Kristeva reconoce las peculiaridades de la época presente cuando, tras hacer un somero compendio de los paradigmas históricos, refiere que si bien el humano ha atravesado los modelos que van del culto a un Dios omnipotente hasta al del Hombre mismo (escrito así, con mayúscula),
nuestra época lleva consigo una revolución no menos importante al eliminar todo culto, puesto que está cambiando el último, el del Hombre, por un sistema asequible para el análisis científico: el lenguaje . El hombre como lenguaje, el lenguaje en vez del hombre, esto podría ser el gesto desmitificador por excelencia, que introduciría la ciencia en la zona compleja e imprecisa de lo humano, ahí donde se suelen instalar las ideologías y las religiones .

En tercer lugar, consideramos de gran valor la tesis del artista y teórico norteamericano Joseph Kosuth para comprender “el espíritu” contemporáneo del arte, no sólo en términos de su relación con el arte precedente, sino por haber dejado claro su nuevo carácter autorreferencial, así como su función y compromiso con un nuevo sentido de estética:
Los artistas cuestionan la naturaleza del arte presentando proposiciones nuevas con respecto a la naturaleza del arte. Y para hacerlo, uno no puede preocuparse por el “lenguaje” heredado del arte tradicional, ya que dicha actividad está basada en el supuesto de que sólo hay una manera de enmarcar las propuestas artísticas. Pero la mera sustancia del arte está indudablemente relacionada con la “creación” de nuevas propuestas .

Por último, con el fin de suscitar debates provechosos de las teorías estructuralista y conceptual (construidas hace algunas décadas) con tesis mucho más recientes (centradas en los procesos del arte, y no tanto en la función del signo ni en los motivos o la intencionalidad de la expresión), hemos abrazado la postura del pensador alemán Hans Ulrich Gumbrecht, cuando, al sopesar la producción de conocimiento en las humanidades, sugiere que “podríamos concebir la experiencia estética como una oscilación (y a veces como una interferencia) entre «efectos de presencia» y «efectos de significado»” ; es decir, que el conocimiento humano, y con ello el arte, necesita ser revisado desde un marco de condiciones relativo, abierto a otras perspectivas que no sean los parámetros tradicionales de la interpretación, lo cual nos insta de muchas formas a contrarrestar la arraigada ideología de occidente (logocentrismo) con otras corrientes actuales, como el estudio de las “materialidades de la comunicación”; es decir, el reparo en “aquellos fenómenos y condiciones que contribuyen a la producción de significado, sin ser significado ellos mismos” . Así, el arte, como un sujeto sistémico, puede mostrar otras caras que no recaen sólo en la “composición” o en el preciosismo estilístico de una obra determinada, sino en el múltiple andamiaje en que se apoyan tanto las obras interconectadas, como los artistas, los espectadores y sus contextos.
Conviniendo con estas cuatro proposiciones, con las que dialogaremos en adelante, nos encontramos ahora ante la tarea de determinar cuál será el elemento del lenguaje que resulte suficientemente específico al momento de hacer un muestreo del arte actual, y poderlo observar con profundidad suficiente para construir nuestros cuestionamientos metodológicos.
Por un lado, teniendo en cuenta la primacía del giro lingüístico como el modelo contemporáneo de pensamiento, hemos adoptado la escritura como el fenómeno más conveniente de análisis para replantear algunas polémicas propias de la visualidad contemporánea, por ser tanto del ojo como del discurso en sí misma, y sobre todo por haber empezado a revelar el arte como un sistema de signos.
Por otro lado, si —tal como apuntaba Foucault— las correspondencias entre imágenes y palabras son en verdad ilimitadas, hemos de elegir entonces únicamente aquellas manifestaciones del arte que compartan la escritura como sostén de sus argumentos , retirando así la pertinencia a las que no resulten enteramente visuales (aunque no por ello carezcan de importancia en tanto a lenguajes, como ocurre con la palabra hablada, la música, la arquitectura y las artes performativas en general). Es entonces ésta una tesis acerca del lenguaje del arte, sobre todo, acerca de la escritura como expresión contemporánea, pero aún más particularmente, sobre el papel de la escritura en las artes que penden ópticamente del sentido.
Es así que la investigación versará particularmente sobre el arte conceptual, por ser el fenómeno más ajustado a las pautas de la Historia del arte, campo bajo el que este proyecto se cierne. No obstante, y a modo de procurar continuamente la utilidad de otras compañías disciplinares en que confluye el mismo fenómeno, acudiremos a la comparación de este campo con otros dos, cuyos ejemplos esclarezcan cómo opera el conceptualismo en el arte, ampliando así su reconocimiento en un mismo caso teórico.
A tales efectos se consideró cardinales la poesía visual y la poesía del lenguaje. Dadas sus posibilidades de entablar discusiones en los procesos de la escritura y el arte visual en general, este par de perspectivas artísticas demostrará, a lo largo de nuestro texto, lo difícil que es hablar de arte actual sin tener en cuenta la asamblea entre los medios, y sin considerar que eso que, en este caso, solemos llamar “disciplinas” no es sino una fusión de expresiones dentro del idioma de la visualidad, que empieza a demarcar la forma de concebir el arte. Sirvan estas perspectivas a favor de un coloquio para este lenguaje .
Conscientes pues de añadir al tema del arte conceptual este último par de sujetos de diálogo, no pretendemos añadir un nivel innecesario de complejidad a nuestro análisis; sino, todo lo contrario, llevar el tema del arte justo hacia las consideraciones relegadas habitualmente de la atención investigativa, como los aspectos sensorial, objetual e multifacético de la estética en contraste con la constante labor de la exégesis y su inmemorial necesidad de interpretación estimada en los ambientes doctos; circunstancia cuya secuela es la escasa preocupación por el ámbito formal e incluso físico y sensorial de las obras, de sus poéticas perceptuales que —como en el caso de la música— no se cifran del todo dentro de los significados ni en el ejercicio intelectual, sino en la mediación de la presencia, de la interacción obra-espectador y de los sentidos; apreciación con la que recordamos a Susang Sontag cuando a medio siglo de distancia, en su ensayo Contra la interpretación, nos señala una misión parcialmente cumplida en nuestros días: “reducir el contenido de modo de poder ver en detalle el objeto” .
No por esto nuestro reto será superficial; no al menos desde el momento en que hemos elegido ejercer un debate con la expresión intelectual por antonomasia de la cultura, que es sin duda la palabra escrita. No pocas, pues, serán las contrariedades y paradojas con que nos toparemos en el camino, sobre todo si consideramos que este documento, de carácter analítico, pretende criticar los dilemas de las palabras desde las palabras mismas.
Así, reforzaremos los ejemplos formales y destinaremos nuestra curiosidad a lo que, considerado incuestionablemente como conceptual, deriva muchas veces de la experimentación no erudita y de la búsqueda de nuevas estructuras y efectos. Tales son algunos de los actuales aliados del arte: el azar, el golpe de vista, la multi-sensorialidad, la convivencia de lenguajes, la participación social, y, en general, todo lo que convierte a las ideas en miradas y viceversa.

 

1. 2 Itinerarios de análisis

Para abrirnos paso decididamente con una analogía de visualidad en nuestro modelo de investigación, situaremos el fenómeno de la escritura como el eje horizontal que atravesará el espacio vertical conformado por el arte de concepto (y en algunas ocasiones por sus correspondencias con la poesía visual y la poesía del lenguaje).
En cuanto a los itinerarios de análisis por emprender, por un lado, encontramos que si bien los estudios estructuralistas, concebidos como una filosofía para el lenguaje, fueron los primeros en tratar los problemas de éste desde un sistema formalista, y que, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, se mostraron los más indicados al momento de atender cuestiones propias del signo lingüístico; por otro lado, también advertimos que, no pocas ocasiones, el legado de esta perspectiva crítica ha sido discutido y reformulado desde otras metodologías más actuales y específicas, herederas a su vez de diversas posturas teóricas y de enfoques filosóficos alternativos, en los que tanto las ciencias sociales, como las ciencias duras coexisten activamente, de modo que al cosmos del signo le sea dado cobrar profundidad tanto en los aspectos sociopolíticos (relativos, por ejemplo, a la cultura y la educación, al activismo y a la Historia), como en los materiales (relativos, por ejemplo, a la óptica y la sensorialidad, a los soportes y la disposición física), ampliando así los alcances argumentativos de la teoría estética que, en tantas ocasiones, podemos entender como hechos de comunicación, y aun más si consideramos que la escritura es uno de sus instrumentos principales :
Es por estas razones que se ha resuelto abrir el marco teórico propio de la Historia del arte y de las posturas estructuralistas para conjugarlas con enfoques metodológicos afines tales como:

• los estudios de cultura visual ,
• las teorías de producción de presencia ,
• las perspectivas de intermedialidad y las materialidades literarias ,
además de
• otros aspectos propios de la textualidad, como son la écfrasis y la poética .

Así, una vez tendidos tales hilos conductores, habremos mirado la escritura como un aparato de sentido con sus justos grados de independencia y de interconectividad; es decir, de cuándo el efecto de lo escrito recae en sus contenidos ostensiblemente verbales, o cuándo se nutre más por lo que su propia esencia óptica determina; y he ahí la vastedad del texto y contexto de las palabras: dónde, para qué y, sobre todo, cómo se las escribe y en qué momento su pretensión deja de ser literaria o dogmática para abrazar un conceptualismo social en cuyo espacio la visión se vuelve un hecho prácticamente imperativo .
Aprenderemos, además, a leer “la palabra borrada”, esos signos que dejan las huellas de los signos , bajo la miopía que hace un lenguaje de las imágenes inacabadas o fantasmales, ahí adonde la inquisición de la vista no llega pero lleva de la mano a la percepción, a la sospecha, y las dirige al encuentro del sentido, de las expresiones más inusitadas, y por ello atractivas, desde las marcas de un paso dudosamente humano hasta las anotaciones junto a un margen y la firma de nadie; esa sintaxis de un conocimiento para cuya gramática todo parece vacante: imágenes y cosas; todo apto como si pretendiéramos devolver una respuesta al trazo de las nubes en el mudo azul del cielo, o bien, como si nos adosáramos al otro sentido con que ese azul no es en realidad mudo, y sí otra clase de escritura que hace que cuanto creímos vacío se vuelva —como la danza de la palabra y la imagen— un infinito; pero no un infinito cualquiera, sino uno que soporte el arte, pero tampoco un arte cualquiera, sino el experimentado en lo impredecible de sus posibilidades, a saber aquí, en los dominios de la mirada; como cuando ver, leer y sentir integran una sola disposición hacia el arte , y bajo ella se tiene ese orden que, a pesar del paso de paradigmas, exige del arte y del artista la emancipación de lo que dictan las tradiciones.

 

 

2 CONTEXTO CULTURAL: Un marco para el lenguaje y un lenguaje para la imagen (estado del arte)

 

 

2.1 El giro lingüístico

Para comprender la visualidad de nuestros días es necesario antes apreciar cómo la cultura en general fue tocada por el lenguaje, mismo que, por supuesto, hizo de la visualidad “el lenguaje de las imágenes”. Así, en este capítulo observaremos de qué manera, desatada hace aproximadamente medio siglo, una influencia tan grande como el desarrollo tecnológico afectó de modo directo los modelos históricos de pensamiento, pero no sólo en el plano visual y en la comunicación cotidiana, sino en el más amplio sentido, en el arte, la literatura y la filosofía.
Una de las maneras de abordar este dilema ontológico, que atañe nuestra propia subjetividad humana , es asomarse con atención a las palabras que quizás demuestren más lúcidamente el reflejo de este giro en la historia del conocimiento. Se trata de un breve pasaje de De la gramatología, escrito hace algunas décadas por Jacques Derrida; nada mejor para compendiar la influencia y la hegemonía del lenguaje en nuestros días:
El problema del lenguaje, cualquiera que sea lo que se piense al respecto, nunca fue por cierto un problema entre otros. Empero nunca como en la actualidad ocupó como tal el horizonte mundial de las investigaciones más diversas y de los discursos más heterogéneos por su intención, su método y su ideología. Lo prueba la misma devaluación de la palabra “lenguaje”, todo aquello que, por el crédito que se le concede, denuncia la cobardía del vocabulario, la tentación de seducir sin esfuerzo, el pasivo abandono a la moda, la conciencia de vanguardia, vale decir la ignorancia. Esta inflación del signo “lenguaje” es la inflación del signo mismo, la inflación absoluta, la inflación como tal. No obstante, por medio de una cara o de una sombra de sí misma, funciona aún como signo; esta crisis también es un síntoma. Indica, como a pesar suyo, que una época histórico-metafísica debe determinar finalmente como lenguaje la totalidad de su horizonte problemático .

Pero, ¿cómo es que revelaciones y casi predicciones como estas del filósofo francés se cumplieron efectivamente hasta delimitar una de las epistemes principales y que perduran aún tan vivas en nuestra contemporaneidad?, ¿de dónde proceden tal devaluación y tal crisis?
Richard Rorty, pensador estadounidense que en la década de los 60 introdujera el concepto de giro lingüístico a la teoría social, nos habla de esta ineficacia histórica con que la filosofía y, en general, todas las disciplinas del conocimiento habían venido sepultando cada corriente precedente bajo las severidades críticas de la óptica en turno. “Ante esta situación uno se siente tentado de definir la filosofía como la disciplina en la que se busca el conocimiento pero sólo se pueden encontrar opiniones” . Es decir que la filosofía, a través de la historia, se había mantenido pronunciándose por un aliento científico, entendido en el sentido de ciencias exactas (matemáticas, física, química, etc.), pero que al final siempre acababa en un cientificismo que, curiosamente, lindaba con el riesgo de abrazar posturas mentalistas en las que las perspectivas humanas como la fenomenología y la subjetividad se veían marginadas por el método comprobatorio, ese por el que la ciencia siempre se ha inclinado .
Así, anota Rorty, todos “los intentos de reemplazar la opinión por el conocimiento se ven siempre frustrados por el hecho de que lo que cuenta como conocimiento filosófico ello mismo parece ser objeto de opinión” . Esto, grosso modo, significa que toda área del saber humano que precise lenguaje para expresarse se halla constantemente expuesta a ser tocada por los problemas y los paradigmas propios de ese lenguaje con que se la expresa. Y si bien, por ejemplo, la escritura de la célebre locución cartesiana “pienso, luego existo”, a pesar de su trascendencia universal, no está exenta de ambigüedad o de disquisiciones en su interpretación; no ocurre así con la escritura de una fórmula, química o física, articulada igualmente con lenguaje, pero en la que sus símbolos son referentes de factores absolutos, como E=mc2, (CH3)3CH, 17+26=43, H2O, etc.
Pero esta paradoja evidente, producto de la insuficiencia o la intermitencia entre lenguaje y filosofía (que antecede a la célebre máxima mcluhana de 1975: “el medio es el mensaje” ), había sido ya denunciada hacía al menos tres décadas por el filósofo Ludwig Wittgenstein, desde las instancias metódicas que integran su Tractatus Logico-Philosophicus y en cuya introducción ya se advertía, no sin rigor, que “todo aquello que puede ser dicho, puede decirse con claridad: y de lo que no se puede hablar, mejor es callarse” .
Ante aseveraciones como éstas, nos vemos impelidos a cuestionar qué tanto de esa inefabilidad, o sea, de todo lo que no puede decirse o representarse con palabras, atañe también a las artes y en especial a las que parecerían estar un tanto alejadas sensorialmente del lenguaje, como las artes visuales o espaciales.
¿Qué tanto estas consideraciones sin precedente del lenguaje tocan los discursos críticos y estéticos que viven en torno a estas disciplinas? ¿Qué ocurre entonces con lo que se conoce coloquialmente como “lenguaje plástico” y “lenguaje metafórico”? En suma: ¿hasta qué punto este pronunciamiento por un lenguaje, cercano a la perfección de los discursos, no hizo sino comenzar a revelar una especie de poética y de arbitrio del lenguaje mismo que, si bien por un lado, no puede abandonar la función de dar voz a la ciencia, se halla en constante metamorfosis tanto de significación como en relación con las imágenes mismas?
Considérese, en la popular pintura de Magritte Ceci n’est pas une pipe (Esto no es una pipa) la posibilidad de “entender” cada uno de los dos elementos esenciales de la composición (imagen y texto) enteramente como lenguajes: el lenguaje de las palabras y el de las imágenes, situación estética que Michel Foucault describió como un juego de múltiples desconciertos e incertidumbres. “Lo que desconcierta es que resulta inevitable relacionar el texto con el dibujo (a lo cual nos invitan el demostrativo, el sentido de la palabra pipa, el parecido con la imagen), y que es imposible definir el plan que permita decir que la aserción es verdadera, falsa, contradictoria” . Tal era seguramente una de las propuestas para el arte al momento de reconocer eso que Magritte dispuso bajo el nombre general de La traición de las imágenes : por un lado, esta insuficiencia de que hemos hablado en el campo de las palabras y, por otro —en contraste— esta preeminencia de la semántica de las imágenes que las conducía, cada vez con más derechos, al mundo del conocimiento y, en gran medida, al de la significación.
La ‘insuficiencia-preeminencia’ será en adelante una característica de este incipiente lenguaje del arte, un lenguaje que emerge ya no desde la certidumbre de la ciencia ni de la vaguedad de las imágenes; sino desde la inefabilidad de las cosas o de su “voz” cambiante, desde la intermitencia de su azar y su error, es decir, de sus verdaderos rasgos humanos, adonde tantas veces el lenguaje no tiene respuestas sino efectos; no es interpretable, sino por completo ambiguo y emocional, tal como ocurre con el dicho popular: “¿me creerías si te digo que siempre miento?”

 

Desde esa perspectiva, no es difícil considerar el conocimiento mismo como un amplio conjunto de “textos” o de todo lo que, con sus vaguedades y múltiples interpretaciones, se ha venido entendiendo como discurso; téngase en cuenta, por ejemplo, algunas fórmulas lingüísticas y habituales de significación como: “discurso teórico”, “palabra de honor”, “literatura médica”, “jerga filosófica”, “argot del arte”, “idioma corporal”, “lenguaje animal”, “libro de texto”, “sintaxis de la imagen”, “traducción de formatos”, “código genético”, “individuo de palabra”, “querer decir”, “decir lo que no se quiso decir” y, en general, todo eso que, siendo parte del lenguaje mismo, se ocupa en las expresiones de muchas disciplinas y campos del conocimiento, sin que por ello tenga que abandonar lo relativo e inexacto en que se muestran sus contenidos. Digamos que todas estas expresiones, no son otra cosa sino “préstamos” de expresión del cosmos mismo del lenguaje a muchos de los ámbitos generales de comunicación, incluyendo por supuesto, la vida cotidiana.
Sin embargo, que estos nuevos modelos lingüísticos vayan siendo abrazados poco a poco por las ideas actuales supone un proceso cuya decantación no se da inmediata ni uniformemente. Y, como veremos más adelante, el someter el conocimiento a modelos basados en el lenguaje nos lleva a una marginación de la imagen, en especial cuando esta es prácticamente no-discursiva, sino abocada a sus cualidades físicas, ya sea en el ámbito material o de la forma .
De hecho, uno de los principales obstáculos para entender a fondo en qué estriba el fenómeno del giro lingüístico es creer que, cada vez que hablamos de lenguaje (o de lingüística), estamos hablando exclusivamente de las palabras, o con más precisión, de la lengua hablada. Sin embargo, el fenómeno del giro lingüístico atañe todas las manifestaciones del conocimiento siempre que estas sean concebidas como lenguajes; es decir, algo representable en signos o significados, como cuando, corrientemente, se dice que el color rojo significa calor, mientras que el azul representa el frío; que el saludo es cordialidad y señalar con el dedo es grosería, o que, en la música, la melancolía se construye con notas graves y espaciadas, etc.
Por lo que respecta a esta insuficiencia en la escritura, Roland Barthes había advertido también que si bien el lenguaje ha sido siempre “el ser de la literatura” y la literatura ha sido lo único que ha asumido la responsabilidad hacia el lenguaje, queda hasta ahora un tanto de lado todo aquello que, aunque necesite del lenguaje, no se halla dentro de éste. Tal es el caso del mundo de las imágenes .
Como nos habremos dado cuenta hasta ahora, tanto los términos como eso que designan son engañosos. Ya Giorgio Agamben repara justo en la importancia que, para los estudios críticos, guarda el vocabulario con que se refieren los fenómenos: “las cuestiones terminológicas son importantes (…). La terminología es el momento poético del pensamiento ”. Para el filósofo italiano, esta consideración no estriba en la agobiante tarea de definir los vocablos especiales que uno emplea, sino en tener la oportunidad de prolongar sus significados enriqueciéndolos a la vez que se determinan sus contextos y se identifica cuáles son los límites de estos .
En los casos de ‘la imagen’ y de ‘el lenguaje’, encontraremos un especial juego de significaciones que da a sus vocablos, formas o apariencias una vida continua de conceptos que se entrelazan o repelen de pronto, pareciendo a un tiempo contrarios y equivalentes. Esto se debe a que las palabras, por más que queramos creer lo contrario, nunca fungen como entes pasivos y, por más absoluto que nos parezca un término, este mostrará “una fuga” notable de significado hacia un punto que estará siempre “fuera del control” de cuanto queremos hacerlo representar. Por tratarse de un símbolo, toda palabra es cambiante. Igualmente, cada que una imagen devenga símbolo, lo será también.
Esto es muy fácil de entender si meditamos en que ‘el significado’ de algo es justamente una dualidad, pero nunca una igualdad. Incluso el nombre de alguien es, al menos, ambivalente de acuerdo al contexto en que se lo vea o en el que se lo quiera traducir. Aun así no es lo mismo el nombre que la firma, que el alias y que el seudónimo. Digamos que incluso el nombre entra en el juego de esa cuerda floja. Entre decir y nombrar el nombre es algo en el lenguaje que parece reclamar una fuga. Aunque, como lenguaje y más allá de su posible sentido etimológico, el nombre no ‘significa’ del todo. Ya Hans Gadamer señalaba que “el nombre es siempre, por así decir, el punto negativo de la traducción, esto es, de la posibilidad de separar el decir de lo dicho. Pero qué otra cosa es el nombre sino la última solidificación en que la existencia obedece a sí misma” .
Pero aun bajo todas estas posibilidades, las palabras que significan cosas u otras palabras; o bien, las cosas que significan palabras u otras cosas, no dejan de ser lo que son por tal hecho de significar algo más; a pesar de que eso que “realmente sean” (sonidos o dibujos) se vea modificado continuamente ante nuestra percepción por haberle atribuido un significado arbitrario. O sea, que su carga simbólica define su entidad. Digamos que un cuadro no deja de ser una pintura por ser también un cuadrado. Su orquestación de significados no disminuye su identidad; a lo mucho la compromete o la ridiculiza. En uno de sus aforismos, ya el ingenioso Lichtenberg señalaba, por ejemplo, que “el asno es asno en tanto más ridículo por parecerse al caballo, pero el caballo no se ridiculiza por el asno” .
Ejemplifiquemos tal ambivalencia de lenguajes (tanto visual como textual) en el cúmulo de piezas que, en carácter de apropiaciones, se sucedieron al original de la famosa obra Love (Amor), de Robert Indiana, realizada en 1964 -1966, asociada al movimiento pop y reproducida ahora en tantos contextos y lugares, como las calles de Nueva York. Notemos en ellas (ordenadas cronológicamente) sus sátiras y diversidad de significados. Por un lado, hallaremos deformaciones y adulteraciones matéricas de la pieza (alfabetos corporales, aplastamiento, tubos de luz neón) y, por otro, variaciones de la palabra ‘amor’ por términos como “mierda”, “joder”, “sida”, “lujuria”, “odio”, “pornografía”, entre otros. Hecho con el que, según estudiaremos a su tiempo, se da un paso del pop hacia el conceptualismo; pues si bien la primera obra se circunscribía o cabía bien en su mensaje (Love), las obras subsecuentes, significan sólo por adición, y ya se que digan “odio” o “mierda”, no dejarán, por cuanto el original las soporta, de significar también ‘amor’. En ese sentido, es posible entender también el arte conceptual como un diálogo con el arte anterior, o sería mejor decir, como una respuesta lingüística a las preguntas mudas en que la estética formal fue el ladrillo de construcción del arte tradicional, como ahora lo es el lenguaje para el arte de nuestros días.

En cuanto a la escritura como concepto per se, podemos esbozar ahora una tabla en la que siga su desdoblamiento binario durante tres niveles de vocablos sucesivos, a partir de su primera derivación en: 1) estar hecha de palabras y 2) desprender una imagen visual. Hay que considerar entonces que tal ramificación, aunque efectiva, es arbitraria y podría extenderse y ser prácticamente inabarcable, pues un concepto puede imantar no sólo a dos, sino a muchos más. También téngase en cuenta la utilidad de este modesto tipo de ejercicios, cuando aún más adelante llegue el momento de plantear nuestro dispositivo metodológico.

 

De acuerdo con la teoría derridiana de la différance, una de las características trascendentales de cómo opera el sistema del lenguaje es por los campos contextuales en que cada signo se circunscribe. Esta distancia-cercanía se constituye a partir del alcance con que los elementos se envuelven en sus posibles y distintas situaciones.
Así, volviendo al ejemplo inicial de Magritte y tras reconocer en éste el signo lingüístico, ofrezcamos ahora tan sólo un ejemplo más de las miles de parodias u homenajes hechos en torno a esta obra, en este caso, una variación hecha por el diseñador catalán Philip Mondrian. A pesar de que no resulta una imagen muy novedosa si la apreciamos entre el abundante conjunto de obras similares, al menos sí podemos distinguir en ella algunas funciones de tal signo como: imagen visual / representación formal, mensaje verbal / mensaje paródico, concepto / restauración del concepto. Estas funciones en un mismo todo no son, bajo la óptica de pensadores como Derrida, sino un juego de aparejamientos. Sobre todo si tenemos en cuenta que, para él, “la diferencia no es una identidad, ni es la diferencia entre dos identidades. Diferencia es diferencia diferida (en francés, el mismo verbo ‘différer’ significa tanto ‘diferenciarse’ como ‘diferir’). Différance nos alerta sobre una serie de términos que son prominentes en la obra de Derrida, cuya estructura es inexorablemente doble: “fármaco” (tanto veneno como antídoto); “suplemento” (tanto lo sobrante como adición necesaria)” .

Esta doble naturaleza del lenguaje es justo lo que hace que podamos concebirlo como un sistema no estancado y sí más bien vivo.
Para este tipo de planteamiento estético y contemporáneo, no es la cualidad representativa o de identidad lo que otorga valor a la obra, sino la riqueza que ésta pueda hallar en el entramado de sus lenguajes y significaciones (imágenes y palabras), para la que las nociones de bello y no-bello, o de correcto e incorrecto, son estériles, incluso si, como hemos visto, la obra no nos parece estéticamente agradable.
Así, en cuanto a la terminología crítica, igualmente resulta en extremo difícil desplazarse discursivamente usando los conceptos de arte, ‘bien’ o ‘mal’ hecho, de arte ‘correcto’ o ‘incorrecto’; pues si, por un lado, son los contextos los que determinan el ámbito de un término (y sus distancias y cercanías con los demás); por otro, es imposible que estos contextos no se desplacen en el tiempo. De modo que, por ejemplo, cuando el concepto ‘arte’ significa exclusivamente ‘arte visual’, ha de tenerse en cuenta la situación que espacio-temporalmente lo determina.
Piénsese en las numerosas circunstancias que conceptos como ‘arte’, ‘imagen’ y ‘literatura’ se presentan con significados distintos. Reparemos en algunas construcciones convenidas socialmente en ello:
• “ARTE, literatura y música” (entendido como arte visual y por exclusión del conjunto de las otras artes, de la forma que se aprecia en “artista y escritor”, o “libros de arte”, “arte y artesanía”, etc.),
• “IMAGEN y palabra” (imagen entendida asimismo como visual y por desplazamiento de “imagen verbal”, “imagen mental”, “imagen auditiva”, etc.),
• “ARTISTA” (es sabido que popularmente en nuestro país esta palabra suele atribuirse a cantantes o actores de la televisión).
• “LITERATURA médica” (entendida como los textos de medicina) .

Así, de acuerdo con estas teorías lingüísticas actuales, un término es posible de definir fenomenológicamente dentro de los límites de un contexto, aunque el contexto mismo sea algo que se circunscribe en un ámbito casi ilimitado. En cuanto al arte visual se refiere, para Joseph Kosuth aclarar esta dualidad ontológica es una condición vital para acceder al conceptualismo y no quedarse con la idea de un arte que no responde las necesidades contemporáneas. Por un lado, en cuanto a la noción ya caduca para el teórico y artista estadounidense, “el arte y la crítica formalista aceptan, como definición del arte, aquella que existe sólo sobre bases morfológicas. […Por lo que] la dependencia que tiene la crítica formalista con la morfología la conduce necesariamente y de manera subjetiva hacia la morfología del arte tradicional” . Mientras que, considerando la defensa de su propio y vigente concepto de arte, Kosuth subraya que la naturaleza del arte ha cambiado y que esta “pasó de un cuestionamiento morfológico a un cuestionamiento de función. Este cambio –que va de la «apariencia» a la «concepción»—fue el comienzo del arte «moderno» y el comienzo del arte «conceptual». Todo el arte (después de Duchamp) es conceptual (en su naturaleza) porque el arte existe sólo conceptualmente” .
Para Kosuth esta diferencia es elemental, pues el arte ya no es posible en nuestros tiempos si este no incorpora de manera lúcida un concepto, y con ello nos referimos a un acto auto-definitorio, justo a una determinación de lo que el arte mismo debe ser. No hay que olvidar, dicho sea de paso, que según una de las visiones hegelianas que han llegado con vigencia a nuestros días, toda concepción ontológica —toda noción del ser— dada por el propio ser (el arte, en este caso) es negativa en tanto que para definirse ha de separarse (negar) su propia esencia. Para Hegel la percepción se da a partir de la negación, pues ésta es su esencia junto con la diferencia y la multiplicidad . Es así como la autodefinición del arte es también una auto-negación .
Si, como hemos visto, el concepto de “diferencia” es derivado, en efecto, por la oposición simbólica; esta misma distinción, como fenómeno, no es del todo inocua. “En el léxico de Derrida, eso se llama una oposición binaria. Nuestro pensamiento está lleno de ellas: hombre/mujer, espíritu/naturaleza, mente/cuerpo, sano/loco, habla/escritura, etc. Lo que siempre pasa es que un lado de la oposición es favorecido y el otro marginado” . Así es como lo ‘correcto’ o ‘incorrecto’ con que se puedan suscribir los giros sean visuales o legibles (audibles, táctiles, etc.) no opera como herramientas críticas dentro del fenómeno del lenguaje, pues no permiten ningún rango entre el favorecimiento y la estrechez. De hecho, esta oposición binaria planteada por Derrida no hace más que romper la propia estructura binaria en una multiplicidad de conceptos, cuya genealogía ya no sería simétrica.
Entonces es viable pensar que el fenómeno de la escritura , al supeditarse técnicamente a la visualidad , entraña un enorme potencial de contextos bajo los que pueden analizarse siempre que se tenga en cuenta su oposición binaria. En el caso de la escritura, de modo semejante al cuadro anterior, podemos encontrar la oposición de ‘óptica’ y ‘legibilidad’; es decir, las dos tendencias que contrastan entre sus maneras visuales: una de tener que ser mirada y, otra de tener que ser descifrada como código. A estas dos funciones las llamaremos principalmente ‘cualidad óptica’ y ‘cualidad gráfica’. Aunque también se puede considerar oposiciones equivalentes de acuerdo a la siguiente tabla que hemos ideado de modo exprofeso.
Acorde a nuestra propuesta, estos preceptos adoptan la cualidad de favorecimiento (positividades) o de marginación (negatividades) en relación a la singularidad que muestre cada contexto. A modo de desarrollar más tarde taxonomías del fenómeno de la escritura útiles a la presente teoría, ofrecemos como adelanto otro breve cuadro.

ESCRITURA
óptica gráfica/verbal
perceptible legible
plástica inteligible
inmediata temporal
intraducible traducible
difícilmente codificable fácilmente codificable

Observemos a tal respecto los siguientes ejemplos del artista norteamericano contemporáneo Mel Bochner. Cada una de estas obras se identifica con el título de Blah, blah, blah. Si se las tiene en cuenta bajo el sistema de oposición del que hablamos, notaremos, en efecto, que en todas se encuentran las modalidades ópticas y de código. No sólo la sílaba ‘blah’ (bla), repetida una y otra vez deja ver por un instante la “textura del lenguaje”; también la revela el mismo uso del código óptico: chorreos de pintura, tramos inacabados, “ruido” en la superposición de las formas, azar de la composición y de la diversidad cromática.

 

Circunscrita en muchas ocasiones sobre los soportes del arte tradicional (pintura, pinceladas; marcos, lienzos, pedestales; museos, galerías, etc.), esta “danza” entre lo óptico y lo gráfico hace posible el arte de nuestros días. La escritura de concepto radica entonces en qué tanto la instancia de la imagen define la instancia de las palabras y qué tanto se juega con eso que se creía lenguajes preestablecidos, ya de la forma, el espacio y el color, ya de la sintaxis, la ontología y la descripción.

 

2.2 El giro visual

“Ver me cuesta abrir los ojos a cuanto no quisiera ver” , reza una de las numerosas voces del poeta argentino Antonio Porchia. A medio siglo de haber sido acuñada, esta sentencia se antoja vigente, y es posible que aún más ahora. Como iremos observando, la conciencia que habita en esta clase de revelaciones abre la puerta a ciertos dilemas que ocupan al arte visual y eso que en él hay de decible, de refutable y, sobre todo, de paradigmático en tanto a su condición de ser en esencia visible aun antes que meramente estético o digno de disfrute, de manera semejante a como la música se postra ante el sonido, la poesía ante el lenguaje, o la escultura ante los objetos (como podemos ver en esta tabla de desplazamientos).

 

Ver me cuesta abrir los ojos a cuanto no quisiera ver. La frase, completa en sí misma, es tan sucinta que, más que alcanzar a cifrar un placer literario, nos sorprende en una reconsideración filosófica de cuanto vemos cotidianamente y de las consecuencias de ello: encender el televisor y mirar lo mismo documentales de la naturaleza que masacres bélicas y, en lo que respecta al arte, asistir a un museo de arte contemporáneo y salir de él indiferentes e “indemnes”, en ocasiones incluso irritados, sin disfrute ni comprensión de cuanto ahí se dispuso . En este sentido, una frase, si se la considera a fondo, es suficiente para plantear la mirada de otro modo, a saber aquí, como el placer de un don, al mismo tiempo que como el ancla de un pesar.

ARTE

CLÁSICO-NEOCLÁSICO
estética: mimética,
figurativa, (virtuosismo)
MODERNO
estética: morfológica,
sintética, (abstraccionismo)

CONTEMPORÁNEO
estética: ético-moral,
ideológica (conceptualismo)

 

En lo tocante al precio —o pago— que tácitamente ocupa el meollo de la frase al momento de enunciar: “me cuesta”, ¿qué es lo que el escritor querrá decir con eso? ¿Es en efecto la mirada un don (el de “abrir los ojos y ver”) además de un impuesto (“ver lo que no quisiera ver”)? ¿Puede ser la manera de mirar o la conciencia de la mirada un tipo de arte en sí mismo?… Y si esto es cierto: ¿lo ha resultado así siempre? ¿Ha sido en verdad el tema de la mirada una concernencia significativa en la Historia? Y, por último, ¿son la escritura y la lectura procesos análogos a éste de la mirada, y en consecuencia, podamos reaccionar a ella con un acogimiento o un rechazo instantáneos? ¿Es entonces la escritura también un placer y el pago de un precio?
Cada época y cada cultura suponen una exclusiva visión del mundo y, con ello, del arte. ¿Cuánto del arte visual actual podría plantearse como un dilema propio de la mirada y no ya como una cuestión a propósito de la belleza o del placer de la vista depositado por un artista en tal o cual objeto recogido más tarde por un espectador?; es decir, ¿cuánto del arte actual parecería avenirse más con “qué tanto cuesta ver lo que se ve” que con “el don de abrir los ojos”? Y es que “en esta espiral de imaginería, ver es más importante que creer” .
Pero antes de contestarnos estas preguntas, repasemos brevemente el contexto en que preocupaciones así pueden ser planteadas en nuestro presente.
En su Introducción a la cultura visual, Nicholas Mirzoeff, uno de los principales estudiosos de la imagen y la cotidianidad contemporáneas, nos hace reflexionar en el rumbo que el fenómeno de la mirada en occidente ha tomado en nuestros días ante la progresión de las nuevas tecnologías. De acuerdo con su colega W. J. T. Mitchell (cuyas perspectivas analizaremos a detalle en el apartado siguiente), Mirzoeff está convencido de que la aparición de esta nueva forma de apreciar la cultura es la responsable de lo que ahora se conoce por Teoría de la imagen, “según la cual algunos aspectos de la ciencia y la filosofía occidental han adoptado una visión del mundo más gráfica y menos textual. Si esto es así, supone un importante desafío a la noción del mundo como un texto escrito que dominaba con gran fuerza el debate intelectual tras los movimientos lingüísticos como el estructuralismo y el post-estructuralismo” .
Esto no significa que los sentidos a excepción del ojo no participen de las experiencias tal como lo han hecho a lo largo de la Historia; sino que la propia percepción del mundo se ha vuelto más una imagen que un discurso verbal, entendido este último como el conjunto de los dogmas tradicionales en que se apoyaban la moral, el arte y, desde luego, la comunicación de las experiencias.
La escritura, tal como la analizamos aquí, en su relación con la estética (a modo de imagen, de rápida lectura, y no bajo la grandilocuencia de albergar un texto fundador) pertenece ante todo a un escenario visual; pues la palabra escrita, antes de ser dogma, es meramente imagen, visualidad que va destacando la mirada misma como agente receptor y también emisor de mensajes, y que no por ello abandona sus características formales, como la espacialidad, el color, el movimiento: ¿y qué cosa habría, junto con la mirada, más del ojo que esto?
Algunos autores, como Arthur Danto o Régis Debray, destacan esta preeminencia actual de la mirada como un paradójico retorno de las imágenes primigenias a nuestro mundo globalizado, en cierta forma desnudas de la petulancia del estatus histórico del arte y de su conocimiento erudito; viaje trans-histórico de la imagen entre cuyos puntos de llegada y de partida localizamos el grueso de la Historia del arte. “La «escritura» se encuentra, no casualmente, en ese punto de unión entre el lenguaje y la visión cuyo epítome sería la figura del jeroglífico, la «palabra pintada» o el lenguaje visible del habla gestual que precede a la expresión vocal” .
Para estudiosos contemporáneos de la imagen como es el filósofo francés François Dagognet, la preponderancia de la visualidad sobre la cultura del texto se debe a que, por encima de éste, la imagen se beneficia inicialmente en varios ámbitos: “su instantaneidad, su volumen, su irradiación. Contiene a menudo lo que excede. El relato o la descripción —incluso la explicación— es lineal, fragmentado, sucesivo. Es un escorzado sinuoso puesto que un largo intervalo separa el comienzo del fin que expone” , además de depender de convenciones restrictivas como las cuestiones idiomáticas entre las culturas, así como el tiempo que se dispone para su lectura, etc.
No obstante, el asunto de la confluencia visual en la época contemporánea se vuelve más sencillo de comprender si, por un lado, sopesamos rápidamente el desmedido incremento (aunque paulatino desde el siglo XIX) en la cantidad de imágenes que las décadas recientes trajeron a la vida cotidiana además del arte tradicional: fotografías, instrumentos de visión (telescopios, microscopios, resonancias magnéticas), anuncios, imágenes digitalizadas de satélites, de computadoras, etc., y lo comparamos con el peso visual mucho más relajado con que la producción manual precedente de imágenes nutrió durante siglos la Historia del Arte. Así también, por otro lado, una más de las características que incluso pueden resultar atosigantes de esta nueva cultura
“es el aumento de la tendencia a visualizar las cosas que no son visuales en sí mismas. Este movimiento intelectual cuenta con la inestimable ayuda del desarrollo de la capacidad tecnológica, que hace visibles cosas que nuestros ojos no podrían ver sin su ayuda: desde el descubrimiento accidental de los rayos X, en 1895, por parte de Roentgen, hasta las «imágenes» telescópicas de las distantes galaxias, que debemos a Hubble y que son transposiciones de frecuencias que nuestros ojos no pueden detectar” .

 

Ante esta creciente inevitabilidad de los límites de la mirada, no resulta ilógico entonces que todo esto nuevo visible devenga inmediatamente una concernencia temática y una preocupación fenoménica, no sólo para la ciencia y la tecnología, sino para la vida cotidiana y, con ello, la estética y el arte; de la misma manera que en otros momentos históricos la ciencia revolucionó el arte con la aparición de la cámara oscura, la geometría, la perspectiva, la anatomía, la fundición, etc. Lo cual engancha con la óptica mcluhana, que analizamos anteriormente y que hace que el desarrollo de las técnicas (medios) devengan pronto los temas (mensajes). De hecho, dentro del marco de la cultura contemporánea, para Joseph Kosuth “Las obras de
arte son propuestas analíticas. Esto es, si son vistas dentro de su contexto –como arte—no proporcionan información alguna sobre cualquier hecho. Una obra de arte es una tautología, en el sentido de que es una presentación de la intención del artista, esto es, el artista nos está diciendo que una obra de arte en particular «es» arte, lo que quiere decir que es una «definición» del arte” .
Esto, como iremos notando a lo largo de nuestro texto, genera poco a poco un principio auto-reflexivo del arte lo que, en otras palabras, significa que más que nunca la visión es tema de la imagen misma, tal como apuntamos que el lenguaje ha venido abrazando prácticamente todos los aspectos del conocimiento, dentro de los que, evidentemente, los signos, las palabras y la comunicación en general son los actores centrales. En suma, tanto en la vida cotidiana como en las artes, el lenguaje es finalmente sujeto del lenguaje.
Para ejemplificar esta doble tendencia de giros (lingüístico y visual) observemos un par de casos en que la autorreflexión y la visualidad se han inmiscuido como lenguajes, ya no sólo en las artes típicas del ojo, sino también en el cosmos literario, en la pluma del poeta italiano contemporáneo Valerio Magrelli.

(POEMA SOBRE EL LENGUAJE) (POEMA SOBRE LA VISIÓN)

Diez poesías escritas en un mes
no es mucho aunque ésta
fuera la undécima.
Tampoco los temas son distintos
al contrario, hay un solo tema
y tiene por tema el tema, como ahora.
Esto para decir cuánto
queda a este lado de la página
y llama y no puede entrar,
y no debe. La escritura
no es espejo, sino
vidrio esmerilado de las duchas,
donde el cuerpo se agrieta
y sólo se vislumbra su sombra
incierta pero real.
Y no se reconoce quien se lava
sino sólo su gesto.
Por eso, qué importa
ver detrás de la filigrana,
si yo soy el falsario
y sólo la filigrana es mi trabajo.

Hoja blanca
como la córnea de un ojo.
Me dispongo a bordarle
un iris y en el iris tallar
la profunda vorágine de la retina.
La mirada entonces
brotará de la página
y en este cuadernito amarillo
se abrirá un vértigo.

De hecho, esta nueva Teoría (lingüística) de la imagen, de cuya edificación están a cargo los estudios de cultura —y especialmente los visuales—, se centra en el mirar como una experiencia social y estética más que en las obras de arte en su éxodo por la Historia. Parecería que en principio estos estudios visuales tuvieran poco que ver con el arte; sin embargo, desde el momento en que el arte visual mismo se ha vuelto gradualmente un objeto colectivo y mediatizado, la aplicación de estas teorías es más que pertinente. Cabe anotar que, incluso, este giro de la cultura visual no sólo halla su sujeto en el fenómeno de “lo visible”, sino que considera asimismo tal fenómeno desde una perspectiva dual e incluyente (lacaniana) , es decir, como un hecho dialéctico: tanto mirar como ser mirado; razón por la que el principal objetivo de los estudios visuales es justamente: mostrar la mirada. “El problema consiste en poner en escena una paradoja que puede ser formulada de numerosos modos: ora que la mirada es en sí misma invisible; ora que no podemos ver lo que la mirada es” . Este fenómeno contemporáneo puede ilustrarse bien con la obra del artista chino Lui Bolin, conocido por muchos como “El Hombre invisible” quien trabaja justo el tema de la vigilancia y la “invisibilidad” social del ciudadano común ante la sociedad de control y consumo. En este par de fotografías, el artista ha sido maquillado de modo que su figura aparezca casi invisible, camuflada en su propia “transparencia” ante un guardia de la policía.

 

A este punto hemos encontrado una de las respuestas a cuanto más atrás nos habíamos preguntado. Se trata justo de una fórmula doble del lenguaje que proponemos de esta manera: el arte que históricamente ha sido puesto en lo mirado, va siendo poco a poco el arte que se pone en el mirar. Como podemos deducir, la primera perspectiva recae en un objeto (lo mirado) y la segunda en un acto (el mirar). La relación objeto-acto, o indicada pragmáticamente: sujeto-verbo es en mucho lo que circunscribe los fenómenos actuales del arte; por lo que no consideramos que los aspectos del lenguaje y la visualidad actuales sean un tema menor. Como pocas veces, esta interacción espacio-temporal se ha recombinado y transformado con tal profusión en la idea del arte .
Por un momento, se antojaría que la clave hasta ahora oculta de nuestro fenómeno a estudiar descansara en un juicio binario y entrecruzado que se prolongase a distintos niveles más o menos equidistantes: mirada-objeto, texto-imagen, idea-conocimiento. Pero buscar simetrías en argumentos teóricos es un vicio peligroso, pues el capricho de la forma prevalece sobre la imprevisibilidad y aun sobre el azar del propio fenómeno. Así que lo que en un momento se ejemplificó como un paralelismo, más tarde puede apelar a una paradoja, un conjunto de metáforas, hipérboles u otras figuras .
En cuanto a la frase inicial de este capítulo, y antes de dejarla sepultada en el discurso, podríamos por último identificar en ella otro de los factores que desmienten el uso de análisis binario. Veamos. Si el don de ver se paga con el precio de lo “que no quiero ver”, ¿qué sería entonces lo qué sí se querría ver? O formulándolo como una pregunta: ¿es el arte visual el arte de lo que se desea ver? ¿Hasta qué punto la efectividad del ser del arte actual radica en el gusto estético y, con ello, en la destreza o talento con que fue ejecutado? O, incluso yendo más lejos: ¿es el arte una especie de bien, de algo que, como el dinero, o un buen platillo, o la buena salud, se desea disfrutar o no tener en falta… o es que también el arte puede llegar a no ser bello y sí una imagen de lo repudiable, una conciencia de lo injusto y de lo que nunca se desea ni tener, ni mirar? Entonces nos detenemos aquí para incluir un tercer factor. Compendiemos. El arte visual puede ser:

1) lo que ha sido puesto en el objeto mirado (aquí concebimos la tradición de la obra de arte tal como se ha conocido desde el arte clásico hasta la época moderna; en la que eso “puesto” en lo mirado equivale ya sea a una historia o un mito, ya sea a un elemento estético, religioso u ornamental),
2) lo que hay en el mirar (nos referimos al arte que, de uno u otro modo, metaforiza el acto de ver o juzgar eso que los ojos perciben) y…
3) lo que hay en lo que, o bien, se quiere mirar, o bien, no se quiere mirar; dicho de otra forma: el arte que estriba en un desafío, un impuesto, en un juego o una interacción, así como en una incertidumbre.

Como desglosaremos más adelante, el par de ejemplos que hemos escogido para ilustrar este último factor, pertenece a una herencia estética de nueva gestión y a la que Hal Foster llama “el artificio de la abyección”, en la cual el significado del arte se derrumba a manos de la imagen, o bien, esta se muestra como despojo . El primero, típico de la imagen como impacto, pertenece al Colectivo Artístico Mexicano Semefo (nombre tomado directamente de las siglas de la institución de Servicio Médico Forense), en el que se exhibe la ropa original que portaba un individuo al momento de ser asesinado por arma de fuego, acompañada de los lenguajes propios de la medicina legista (flechas, cortes, indicaciones, cotas, etc.). El segundo, típico de la escritura como impacto, se trata de la instalación del artista argentino Enrique Ježik, el cual construye una antigua frase de repudio a Hitler (“No puedo tragar tanto como quisiera vomitar”) a partir de pilas de cajas de cartón, arguyendo un supuesto racismo en su país. Pieza no exenta de duras polémicas .

 

‘Gratuidad, costo y duda’; o dicho de otra forma, ‘belleza, mirada e incertidumbre’: al parecer, el arte del texto y el de la visión difieren aquí en el sentido de que las imágenes o bien bellas o bien efectivas y las palabras o bien bellas o bien efectivas no han albergado la misma autoridad ni han pendido de los mismos preceptos de apreciación, pues ambas —imágenes y palabras— han sido delegadas a efectos diferentes con loas y quejas asimismo distintas .
Ya Foucault nos habla de este fenómeno al referirse a la parresia, no al vocablo del diccionario, sino a
una actividad verbal en la cual un hablante expresa su relación personal a la verdad, y corre peligro porque reconoce que decir la verdad es un deber para mejorar o ayudar a otras personas (tanto como a sí mismo). En parresia, el hablante usa su libertad y elige la franqueza en vez de la persuasión, la verdad en vez de la falsedad o el silencio, el riesgo de muerte en vez de la vida y la seguridad, la crítica en vez de la adulación y el deber moral en vez del auto-interés y la apatía moral .

De esa manera, también sería posible hablar de una “parresia visual”, de riesgo y de cuidados al momento de desplazarse entre las imágenes y distinguir en ellas la maraña de su libertad o abnegación, de su potencial emancipador y de enajenamiento, su carácter de público y privado, etc.
Las expresiones verbales y de imágenes han sido tan influyentes en la Historia que sería inútil tratar de hallar una potestad demarcada en una sola de ellas, y así como se puede ser un blasfemo se puede ser un iconoclasta. El analfabetismo no representa la falta general de instrucción. Imágenes y palabras; con ambas se ha ansiado decir o encubrir “la verdad” y ambas han fracasado y triunfado muchas veces a tales fines.
Pero estos “intercambios” no son tanto un vaivén como sí los exponentes de una apreciación del mundo. Por ejemplo, para dominar el uso del Internet no hace falta solamente el manejo del texto, sino asimismo de un fértil y muy profuso lenguaje de símbolos: un código de imágenes que quieren decir cosas y de signos que representan actos. Observemos, al menos, algunos de ellos.

 

Parece natural, por otro lado, que sea del argot mismo del lenguaje que se “tomen prestados” algunos conceptos básicos que circulan también en el ámbito de las imágenes, como “analfabetismo visual”, “lenguaje de las imágenes”, “metáforas visuales”, etc. Podríamos, a estas alturas, aventurar una terna más de factores que tendremos en cuenta para que en nuestra ruta de investigación se recojan poco a poco algunos matices metodológicos. El arte visual también puede ser:

4) lo que se sabe mirar a partir del reconocimiento de ese lenguaje que hacen las imágenes.
5) lo meramente perceptual; eso que no importa “saber mirar” por la razón de que no es algo ni traducible ni “significable”, sino más bien sensorial, como un inmenso muro pintado de un solo color, o una habitación iluminada con cambios graduales de luz.
6) las ideas depositadas en los objetos y las imágenes, las circunstancias para que estos sean mirados, advertidos, el gusto y el conocimiento.

Hasta aquí hemos vislumbrado elementos indispensables para la experimentación de una nueva forma de ver, de entender el arte, al tiempo que hemos abierto su puerta por la que asoma apenas el lenguaje. Es posible que sin más ejemplos, esto nos diga poco ahora. Así que tengamos en cuenta nuestras observaciones para hacerlas de utilidad con lo que analizaremos más adelante.
Pero antes de seguir ahondando en el tema de la escritura y con miras a adentrarnos en su desempeño estético, volvamos la mirada un momento al fenómeno del giro lingüístico y reforcemos algunas cuestiones importantes.
Si bien, hemos reflexionado en lo trascendente de las nomenclaturas y en las inmanencias de carácter oponente que poseen los términos al ser parte de un contexto semántico; por otra, es necesario destacar que como la escritura, y salvo contadas excepciones (el morse, el braille, etc.) se supedita técnicamente a la visualidad, ello no quiere decir que su dependencia conceptual no sea más vasta que eso. De hecho, hay mucho en la escritura como fenómeno integral que depende no estrictamente de la visión, sino de modos iconológicos, topológicos, mentales, espaciales, auditivos, etc. En este sentido la escritura está cargada de simbologías como las imágenes sonoras (como cuando se escribe y al tiempo se pronuncian mentalmente las palabras sin por ello decirlas); o no propiamente sensoriales, como juegos conceptuales cuando la escritura “resuena” con otros medios no escritos, o consiste en una imagen, ya no auditiva, sino exclusivamente gestual (como cuando se “escribe en el aire” o se ejercita la memoria figurando un proceso de escritura en la mente, etc.): ¿es esa escritura en la mente una escritura “de verdad”?
Esto se debe a que solemos considerar los medios de expresión como entornos independientes de los fenómenos; cuando en realidad todos los medios son mixtos. Sirva esto de aclaración por cuanto de visual atendemos aquí al giro lingüístico, sin que por ello se pretenda decir que lo visual sea en ningún modo absoluto.

 

2.3 Medios mixtos

Uno de los criterios presumiblemente sugerentes para dimensionar las diatribas mediáticas actuales (ya sea tanto en torno a lo visual, lo textual, como a lo sonoro, lo presencial, etc.) es el que J. W. Mitchell —figura trascendental en los estudios culturales— plantea desde el solo título de su ensayo: No existen medios visuales .
Para el teórico norteamericano “«medios visuales» es una expresión coloquial que se usa para designar cosas como la televisión, las películas, la fotografía, la pintura, etc. Pero es un término muy inexacto y engañoso. Todos los supuestos medios visuales, al ser observados más detenidamente, involucran a los otros sentidos. (…) Todos los medios son, desde el punto de vista sensorial medios mixtos. ” El planteamiento de Mitchell consiste en desvelar los mitos dominantes que hay en la concepción de los estatutos mediáticos.
El motivo de estas apreciaciones, más allá de hallarse en una insuficiencia en la delimitación de campos o de acuerdos sobre los sentidos y sus alcances, se ubica en el ánimo de llevar las herramientas de análisis de la cultura y del arte en general a un nivel más cercano a las prácticas sociales de los fenómenos mismos y, a partir de ahí, atenderlos precisamente bajo la forma en que se presentan: arte, cultura, percepción, etc. Así, a elementos tales como técnicas, materiales o tecnologías, se les reintegra a su ámbito abstracto a la vez que se los absuelve en lo tocante a las perspectivas que éstos adoptan. De modo que el medio es, en efecto, el mensaje, siempre y cuando por ‘medio’ se entienda una suma completa de comunicaciones, y no un vehículo técnico aparentemente dirigido a uno solo de los sentidos.
Una de las tareas principales para construir esta nueva conciencia epistemológica gravita, por un lado, en la distinción de los medios como agentes reales pero a la vez inherentes a la percepción integral y, por otro, en la atención puesta para distinguir cuánto de eso que suponemos un medio autónomo se nos muestra como un conglomerado de percepciones sensoriales, en diversos niveles de estimación hacia los que los sentidos no rinden cuentas, como son los aspectos semiológicos, es decir, iconológicos, simbólicos y semánticos de prácticamente todos los elementos de la comunicación y, con ello, de las artes . Una especie de “medios mentales”, de consideraciones por encima de los sentidos, enclavadas en el pensamiento mismo y la mentalización de las propias sensaciones .
A primera vista, si se buscase un medio visual por excelencia, sin duda la pintura respondería a tal estándar. Pero, si se mira con atención, acordamos que “la pintura no es en absoluto «puramente óptica»” , pues, aun en su momento más acreditado en la Historia de la cultura, esta arte no ha dejado de ser de muchos modos la “palabra pintada”, y con esta metáfora no nos referimos a las obras sin título o a que realmente se pueda pintar palabras en lugar de escribirlas con lo que habitualmente se las escribe (hecho que, por cierto, también pondría en aprietos la tesis de los medios puros ); nos referimos más bien al discurso teórico, filosófico y crítico.
“Este discurso crítico fue tan decisivo para la comprensión de la pintura moderna, como la Biblia, la historia o los clásicos lo eran para la pintura narrativa tradicional. Sin estos últimos el espectador sería abandonado” , rebajado en su percepción y en la asimilación de los contenidos como lo es un adulto ciego que pudiera ver por vez primera sin antes darse tiempo de relacionar el tacto a las imágenes. En cuanto al arte tradicional o clásico, es imposible, por ejemplo, que en la siguiente imagen de Albrecht Dürer el espectador no informado a fondo de la simbología contenida en los elementos del grabado pueda acceder al sentido de la obra, más allá de lo magistral (o no) que resulte su desempeño técnico. O bien, igual ocurre con la otra imagen, de Nicolas Poussin, la cual ilustra la salvación del profeta Moisés cuando este era apenas un bebé y para la que se deben conocer bien a bien las historias bíblicas o, al menos, otros cuadros en que se narre una “escena” equivalente .
Digamos que todo ese lenguaje, que habla o que relata en las imágenes, pertenece por tradición más a las palabras (escrituras, sermones, leyendas) que a las propias imágenes, por más que, dentro de estas imágenes, se inscriba el término “melencolia” (‘melancolía’) o se subrayen algunos elementos narrativos o bíblicos. Se podría decir que, aunque no sean legibles, estos modos del arte están repletos de elementos que deben ser ‘descriptos’ y, por lo tanto en potencia, repletos también de escritura.

 

Entenderemos aquí que el arte visual contemporáneo tiene en cambio, en gran parte, la tarea de hacer todos estos procesos aún más evidentes, ya sea ironizándolos e incluso revirtiéndolos como si se tratase de buscar la “etimología de las imágenes”, jugando a desentrañarlas de sus circunstancias habituales, desmantelando los objetos lejos de sus nombres y significados, o bien yuxtaponiéndolos hasta el sinsentido o el vértigo que deviene al tratar de percibir las cosas y las palabras por sí mismas y, con ello, su parte complementaria de belleza o de sobresalto, con todo lo fantasmales que son las unas sin las otras. En las siguientes láminas, se ilustra ese espíritu tanto lingüístico, como a un tiempo lúdico e irónico del arte de concepto. En ambas obras, estos “acentos” son usados solamente mediante la descripción de los elementos visuales dentro de las imágenes mismas.

 

Y si hemos evocado el juego es porque esta acción, en principio anti-solemne y no hermanada con la estética, responde bien al ejercicio contemporáneo del arte, ya que el juego, además de producir nuevas imágenes, de parodiarlas agitando sus significados, involucra más de un sentido y admite la permutabilidad, el simulacro, los conceptos, invirtiendo los papeles entre hechos y cosas, que unos y otros medios tienen para hacer notar, por un lado, su enorme compatibilidad y, por otro, su “personalidad”, sus grandes rasgos individuales, como cuando se comparan tres tipos de texto con un único contenido, uno impreso, otro acuñado en braille y otro grabado en un disco de audio; a todas luces muy distintos y sin embargo equivalentes.
Observemos ahora, a partir de una obra que la escultora checa Zuzana Čížková realizó, basada en el lenguaje de señas para ser colocada junto a una escuela para sordos en la ciudad de Praga, un trío de modos escritos con el mismo contenido textual, el primero en alfabeto braille, el segundo en lengua árabe y el último en código morse. La frase que se leerá en los tres casos es: “La vida es bella, sean felices y ¡ámense unos a otros!”

Uno de los artistas conceptuales contemporáneos precursores de estos métodos, y que suscribe su trabajo en la imagen como ontología conjunta del lenguaje y la visualidad, es Joseph Kosuth, de quien nos serviremos de ejemplos sucesivamente. En la ya célebre “pieza”: Sillas (1965), el artista norteamericano se encarga de disociar algunas de las barreras mediáticas a que nos hemos referido, colocando los elementos del signo y de la imagen a un solo nivel (el de su exposición física): el conjunto se integra por una silla tangible, la representación de una silla en una fotografía del mueble mismo, y una placa con la definición de diccionario de la palabra ‘silla’ (‘chair’ en inglés).

 

Como es de insistir, nos enfrentamos al paradigma del arte como un hecho no-estético por su ámbito formal, sino por lo que su imagen significa o por cómo es percibida. A cambio de ello, la obra se presenta exenta de belleza compositiva, sin artilugios técnicos y, de alguna manera, “aséptica” en su propia desnudez. En ella, las condiciones estilísticas (forma, manejo de la luz y la sombra, proporción, etc.) no importan tanto como la claridad que en su propia concepción es mostrada como un proceso. En muchos casos, y de una manera más familiar a las charadas del lenguaje que de la imagen, este ‘efecto conceptual’ que la obra sugiere se define en una ‘re-creación’.
Esto podríamos notarlo al momento de advertir cómo Joseph Kosuth ha dispuesto varias de sus instalaciones, presentadas para distintas exposiciones como índice de una única pieza (Sillas). Aunque, como hemos apreciado, a pesar de que cada una difiera en algo de la otra; las “piezas” reciben el mismo nombre y, por supuesto, “ajustan” en la misma función conceptual. Lo cual demuestra que muchas veces, para este tipo de arte, es más importante ‘la situación’ que la unicidad de la pieza, es decir, que ‘la colección’.

 

Pero que los medios sean mixtos no significa que no se reconozca su identidad individual. Contenidos en la suma de la expresión, cada medio enlazado a otros representa una especificidad sensorial. De hecho, para Mieke Bal “la visualidad no se puede intercambiar con el resto de percepciones sensibles. Más fundamentalmente, la visión es en sí misma inherentemente sinestésica” , es decir, de un sentido que se liga a otro. Pero no se trata únicamente de medios que se fusionan, sino, más aún, de otras maneras propias de la comunicación que participan en la visualidad, como ocurre justo en el caso de las palabras o la escritura. Prueba de ello es el célebre test visual-cognitivo que consiste en presentar a una persona las siguientes imágenes y solicitarle que le atribuya a cada una, respectiva y arbitrariamente, los nombres de “Kiki” y “Buba” .

 

De modo sorpresivo, los resultados para las aplicaciones de la prueba eran casi siempre los mismos: ‘Kiki’ para la figura amarilla dentada; ‘Buba’ para la figura morada y curva.
Visualidad, imagen, texto, sonoridad, movimiento: de muchas maneras eso que juzgamos puro o autónomo no cesa de codificar medios alternos, como cuando se infiere el tacto aplicado en la textura de un cuadro o el movimiento ejecutado de la cámara en una toma fotográfica. Es imposible no involucrar algo más que el ojo en todo ello.
Así, si nos damos la oportunidad de conducirnos por criterios como éstos, pronto discurrimos que si bien, por ejemplo, la escultura ha sido a un tiempo visual y táctil, “la arquitectura no se basa fundamentalmente sobre el ver, sino sobre el vivir y habitar” . Esta lógica no es sin embargo reduccionista, pues no estriba en derrumbar el concepto de “especificidad de medio” y sí, por el contrario, en destacar que ningún medio es independiente de otros y que, por eso, su estudio debe ejercerse desde un punto de vista más fértil que el que ofrecen las categorías –muchas veces normas académicas– impuestas por los sentidos como si éstos se dispusieran en reinos, aun cuando, como reparamos, ni siquiera responden aislados.
A continuación, del francés Julien Breton y del norteamericano 2wenty apreciaremos un par de fotografías que documentan el proceso de escritura luminosa (llamada también grafiti de luz o caligrafía 3D); en ellas los artistas han trabajado ante la cámara bajo largos lapsos de exposición, de modo que los rasgos dejados por el paso de sus “lámparas-brochas” puedan permanecer y grabarse en la fotografía aún cuando el mismo artista ha abandonado la toma. Junto a ellas, y a modo de antecedente técnico y conceptual, se ha dispuesto la imagen considerada como la primera “fotografía pintada con luz”, realizada por Étienne-Jules Marey y Georges Demeny en 1889 al lado de una de las célebres imágenes de “pintura luminosa” de Picasso, capturadas por la lente del fotógrafo albanés Gjon Mili a la mitad del siglo pasado. Sirvan estos ejemplos a la tesis de los medios mixtos, en los que conviven al menos: dibujo, luz, color, espacio público, fotografía, movimiento y, desde luego, escritura.

 

Téngase en cuenta que para esta no menos importante brecha generacional ilustrada aquí, “el proceso de transformación de la información de formatos analógicos a formatos digitales y la mayor facilidad de estos últimos para incorporar datos en distintos modos perceptivos (texto, imagen, audio, video) ha movilizado los estudios en torno al término «intermedialidad»” , el cual también atañe lo respectivo a todas las plataformas que, en nuestros días, permiten no sólo la expectación, sino el intercambio activo en todos los que participan en un fenómeno cultural; hecho que a menudo, se describe bajo el término de hipermedia.
Para algunos teóricos, incluso es posible augurar que toda esta variedad propia de los medios conjuntos “o artes del ensamblado aumentarán, tanto en el sentido intelectual como en aplicaciones de audiencias de masas tales como los espectáculos de luces, las demostraciones de la era espacial en las ferias mundiales, el apoyo para la enseñanza, las demostraciones de venta, los juguetes y las campañas políticas. Y puede ser que, por estos medios, las artes se eliminen” .
No es casual entonces que los preceptos teóricos con que se enfrentaba el arte antiguo, y aun el modernista, no sean eficaces al momento de opinar sobre el arte y la cultura visual de nuestra época, y más aún si entendemos que el arte de nuestros días es mucho más sensorial; y para librar los obstáculos que nos lo alejan es preciso desarrollar una crítica que afronte los objetos de la cultura incluidos como parte de la sociedad, con otras preocupaciones y necesidades nuevas; reconocer que encima de lo que los sentidos aprecian se posan otras numerosas condiciones como los afectos, la intersubjetividad, la revaloración, la visión del mundo, y que, elementos como la mirada y sus dominios no ocurren sólo por cuanto advierten nuestros ojos, sino también por cuanto a ellos está vetado, como la especulación de la “ventana vacía”, el misterio de lo oculto, de lo mal entendido o de lo que se muestra apenas, la vigilancia de otros y el pulsar de los demás sentidos que alteran el resultado de todo cuanto vemos. En esto consiste la nueva poética .
En suma, con la deferencia hacia esta teoría reconocemos que si bien se identifica la visualidad como el rasgo común de nuestros sujetos, nuestro estudio no considera la visión como un hecho autónomo; en cambio, exhorta a distinguir cada contrapeso que habita tanto en la historia del arte como en la teoría y la crítica y, como proponía Mitchell, a abocarse a la “taxonomía de medios”, conscientes de que estos o bien ponderan o se subordinan, o bien se describen o se anidan como un programa de televisión visto dentro de una película o una película vista por televisión, lo mismo que un cuadro descrito en una novela que el pasaje narrativo contado en una pintura. Un profuso y no por ello arbitrario “sentido de intermedialidad”, tal es nuestro ideal, nuestra meta.

 

2.4 Lo no hermenéutico y la materialidad de la escritura

¿Es siempre el conocimiento algo del todo traducible? ¿Es lo mismo el significado que el sentido? ¿Qué tanto el arte de nuestros días se inclina más a lo sensorial que a lo intelectual? ¿Es la escritura dentro del arte un sistema exclusivo para comunicar contenidos?
Una vez aclarados los dilemas de los medios, de sus jerarquías en el conjunto de la expresión y de su función discursiva, en este apartado sustentaremos cuanto se apuntó en las primeras páginas, cuando se afirmaba que la escritura ha sido la expresión intelectual por antonomasia de la cultura, en la que se apoya el conocimiento con un carácter muchas veces absolutista y erudito y, ahora agregamos, discriminatorio de otras formas de comunicación que, a diferencia de los textos (como se lo suele entender), no son por completo traducibles o expresamente significantes, como todo aquello que es meramente sensorial, o bien, que se halla al mismo nivel de las emociones o de los fenómenos físicos como el estímulo de la luz, los colores, los sonidos, el volumen en sus distintas escalas, el contacto, el movimiento, etc. Esto, de manera complementaria a los giros lingüístico y visual, resta un tanto la importancia a los significados y los símbolos y pondera la ejecución, la materialidad y la sensorialidad. De hecho para el notable artista norteamericano Carl Andre:
desafortunadamente estamos entrenados con un modo literario. (…) Toda nuestra educación está conducida por medios literarios, por medios lingüísticos. El lenguaje está mayormente dedicado a los símbolos, y el arte tiene muy poco que ver con eso. Cualquier artista puede simbolizar ideas, pero poco puede llevarlas a cabo, realizarlas; yo diría que todas las ideas son la misma, exceptuando lo relativo a su realización. Las ideas residen en la cabeza, para el artista la única diferencia entre una idea y otra es cómo han sido ejecutadas, cómo han sido realizadas .

Ilustremos esta preeminencia de la sensorialidad y la ejecución sobre el significado en el arte de escritura conceptual. Se trata de dos casos de skywriting (escritura en el cielo hecha por el escape de aeroplanos) ideados por dos controversiales artistas estadounidenses: Brauce Nauman y Jenny Holzer, en cuyos textos, respectivamente, es posible leer: “dejen la tierra en paz” y “vives la sorpresa que trajeron los viejos proyectos” .

 

Es momento entonces de plantearse algunas preguntas: ¿puede la escritura resistirse a la significación?, ¿es viable entender la escritura distinta de un sistema verbal o de cualquier otro orden capaz de ser reinterpretado?, ¿cuáles son las características de la escritura que, aun teniendo siempre ante nosotros, tomamos apenas en cuenta? ¿es posible —en caso de identificarlas bien— usar estas características al servicio de nuevas maneras para comunicar y, con ello, de nuevos criterios para hacer arte? En resumen: ¿qué hay en la escritura que sea considerado fuera del mensaje que significan sus palabras y hasta dónde es eso un elemento creativo? Podríamos empezar por plantearnos lo sustancial, por ejemplo, que llega a ser leer ‘cualquier cosa’ en el cielo, así se trate de frases motivacionales o del tipo horóscopo dominical, si esa ‘cualquier cosa’ apareció justo donde habitualmente nada, nunca, hay escrito, a no ser que se considerase las nubes como la especie de un “alfabeto plástico”.
Tratemos de “asir” por un instante, a rasgos muy generales, la Historia de la escritura y reflexionemos en su accidentada trayectoria, desde sus orígenes más remotos, hasta sus más nuevas y sofisticadas formas de ejecutarse en soportes digitales, incluso a partir del reconocimiento de la voz por medio de micrófonos que registran y procesan los pulsos sonoros convirtiéndolos en caracteres gráficos. Diríase entonces que ahora es posible escribir solamente con la voz.

Las nuevas tecnologías digitales “Voice to text” o “Speech Recognition” (Voz a texto o Reconocimiento de voz), como SIRI, Google, Dragon Dictation, entre otras, han incluido funciones de identificación de voz y de dictado de voz a caracteres tipográficos en los dispositivos electrónicos personales (computadoras, teléfonos, tabletas, etc.).

Este destino de la escritura, no obstante, ha tenido un paso intrincado: de la escritura en la arena esfumada por el agua y el viento, a la escritura en una pantalla de pixeles, cristales diminutos millones de veces llenados y vaciados sin que deban dejar vestigios. Es curioso: la memoria de la escritura –de lo humano– que por milenios vivió en el papel, en lo orgánico; empieza a hospedarse ahora en el silicio de los circuitos electrónicos, en lo inorgánico.
Compárese ahora algunos usos alternativos de la escritura en el arte de nuestros días en que encontramos este tercer giro histórico (el no hermenéutico) tanto en el arte como en la vida cotidiana y, dentro del cual, a pesar del uso de los signos, el sentido de la creación se enfoca a campos más sensoriales y procesuales que significantes; o sea que lo que ‘se dice’ y si es que en verdad ‘dice algo’ (contenido) es sin duda menos importante que la manera en que se lo expresa. En las primeras dos imágenes tenemos un ejercicio de escritura pública llamada extendidamente Ground Writing (Escritura de la tierra) en China , en la que los artistas calígrafos trazan ideogramas en el suelo de piedra con ayuda de una escoba que les sirve de pincel, la cual mojan en cubetas con agua que tarde o temprano se evaporará; en la segunda podemos apreciar el trabajo de la artista norteamericana Leslie Nichols, quien, siguiendo una tradición del arte hecho en máquina de escribir y que data de 1870 y hasta nuestros días, dentro del retrato que forman los caracteres es posible leer frases como: “La igualdad de derechos ante la ley no será negada ni restringida por los Estados Unidos ni por un solo estado por motivos sexuales” , etc.; el texto proviene de la Enmienda de Igualdad de Derechos de los Estadounidenses. El segundo par de imágenes se compone de una instalación de texto luminoso interactivo hecha por el colectivo turco NOTA BENE Visual en el que el “espectador” puede generar nuevos gráficos según se coloque y se desplace frente al dispositivo . Por último, y para hacer notar la poca importancia de los mensajes verbales en la escritura conceptual contemporánea, tenemos el caso del poema visual del australiano David Miller, cuyo conjunto de catorce líneas emula la estructura de un soneto tradicional, sólo que sin utilizar palabras, sino “gestos” gráficos.

 

Si consideramos, dentro de esta misma ráfaga histórica, los muy variados discursos que se han asentado en la paulatina evolución de estos soportes (desde los textos fundadores y doctrinarios, como la Biblia, pasando por los manifiestos del arte moderno y hasta la más pedestre conversación por Facebook); si en verdad atendemos el cosmos de los contenidos y sus soportes y llegamos a la conclusión de que definitivamente algo se ha visto cambiado incluso en el propio entusiasmo de la escritura, es porque “ya no creíamos que un complejo de significado pudiera entenderse al margen de los medios en que se los realizaba, esto es, al margen de la diferencia que implicaba que apareciese en una página impresa, en la pantalla de un computador, o en un mensaje de correo de voz” .
Si por ejemplo, comparásemos las arrugas en el papel de una carta postal (o bien su perfume o sus distintas huellas en ella), con la asepsia digital de un correo electrónico cifrado en signos cibernéticos, nos daríamos cuenta de que, al margen de sus cambios ostensibles, siguen perviviendo en ambas varias inscripciones, digamos, paratextuales dentro del propio vehículo que soportó la escritura. O sea, sigue habiendo, de mano a los mensajes, otros sistemas de información; y si las arrugas significaron lejanía y sinuosidad, el perfume expresó devoción, y el amarillear del papel encarnó el paso del tiempo ; tenemos también que los soportes digitales dejan huellas más o menos ocultas, sólo que ahora en forma de “metadatos”, es decir, de inscripciones electrónicas que guardan información de peso como: la fecha de elaboración, número de serie de la máquina en que se escribió, así como coincidencias con otros textos y antiguas versiones ‘encriptadas’ en el mismo archivo de escritura.
En gran medida, son esas primeras inscripciones analógicas de lo que se ha servido el arte conceptual desde la segunda mitad del siglo XX para hacerse notar justamente desde modelos menos sutiles que los contenidos habituales; modelos que, no por seguir siendo ideológicos (conceptos), estriban exclusivamente en la operación de traductibilidad del conocimiento. Y si, por ejemplo, tenemos el mismo texto tanto en una hoja de papel como pintado en un lienzo o “guardado” en un archivo, muchas serán las diferencias entre ellos ante las que el arte actual despierte su interés. Entonces, es posible afirmar que, incluso si se es analfabeto, se vive de tal modo imbuido en los soportes textuales de la cotidianidad global, que es imposible no verse influenciado por toda esa comunicación no hermenéutica que transportan las inscripciones de lo escrito . Muestra del uso de estas son las obras que tenemos a continuación, en las que se pondera la cuestión sensible por encima del mensaje, o lo que se supone que tal mensaje “debió de ser”.

Se llega, incluso, a dar el caso de que estas inscripciones sustituyan casi por completo los mensajes o contenidos y amalgamen el todo de la obra. De esta forma, artistas como Luis Camnitzer han embargado el lenguaje de las palabras dejando al descubierto que cosas tan sensoriales, como dobleces o arrugas en un papel, pueden metaforizar e invertir los soportes tradicionales para considerarse signos de una nueva lectura en “estado puro”, es decir, de una lectura que se ha reducido justamente sólo al acto del leer eso que antes poco significaba, y en la que el “remanente verbal” es una pista, mero accesorio contextual. Así, curiosamente, lo que antes expresaba se relega a un plano de guía, y lo que antes fuera sólo inscripciones expresa ahora a la obra de arte.

 

Existe en el uso constante de estas inscripciones (que antiguamente acompañaron contenidos comunicacionales) una gradual metamorfosis del arte que se inclina con fervor al mundo de la escritura, misma que, a su vez, hemos apreciado viajar en el tiempo: desde una absoluta sacralidad hasta su carácter más prosaico y técnico, ahí donde hoy alcanza su extendido uso cotidiano. Al parecer, ya no sólo Dios ha muerto en el sentido Nietzscheano; sino que si de algo estamos seguros es que este no ha de resucitar escribiendo ni dictando una segunda Biblia o Corán o tora en un iPad (y es digno de observar que, mientras que el nuevo término ‘Ipad’ exige ser escrito con una grafía capital, no así con la tora, a pesar de ser el libro esencial de la ley para los judíos).
Para el historiador francés Roger Chartier, quien se especializa en el tema de la escritura con atención a sus soportes en las distintas culturas, “nunca un texto puede reducirse a su contenido semántico” , por lo que nos exhorta a preservar, en la medida de lo posible, los soportes originales de todo lo escrito. Sin embargo, en cuanto al arte de nuestros días. Al parecer, esto es más una conciencia utópica que una real viabilidad para las generaciones venideras, de las que ya se presiente el afán por la cultura de la obsolescencia, donde el respeto por las formas ancestrales y por lo “divino” que pudo representar la escritura se remplaza justo por el uso de la misma, como sea que se la emplee, fotografiada o pintada, improvisada o archivada, sin más.

 

2. 4. 1 El cuerpo del lenguaje

Afirmar que el lenguaje posee un cuerpo es también declarar que el lenguaje es una clase de ente cuya influencia en el arte se eleva por encima de un autor determinado; en este caso, se trata de un ente históricamente reciente cuya materialidad ha sido trasmutada: del cuerpo del autor al cuerpo del texto. Por un lado, en cuanto al lenguaje como institución, la relación entre cuerpo y el estatuto de las palabras es rastreable en la filosofía griega cuando Sócrates habla de “la escritura al nivel del cuerpo: la escritura es la materialidad que representa la materia más corruptible: el cuerpo. La retórica, por tanto, se ocupa tanto del cuerpo como del alma” . Por otro lado, en cuanto a la escritura como cosificación emancipada de su mensaje, en los albores del libro Roger Chartier apuntaba algo acerca de la materialidad del texto, ya que en ese entonces, aun “sin leerlos, los libros pueden utilizarse con fines de magia o para establecer una distinción social, o con usos medicinales, como cuando se utilizaba el libro como protección y se creía que anteponiéndolo sobre el cuerpo del enfermo éste sanaba.”
En lo tocante al fenómeno de la escritura de nuestros días hay que tener en cuenta que el sentido de “desmaterialización”, con el que tantas veces se distingue capciosamente al arte contemporáneo, no estriba en la privación artística de los objetos materiales, sino en la inversión de fenómenos con que el arte nuevo renuncia al atesoramiento de las obras en cuanto a “joyas culturales” para, en lugar de ello, poner énfasis en el lenguaje, en las ideas o en las situaciones que se desatan a partir de su presencia, esté o no “imbuida” en un determinado objeto físico. En todo caso, este objeto, si lo hay, es relativamente sustituible o múltiple; porque para el arte de nuestros días los objetos, cualesquiera, se hayan vacantes para ser transformados u ocupados por el arte. En ese aspecto las obras conceptuales representan una especie de “naufragio” histórico de los materiales en que los artistas les han dado usos insospechados.
Afirmar que el lenguaje posee un lugar es también reconocer su cuerpo como una extensión conceptual más allá de sus articulaciones íntimas y aprehenderlo como una red, una situación de acoplamiento en que espacio y tiempo se conjugan: de modo que si uno piensa, por ejemplo, en sistemas como “idioma español” e “idioma inglés” puede, además de advertirlos como conjuntos de vocablos con reglas sintácticas limitadas, encontrarse con una cartografía (áreas destacadas en un mapa) más o menos precisa cuyos territorios se desplazan con el tiempo según el contexto en que se los vea: en la época medieval, colonial, moderna, etc. Como es el caso de la siguiente imagen en que se destacan las lenguas habladas en el mundo actual de acuerdo a sus orígenes (romances, germánicas, semíticas, etc.). De alguna forma, cada área de color en la cartografía es un determinado cuerpo del lenguaje, aun si no posee la inscripción de palabras. Es éste otro caso de un “dibujo que se lee”.

Mapa de lenguas del mundo de acuerdo a sus orígenes. Predominan, en azul marino: las romance; en rojo: las germanas; en naranja, las semíticas; en verde medio: las eslavas; en verde oscuro las níger-congo; en verde claro: las mongólicas; en rosa, las tibeto-birmanas, en verde-manzana las lenguas chinas y en azul medio las índicas.

Análogamente, si un elemento del sistema de lenguaje (texto) es desplazado deliberadamente a otro lugar (contexto), como una serie de propagandas espectaculares en inglés y enclavadas en sitios tipificados como no-angloparlantes; este sistema de lenguaje generará un nuevo lugar de significación ya sea porque es entendido por pocos o por ninguno; pues, incluso en este último caso, “no entender” también habrá entrañado otra clase de sentido, de trascendencia: dominio cultural, sectorización de la sociedad, etc. Desde luego “uno” puede saber que no entiende. Esa es otra de las caras en los hibridismos culturales; asonancias que el arte trasforma de pronto en concordancias dentro de un objeto o una imagen, como puede apreciarse en la pieza “Go Play” (“A jugar”) de las artistas bordadoras gemelas australianas Maricor y Maricar Manalo, las cuales incorporan grecas de nativos del pacífico sur (lenguaje de imágenes tradicionales) a frases cotidianas en inglés (lenguaje de escritura colonial), al lado de la cual hemos dispuesto, sólo en carácter de comparación, una artesanía hecha por indígenas huicholes anónimos sobre una botella de Coca Cola y la foto de un nativo norteamericano al lado de un anuncio de esta misma bebida.

 

Uno de los riesgos más comunes al momento de estudiar el lenguaje desde las contingencias alternativas actuales (como, en este caso, la visualidad) es tratar de creer que la escritura es la única forma corporal del lenguaje y que, por lo tanto, el habla es incorpórea o al menos algo ajeno a la materialidad ostensible de la escritura. Es ésta una clara reticencia o, en todo caso, una insuficiencia mediática.
Desde tal perspectiva hay muchos tipos de cuerpos del lenguaje, y de sus contextos, y basta con identificarlos y con que se relacionen con otros factores para funcionar como tales: el lenguaje hecho por los colores viales, el lenguaje hecho por quienes visten a la moda, por quienes entienden otras lenguas, por quienes hacen sonar el claxon, por quienes pasean una mascota, etc. Nos daremos cuenta de que cada uno de estos lenguajes (cuerpos) precisan un cierto contexto (lugares) para albergar cierto significado o sentido. Para Julia Kristeva “el propio cuerpo del lenguaje presenta una materialidad doblemente discernible: por una parte, en el aspecto fónico, gestual o gráfico que reviste la lengua (no hay lenguaje si no hay sonido, gesto o escritura); por otra, en la objetividad de las leyes que organizan los distintos subconjuntos del conjunto lingüístico, y que constituyen la fonética, la gramática, la estilística, la semántica, etc.” . Mucho de la escritura conceptual consiste justo en transponer estas dos corporeidades (la tangible y la institucional) lo más evidentemente posible.
Aun con todo, la noción de ‘cuerpo’ se acopla con naturalidad a la de eso material que todos compartimos: todos tenemos un cuerpo, todos somos una colección a su vez de otros cuerpos que, como células y parásitos, son entes y situaciones a su modo. Es desde este cuerpo complejo que sentimos y que tenemos individualidad; pero ciertamente, una individualidad imbuida en los otros, quienes operan a un tiempo como otros cuerpos y, en suma, como un lugar. Desde la perspectiva actual, el lenguaje (visto como texto, como habla o escritura), no funciona muy distinto de esto, su tejido de signos está igualmente vivo y posee estructura celular, las palabras que se comparten en el cuerpo del texto son las mismas palabras que usamos, que nos usan.
En ese sentido, nosotros también somos escritos. Nuestra propia experiencia verbal abraza la experiencia de nuestros sentimientos desde un lenguaje común, “celular” y compartido. No es casualidad que en muchas culturas se atribuya a las palabras funciones análogas a los órganos corporales y, sobre todo, al hecho mismo de dar a luz; en este caso un alumbramiento del que tanto mujeres como hombres son partícipes. Incluso la letra, y ya no sólo la palabra, llega a ser unidad corporal de significación . Lo cual no es extraño si reconocemos que, en gran medida, las letras mismas derivan de cosas, animales y sonidos de la naturaleza ; razón por la que ni esta unidad mínima está exenta de corporeidad con sentido y por la que muchos artistas consagran a las letras obras conceptuales acabadas; según puede apreciarse en las imágenes siguientes del instalador inglés Nicola Yeoman, quien trabaja con objetos diversos para crear entornos de figuras volumétricas (letras), e ilusionismos de imágenes en espacios públicos.

 

Por otra parte, es natural que si el lenguaje tiene un cuerpo tenga también una sexualidad. Para miradas como la de Joseph Brodsky existe al respecto cierto retorno a lo clásico, y, coincidentemente con las teorías contemporáneas, eso que en la historia de las artes se ha conocido como “la musa” (y que ahora empatamos al giro lingüístico) no es sino la presencia del lenguaje . Para el escritor ruso, no sólo la lengua, la voz —como en el caso de la ‘lengua materna’— es una presencia femenina, sino que el apego mismo de la escritura es monógamo pues la empresa de la escritura suele ser monolingüe y tal monogamia es algo que le es dado al artista, se trate de un hombre o una mujer.
Pero, a pesar de ser materiales, la voz y la escritura difieren genéricamente. Y es preciso, como planteaba Mitchell, delinear la especificidad de ambos medios. El papel de la mirada y su “silencio” imbuido en la escritura se distingue no poco del carácter sonoro (vocal y auditivo) del habla. Para muchas poéticas del lenguaje y desde el punto de vista lacaniano, ésa es una tesis cuyo fondo elemental también se suscribe al género. Bajo este criterio psicológico “el lenguaje en los humanos es, en primera instancia, alimentario y escópico. Es como decir que el lenguaje se nutre en un terreno esencialmente femenino. Desde luego, el sujeto no hablaría jamás sin la intervención hecha en el nombre-del-padre que viene a arrancarlo tanto del seno como de la mirada maternos” . Así, es en el ámbito femenino que la mirada se gesta tanto material como sin distancias; por lo que el lenguaje se comprende, se “ingiere” y se “degusta” sin necesidad de ser hablado. Antes de estas perspectivas analíticas de mediados de siglo XX, de hecho, ya Rilke lo había observado en El libro de las imágenes, en un poema llamado “De las muchachas” cuando escribe: “sólo las muchachas no preguntan qué puente lleva a las imágenes” . Para el escritor checo, el tránsito de la mujer a la poesía y a las imágenes es libre; mientras que para los hombres este tránsito es sinuoso y sólo le es dado al poeta. Y no se trata de que la oralidad de la palabra le sea lejana a la mujer, sino que “su palabra tiene otra necesidad que la del hombre. Ella está más cerca del inconsciente y de la palabra poética; dicho de otro modo, ella está más cerca de lo escrito y le deja al hombre la función de orador” .
Esta relación silenciosa con las palabras escritas es algo que no sólo quedará en la teoría, sino que también se volverá tema del propio discurso visual de lo escrito, sobre todo, en artistas mujeres, quienes se inclinarán por los temas propios de la feminidad y del cuerpo: de la intimidad al silencio, de los sueños a la mirada de género, del contacto con las telas a la piel, el alimento, etc.; tal como puede apreciarse en los siguientes ejemplos.
En primera instancia, encontramos el caso de la artista marroquí Lalla Essaydi, quien realiza retratos de “situaciones caligráficas” hechas tanto en papeles y telas como sobre la piel de mujeres; en sus contenidos se critica la represión islámica a su género al tiempo que se utiliza el elemento religioso y sacro de la escritura.

 

A continuación mostramos otro conjunto de imágenes tanto en torno al cuerpo, como propias del cuerpo del lenguaje y la feminidad. La primera es de la joven diseñadora y fotógrafa canadiense Rosea Lake, la cual consiste en la toma de una mujer de espaldas, en una de cuyas piernas se ha escrito diferentes adjetivos de acuerdo a, según sugiere la imagen, la altura que se podría usar una falda y ser calificada socialmente a partir de ello; de abajo hacia arriba puede leerse en inglés palabras que en nuestro idioma equivaldrían a: “matronal, mojigata, pasada de moda, apropiada, coqueta, virgencita, provocativa, urgida, golfa, puta” . La que le sigue se trata de una pintura de la artista californiana Monique Prieto en la que, en medio de figuras del tipo psicodelia se lee en tipografía inventada: Last Night’s Dream (El sueño de anoche). Por último, se aprecia una instalación de la artista rusa Ekaterina Panikanova, la cual consiste en una aguada en tinta y acuarela hecha sobre páginas de recetarios, cuadernos de notas, libros y otros volúmenes abiertos y cuyas páginas fungen de lienzo en una especie de rompecabezas.

 

Cuando en su libro De la gramatología, en el ensayo dedicado a Rousseau, Jacques Derrida acuña su célebre frase “no hay nada fuera del texto” a lo que se refiere el pensador francés es precisamente a que en “el texto” no existe realmente un afuera, porque de alguna manera “todo es texto”, es decir que: todo lo que posea significación, todo lo que pueda ser interpretado podrá asimismo entenderse —epistemológicamente— como un texto (el texto del discurso, del habla, de los gestos, de la moda, del sentido, etc.). Así, todo cuerpo del lenguaje se encuentra a su vez inmerso en un contexto.
Concebido como esta entidad fenomenológica, el texto como cuerpo se vuelve una estructura demasiado amplia, aunque no por ello imprecisa de acuerdo a sus condiciones. Digamos que la construcción y la identificación del texto son también su propia elaboración; lo cual expresa que los textos y los contextos se generan, crecen y se limitan al mismo tiempo.
recordemos que para Derrida, los textos son campos constituidos en base a la oposición de las ideas, de la misma manera que una palabra se distingue como tal por oponerse y nutrirse de otras. Con ello, las huellas o marcas que los signos hacen dentro de los contextos pueden también fungir como elementos de textos futuros cuya codificación no se ha ejercido, por lo que el “sentido de un texto” no es algo que se desate de él inmediatamente sino como el desplazamiento constante de un flujo de situaciones, lo que hace que sus enfoques se hallen todo el tiempo en un juego de contrastes producidos por un sistema lingüístico vivo. Así, las huellas del lenguaje no son anclajes sino supervivencia misma de significado. Y en este fluir del sentido el decir, hablado o escrito, es una oportunidad; y la oportunidad es, a su vez, una deriva del ser. Todo lo que emite un mensaje o escucha otro debe abrirse o colocarse al margen de sí mismo. Lo cual, como vimos arriba, acuerda con el carácter de exterioridad del ser y la despersonalización del sujeto. Para Derrida, el conocimiento mismo no se halla cimentado en bases inamovibles; por el contrario, los textos que fundamentan los saberes humanos son frágiles y cambiantes; poseen un cuerpo y, con ello, obligadamente, un destino siempre inestable.

 

3 ESCRITURA E IMAGEN: Una aventura doble y una correspondencia / apartado teórico-historiográfico
 

3. 1 En busca del origen: historia del espacio en la escritura y de la escritura en el espacio

El presente apartado supone un viaje de carácter crítico a través de los fenómenos y sus teorías, y deja para más adelante los recorridos monográficos. Aquí, se comparan los rasgos representativos de la cultura en lo tocante a la escritura y las imágenes en el arte y se rastrea el origen de sus paradigmas, ahí donde se cifra el viaje doble de la escritura y la imagen, uno hacia fuera de sus límites formales, otro hacia adentro de su propia conciencia de significado, en añadidura de un tercer desplazamiento: la aventura que palabra e imagen sostienen una hacia otra en continua correspondencia. Relaciones que más tarde nos llevarán a construir nuestra metodología. Esto es: un ‘afuera’ físico (soporte), un ‘intermedio’ simbólico (textura) y un ‘adentro’ conceptual (leyenda). Veamos en qué consisten tales vuelcos.

* * * * *

No todo lo que hoy nos parecería típicamente posmoderno, como el arte conceptual o la poesía que tiene el lenguaje como tema, se cernió hace pocos años; hay hechos históricos importantes que surgen un tanto en la oscuridad de su propia época, o bien, conceptos que aparecen una vez pero esperan durante muchas décadas a ser continuados con las ideas de otros en otras generaciones y lugares. Para muchos, los verdaderos cambios del arte en cuanto a un nuevo modelo de pensamiento han consistido, no en una sola, sino en una serie de revoluciones impulsadas por el bombo tecnológico y el avance de la cultura de consumo; pero sus progresos, sin embargo, se han visto detenidos o aletargados a causa de las grandes guerras o del alterado ritmo en las relaciones transatlánticas.
En cuanto al giro del lenguaje que afectará al arte de un modo general, la teórica neerlandesa Mieke Bal nos habla sobre esta peculiaridad flexible y viajera de los conceptos dentro de las humanidades . De modo que frecuentemente, en temas contemporáneos, es menester observar fenómenos aparecidos muchos años atrás y hallar las inmanencias que completan alguna genealogía, o bien cierran diálogos, acaso no tanto al modo cíclico como expone la concepción nietzscheana del eterno retorno, sino más accidentadamente, a veces desde la teoría o en la propia ideología de los artistas. Asimismo, nos señala la autora, los conceptos no sólo se desplazan en el tiempo; también cambian de nombre, de disciplina e, incluso, de significado .
Bajo estos criterios distinguimos que el giro del lenguaje involucra menos una evolución repentina que un proceso de pensamiento afincado poco a poco en la manera de hacer arte y que se sigue gestando en nuestros días en muchos ámbitos. En todo caso, esa sería su “evolución”, una lenta construcción a veces un tanto subliminal de los hechos, en distintos lugares y épocas.
Cuando interrogamos a la poesía del lenguaje y a la escritura conceptual sobre sus procedencias a nivel paradigmático, nos topamos con un par de eventos históricos diferidos por poco menos de dos décadas pero, al final, íntimamente conectados en lo subsecuente y, sobre todo, en los modos de hacer arte en nuestros tiempos. Nos referimos, a “El tiro de dados” de Mallarmé y a la pala de nieve de Marcel Duchamp.

 

3. 2 Más de un siglo del espacio en la escritura

La obra poética de Stéphane Mallarmé resulta de singular importancia ya que no sólo estipula el verso libre como otra manera de pensar el poema, sino la literatura misma. Esta concepción entraña algo más que una novedosa absolución de la escritura y su técnica. Al “expandir” las líneas en el blanco de la página el discurso cobra una espacialidad que antes no era sino una concernencia menor.

 

Digamos que, al reinaugurar ese espacio, la poesía nunca volvió a ser la de antes: fondo y forma se declararon ámbitos conceptuales y completamente experimentales, con los que era posible conectar una nueva idea de hacer literatura. Para Umberto Eco es con la obra de Mallarmé que surge el concepto de complementariedad en la escritura. Una vez abierta la escritura, el disfrute de ésta se filtra como una suerte de sugerencia al lector, quien se motiva ante la sensación de que algo ha quedado inacabado, algo que empezará a habitar justamente en los ojos de quien lee, y a quien Eco llamará más tarde “el intérprete”:
Con esta poética de la sugerencia, la obra se plantea intencionadamente abierta a la libre reacción del que va a gozar de ella. La obra que “sugiere” se realiza siempre cargada de las aportaciones emotivas e imaginativas del intérprete. Si en toda lectura poética tenemos un mundo personal que trata de adecuarse con espíritu de fidelidad al mundo del texto, en las obras poéticas, deliberadamente fundadas en la sugerencia, el texto pretende estimular de una manera específica precisamente el mundo personal del intérprete para que él saque de su interioridad una respuesta profunda, elaborada por misteriosas consonancias. Más allá de las intenciones metafísicas o de la disposición de ánimo preciosa y decadente que mueve semejante poética, el mecanismo de goce revela tal género de “apertura” .

Pero este sentido de participación del “intérprete” no prevalecerá únicamente como una revolución de la lecto-escritura, sino que se proyectará con el tiempo en las manifestaciones de la cultura. De esta manera no solamente el papel de lector se halla activo ante la obra, sino que el lenguaje se convierte en el sujeto de la escritura. Con la libertad del verso (emancipado para siempre del yugo fónico de la rima) y de su espacialidad en la página, la poética se vuelca a la mentalización y a la reflexión de su proceso íntimo, de modo que el sentido crítico deviene a un tiempo sustancia visual y literaria.
Es conocida la anécdota de cuando el pintor Degas, que pretendiera hacerse poeta, visitó a su amigo Mallarmé para compartirle lleno de efusión su gran idea para un libro; a lo que sin empacho le respondió, ahogando súbitamente su fuego, que los libros no se hacían con ideas, sino con palabras . ¿Qué significa esto? En cierta forma que era tiempo de acabar con los mitos y figuras ideales de la creación, y resarcir así a la poética su parte humana perdida, a decir del propio Mallarmé: “dar un sentido más puro a las palabras de la tribu” , a las metáforas vencidas y a sus silencios y huecos. Y he aquí que lo que no había importado se volvió forma y estilo, que ese perfil de llave que posee cada poema abrió la puerta de su propia lucidez y se nombró estancia única: ámbito que en la escritura inaugura otra clase de reto; el de la imperfección, pues, decía el poeta: un sentido demasiado preciso ensucia la poesía… y la ceniza de un cigarro, es la separación de su claro beso de fuego .
Para Douglas Crimp, el aporte de Mallarmé a la concepción de la visualidad actual se equipara a uno de los conceptos viajeros a que nos referimos arriba. Para el teórico norteamericano la manera mallarmeriana de que los símbolos incidan en un espacio asimismo significante, guarda más relación con el arte actual que con el modernismo, del que históricamente es más cercano . “Valery decía al referirse a la obra de Mallarmé, que podía ver por primera vez en el espacio la forma de un pensamiento; Octavio Paz agrega: «Pienso en una música nunca oída, música para los ojos, una música nunca vista»” . Obsérvese esta corrección de pruebas del contenido de su poema “Tiro de dados” y repárese en el modo tan espacialmente abierto de su planteamiento tipográfico.

 

Mallarmé, quien consideraba que los poetas jóvenes de entonces estaban más cerca del ideal poético que aquellos doctos que escribían su objetivo de manera directa como hicieron ya los viejos filósofos y retóricos, anotaba:
Es preciso que sólo exista alusión. […] Los parnasianos consideran la cosa en su totalidad, y nos la enseñan: y, entonces, le falta el misterio; le quitan al espíritu del lector la alegría deliciosa de creer que él también está creando. Nombrar un objeto supone eliminar las tres cuartas partes del placer que nos ofrece un poema que consiste en adivinar poco a poco; sugerirlo, éste es el camino de la ensoñación. En el uso perfecto de este misterio anida el símbolo: evocar paso a paso un objeto con el fin de manifestar un estado del alma; o, a la inversa, escoger un objeto y extraer de él un estado de alma, a través de una cadena de desciframientos .

En efecto, sorprende aún en nuestros días la vigencia de tales palabras.

 

3. 3 Un siglo de la escritura en el espacio

Hace exactamente un siglo (1915) , por las calles de Nueva York, Marcel Duchamp se detuvo en una ferretería a comprar un objeto cotidiano y típico del norte de los Estados Unidos: una pala de remover nieve ; sólo que los propósitos para su uso estaban muy alejados de la vida doméstica, al menos en ese entonces. Es curioso, pero Duchamp no era el único artista que buscaba inquietamente en esas mismas calles otros objetos comunes para volverlos singulares, y seguramente más de una vez en esos mercados terregosos, tropezara con el joven Joseph Cornell , el padre de las “cajas-poéticas”, del assemblage.
Lo que Duchamp hizo con la pala fue escribir en su mango de madera esta frase: «in advanace of the broken arm» (en adelanto del brazo roto). Al parecer, en ese y otros actos similares de por esos años el artista francés se había topado con algo muy grande a lo que él se abocaba pero, cuyo sentido, no lograba entender del todo.

 

En el ensayo Ready-made, Objet Trouvé, Idée Reçue (Ready-made, objeto encontrado, idea dada) Benjamin Buchloh compara los discursos formulados por Marcel Duchamp en 1957 y por Roland Barthes, diez años después . El crítico, destaca, no sólo el enorme parecido entre sus postulados, sino algunos de los riesgos que acarrea el “trabajar” de cerca con estos dos tipos de teorías lingüísticas: una (la de Duchamp) abocada a los objetos, y otra (la de Barthes) dedicada esencialmente a los textos . Atendamos algunos pasajes de ambos discursos.
Por una parte, Marcel Duchamp está convencido de que “el artista no es el único que consuma el acto creador pues el espectador establece el contacto de la obra con el mundo exterior, descifrando e interpretando sus profundas calificaciones para añadir entonces su propia contribución al proceso creativo” . Al parecer esto coloca al artista (visual) no sólo en una situación excéntrica (entiéndase literalmente: como fuera de centro) a su propia obra, sino que, —en palabras del propio Duchamp— le confiere una calidad de “médium” ante su objeto de arte.
Por otra parte, en lo tocante al cosmos del lenguaje, Barthes, recoge, en muchos sentidos una postura análoga:
un texto está formado por escrituras múltiples, procedentes de varias culturas y que, unas con otras, establecen un diálogo, una parodia, una contestación; pero existe un lugar en el que se recoge toda esa multiplicidad, y ese lugar no es el autor, como hasta hoy se ha dicho, sino el lector: el lector es el espacio mismo en que se inscriben, sin que se pierda ni una, todas las citas que constituyen una escritura; la unidad del texto no está en su origen, sino en su destino, pero ese destino ya no puede seguir siendo personal .

Para ejemplificar esto, recordemos, de la misma época, el texto-manifiesto del movimiento Fluxus que “redactara” George Maciunas, y que se compone tanto de sus frases manuscritas como del pegado de textos de diccionario. Varios medios para proponer un solo discurso, ante el que, por supuesto, se le resta importancia al autor.

 

A diferencia de Duchamp, para quien el artista media entre una obra (espacialmente determinada) y un espectador; Barthes habla del lector como un espacio en sí mismo, es decir, el espacio en que “vive” la obra. El problema aquí es sutil, pero no deja de ser evidente, aun en el supuesto de que artista visual y escritor funjan como “médiums”. Se trata de un aspecto simple de materialidad en el que, las supuestas equidades de discurso se ven trastocadas: por un lado, hay un lector como espacio; y, por otro, hay una obra como espacio. Digamos, que la equidad sería ejercida si, por ejemplo el libro (en el caso de la escritura) asumiera el espacio que asume la obra (en el caso del arte visual). Por lo cual esa comparación supone un error elemental y, de esa manera, coloca la teoría meramente lingüística ante la necesidad de ser complementada por una especie de sintaxis aplicable también, no sólo a las imágenes, sino a los objetos que permiten a estas ser tales.
He aquí entonces un factor medular, una divergencia más en la vieja relación foucaultiana entre imagen y palabra: el soporte de lo escrito no soporta la escritura de la misma manera que el soporte visual lo hace con la imagen, al ser esta en sí misma un objeto de arte. Y, en efecto, como habíamos visto al principio, a diferencia del texto, el cual hay que ir descubriendo en un lapso de tiempo determinado; la imagen es contundente, pues, sin depender necesariamente de un proceso, contiene eso mismo que derrama.

 

3. 4 Arte y acto: historia del escribir y del nombrar

Por lo pronto, lo que deja claro la anterior “discrepancia” entre disciplinas es que escribir y nombrar son cosas distintas. Pero hemos dicho ‘disciplinas’, cuando, pensándolo sutilmente, ¿no sería más adecuado decir: epistemologías?… Veamos qué es lo que “no encaja”.
Si bien, por una parte, tenemos a Mallarmé a las puertas del siglo XX esgrimiendo argumentos revolucionarios de la función poética, desde el ámbito que representa el canon histórico del conocimiento (el propio texto); por otra parte: ¿a qué “disciplina” histórica se adosaba Duchamp al momento de escribir algo en una pala y ‘nombrar’ a eso arte?… Ciertamente podemos contestarnos que hay una tradición involucrada en ello pues Duchamp había sido, y siguió siendo, un artista visual. Por otro lado, sería ridículo intentar desacreditar al Mallarmé por no “actualizarse” y, en cambio, seguir usando su única herramienta disponible: las palabras, y tacharlo de anticuado cuando, en realidad no se podía ser más moderno; como no lo era menos Duchamp, en el mismo afán rimbaudiano y determinante que proclamaba: if faut être absolument moderne (hay que ser absolutamente moderno).
‘Ser’ moderno, ‘ser’ artista visual; ‘ser’ o no algo arte… En todos estos sentidos el nombrar y el ser son importantes; y, sobre todo aquí, se iniciará la conocida querella por el ‘ser’ o ‘no ser’ del arte; misma que, según advertimos en los medios de comunicación continuará aún vigente más allá de nuestros días, y a la que la crítica más simplista siempre ha de inclinarse como sujeto principal: la desacreditación del ser del arte o la de recibir el nombre de éste, la descalificación de un individuo en cuanto a su labor; es decir a la opinión (que, a diferencia de la reflexión, no constituye en sí la crítica) .
De lo que se trata aquí es de entender que la evolución de lo visual y la de lo escrito son complementarias pero nunca del todo análogas. Tanto así que Duchamp, al momento de ‘nombrar’ arte a una pala de nieve, él mismo dejó de ‘llamarse’ pintor; mientras que Mallarmé no dejó de ‘ser’ o de ‘llamarse’ escritor por “jugar” con los espacios o bien proponerlos desde su propio útil de trabajo .
En su tradición histórica, la literatura propone imágenes mientras que, por ejemplo, la pintura o la escultura, son la imagen misma. Ya el teórico Hans U. Gumbrecht defiende el cosmos de la imagen como un conocimiento tan trascendental como el escrito . Es cierto que hay ‘una’ historia del arte visual, ‘otra’ de la poesía conceptual y, ‘otra’ más, de la literatura. Pero ¿cómo acercarse a la historia de las ideas, y abordar sus caminos sin caer en la descripción de las líneas evolutivas de las “disciplinas” y, a partir de ello, poder entender el presente, no como el proyecto de una u otra tendencia, sino de modo más bien “polifónico” y tan visual como textual? He ahí la disyuntiva entre la “historia de algo” y “la historia a través de algo” .
En cuanto a que escribir y nombrar sean cosas distintas, tengamos en cuenta que cuando Duchamp realizaba sus primeros ready-mades, más o menos consciente de lo que iría a implicar; no olvidemos que, en Europa, Picasso aún exploraba el cubismo (el Cubismo se había definido y Gulliaume Apollinaire publicaba Les peinteures cubistes hacia el París de 1913). Se puede decir, metafóricamente, que a cada pintura cubista que ejecutaba , Picasso ‘re-nombraba’ al propio cubismo; o dicho de otra forma, a cada cuadro cubista Picasso (y los adosados a este movimiento) ‘reafirmaban’ el cubismo una y otra vez; mientras que lo que ‘nombraba’ o ‘reafirmaba’ Duchamp no era propiamente un objeto, sino el arte mismo. Esto recuerda cuanto decía Kosuth respecto a que
la objeción más fuerte que puede plantearse contra la justificación morfológica del arte tradicional es que las nociones morfológicas del arte incorporan un concepto “a priori” sobre las posibilidades del arte. Pero dicho concepto “a priori” sobre la naturaleza del arte […] lo hace efectivamente “a priori”: [En la tradición] es imposible cuestionar la naturaleza del arte. Y este cuestionamiento sobre la naturaleza del arte es un concepto muy importante para poder comprender la función del arte .

Sin embargo, y he aquí un giro cardinal, es preciso considerar que el cubismo, por ejemplo, no sólo fue pintura, sino que abrazó también el collage, “llevando” así los elementos tradicionalmente externos de las obras (objetos cotidianos, como la pala de Duchamp) a los tradicionalmente internos de las obras (soporte, cuadro, estructuras, firma), costumbre de ensayo que con el tiempo acabaría en la visión de la obra por completo afuera del bastidor y del propio marco. Comprobamos la teoría de Kosuth cuando decía que el arte moderno era también conceptual; razón por la que, de acuerdo a la otra tesis de conceptos viajeros de Mieke Bal hemos tenido que viajar tan atrás. ¿Podría entonces considerarse una clase de escritura lo que hacía Pollock al chorrear la pintura, acaso el signo mismo del pintar, del manchar?
A partir de todo esto —en efecto tangencial a la narrativa histórica como antojaba Gumbrecht—, concebimos ese doble viaje epistemológico del arte de que hablamos: uno que va desde lo formal hasta su exteriorización, al que llamaremos ‘Parergon’; y otro, de interiorización al que llamaremos ‘Autorreferencia’. Valga decir que ambos recorridos del arte forman un solo éxodo hacia el lenguaje, llámese visual o escrito. En el primer caso, se encuentra esta obra de Eva Hesse, la cual se puede entender dentro de la metáfora de un lápiz cuyo trazo ha salido de la hoja, o bien, como pinceladas cuyas formas sobrepasaron la tela, o bien, una obra que ha escapado de un museo.

 

El segundo caso puede pensarse como una palabra que se escribe y se contempla a sí misma; o bien, como un letrero de curva al fondo de un callejón sin salida. Tal es el efecto de la siguiente obra del artista mexicano, Stefan Brüggemann.

 

Lo que podemos decir al respecto de la escritura y la visualidad es que sus modos de hacer fueron lo que emancipó las artes del lastre de la tradición. Y también que, a su vez, no todo lo que quedó de la tradición lo hizo para estancarse.
Este carácter doble del arte es cierto en el sentido mallarmeriano del texto: por una parte, físicamente significante y, por otra, discursivamente reflexivo del construirse a sí mismo. Compárese, por ejemplo, el Tiro de dados con uno de los poemas estocásticos de André Bretón de los tiempos del primer manifiesto surrealista, en 1924; en el que, por cierto, también “se habla” de azar.

Para Mario de Micheli, “los papeles pegados de Picasso y de Braque tienen el mismo valor que la inserción de un lugar común en el desarrollo literario del estilo más laboriosamente depurado. Incluso está permitido dar el título de POEMA a aquello que se obtiene mediante la reunión, lo más gratuita posible […] de títulos recortados de los periódicos diarios”. Así, no muy lejos de ello, se sortea hoy con el lenguaje en el arte” .
Es preciso destacar que estos viajes no tienen un afán fundacional ni revolucionario; al contrario: replantean el camino todo el tiempo y su única conquista es el propio impulso hacia lo desconocido. Esto evoca algo ocurrido hace medio siglo cuando Robert Barry, al ser cuestionado por lo revolucionario en la filosofía de su arte, respondió con sincera espontaneidad:
me interesan cosas que no entiendo del todo. Tal vez por eso destruyo la mitad de las cosas que hago, trato de lidiar con cosas que tal vez otra gente no ha pensado, haciendo una pintura que no es una pintura o que lidia con la pared alrededor de la pintura; como el vacío. Por años la gente se ha preocupado por lo que va dentro del marco, y tal vez hay algo más interesante que está sucediendo fuera del marco y que podría considerarse una idea artística .

Ese “lidiar” del objeto del arte y esa importancia del vacío, de que habla Barry es algo que podemos también encontrar en su proyecto-acción Gallery Closed (Galería cerrada). Para el cual el artista, a través de tres galerías de arte convocó a una inauguración ante la que el público sólo se topó con un letrero que decía: «Durante la exposición la galería permanecerá cerrada». En una entrevista posterior, Barry dijo de esta obra: “mi método de presentación radica, en cierto modo, en empezar por la idea de no presentación. Luego me digo, bien, el siguiente paso, ¿cuál es la mínima cantidad de presentación con que puedo conseguirlo? ”
Todo indica que esa “mínima cantidad de presentación” Robert Barry la encontró sin duda en la escritura; en el texto.

 

3. 5 Situaciones: simulacro y apropiación

Pero dejemos el espacio y el vacío por un momento, y preguntémonos: ¿acaso no recuerda este particular uso de la circunstancia y la idea una forma flagrante de simulacro: un texto que convoca a los comensales para decirles que están invitados a algo que no suponían? Hasta qué punto es esta idea escrita el plan para una puesta en escena, en la que, curiosamente, la escritura no ocupa la función de guión sino de actor o de escenario?, acaso, más apropiadamente dicho, ¿de una realidad simulada? Si observamos a fondo. Este acto de Barry recoge, al menos, una posible influencia en la cultura norteamericana, del controversial hecho que ocurriera treinta años antes, cuando Orson Welles transmitiera por radio, como si fuera realidad, una adaptación de La Guerra de los mundos; ante la cual mucha gente creyó como verdad que había en curso un dominio extraterrestre. He ahí las palabras en su aspecto pragmático. ¿No es esta manera de usar el lenguaje una irrupción clara en la “realidad” de lo cotidiano, más que una proyección imaginativa propia del arte? ¿Puede ser las dos cosas?
Jean Baudrillard apuntaba que “no es la naturaleza verdadera la que transfigura el ambiente cotidiano, sino que lo son las vacaciones, ese simulacro natural, ese envés de la cotidianidad que no vive de la naturaleza sino de la Idea de Naturaleza; son las vacaciones las que hacen las veces de modelo y delegan sus colores en el dominio cotidiano primario” . ¿Es, en tal sentido, este arte como esas “vacaciones”?
¿Qué no estaría pasando en el arte si, justo un par de años más tarde en París, Ben Vautier colgaba su célebre óleo El arte es inútil, regrese usted a su casa? …Y si el arte en verdad parecía inútil; no lo era así con el texto, que en este caso es algo indispensable para decir cuanto no lo es.

 

Tal vez el epílogo de nuestra historia hasta ahora sea que, por una parte, el sitio donde mora la imagen de la obra visual ya no está exclusivamente en las cosas, y sí más cerca del “intérprete”; y que las obras que antes habitaban “dentro” del lector, ahora también comparten lugar con otros muchos interiores. Es ésta una forma de imantación de la visualidad y del texto hacia el “campo magnético” de las ideas.
Tanto es así, y de tal modo el lenguaje es el causante de estas operaciones, que es fácil identificar al artista actual mismo como un apropiacionista del lenguajes para construir otros. Como en la siguiente imagen, la cual fue formulada por un estudiante de arte (Evan Townsend) y que consiste en “traducir” la obra anterior a lenguaje braille conservando en lo posible sus rasgos formales.

 

Hasta ahora hemos hablado del arte y la escritura en su ruptura con las antiguas prácticas. Advertimos así cómo ni el artista ni el escritor o la presunta belleza de sus creaciones valen más que las ideas puestas en las obras y su acogida en el espectador, al que Eco llama “el intérprete”. Hablamos también del viaje doble del arte y la escritura, del par de tradiciones que fincan su itinerario en dos vías hacia un mismo destino: el concepto. Vimos que el arte en general viaja doblemente porque en él hay un enorme impulso de interioridad y exterioridad simultáneas; impulso, por un lado, de cavilar acerca de su propia subjetividad de ser arte, y encarnar un significado; y, por otro, de liberarse de la “prisión” formal en que hasta ese momento había sido concebido adentro de soportes, de márgenes y marcos, de recintos, etc.
Antes de continuar, ejemplifiquemos el doble viaje del arte con un par de casos “dentro” (hacia su significado) y “fuera” (renuncia a su soporte físico). En primer lugar, tenemos una instalación de Kosuth en la que las propias sustancia y definición del arte se auto-expresan, dejando ver así una obra introspectiva, una idea.

 

En segundo lugar se muestra la obra del uruguayo Luis Camnitzer, en la que se lleva al extremo el ámbito de la exterioridad de que hablábamos en una singular instalación intermedial y por completo conceptual en la que conviven la escultura, el objeto encontrado, el dibujo. El objeto consiste en un tronco muerto forrado por miles de lápices amarillos y contra una pared en la que se distingue el dibujo de un frondoso follaje. Todo ha salido del soporte: el árbol de su suelo, la escultura de su base, el dibujo de sus lápices y el papel de su cuaderno.

 

Vista en retrospectiva, de la apertura del espacio en la escritura y sus soportes, hasta la apertura de la escritura al centro de la cotidianidad, la herencia de este situacionismo en el arte de nuestros días deja hoy algunas opiniones encontradas. Para Néstor G. Canclini, en nuestros días “el arte juega con las imágenes y sus movimientos construyendo situaciones explícitamente imaginarias, con efectos disfrutables o que podemos limitar si nos perturban” , abandonando, por ejemplo, la galería; sin embargo, para Claire Fontaine estas prácticas y su experiencia estética no parecen de fácil evasión, pues han trascendido el arte y se han instalado adentro de los límites del consumo; lejos ya del verdadero espíritu del ready-made y de la escritura como re-nominación del arte, no estriban ya ni siquiera en la imaginación ni en el gozo o el rechazo; más bien “se presentan con la arrogancia de la obra maestra, inmaterial y efímera, y reivindican el principio, caduco y dudoso, de la «creación de situaciones». Pero tan sólo transforman momentos separados de nuestras vidas en el terreno de juego de algunos artistas, cuando el sueño infantil de las vanguardias era transformar la totalidad de la vida en obra de arte” . Para el colectivo femenino francés, este uso de ‘las situaciones’ en el arte contemporáneo (al menos del año 2000 en adelante) está por completo viciado y perdido de sus motivos originales tan enérgicamente cargados en la época de las grandes utopías (1960 – 1970).
En dado caso, una vez pasadas las vanguardias y las revoluciones juveniles, en la reflexión de autores como Hakim Bey, teórico situacionista por excelencia, para despertar a la sociedad queda pendiente la tarea de recoger lo más encomiable de esta clase de actos, haciendo a un lado justamente eso que los pervierte de su función catártica, como ¡el arte!; una vez llevado esto a cabo, el choque ético y político será de nuevo efectivo. Y ese elemento que lo propicie “debe desvincularse categóricamente de toda estructura convencional del consumo de arte (galerías, publicaciones, media)” . Se puede decir que el arte conceptual de los años recientes ha sido hasta cierto punto (como estudiaremos a detalle más adelante) engullido por los propios soportes y acciones que un día éste adoptara en sus primeras manifestaciones, cuando, de mano al acto anárquico de los artistas, sobrevenía cierto sentimiento de fresca extrañeza, traída asu vez de poner a “jugar” a las imágenes con el lenguaje y las ideas.
Todo indica que el irremediable carácter entrópico del arte conceptual —hoy tan criticado— es consecuencia de un abuso en el sentido de la sorpresa y de la teatralidad que los situacionismos consiguieron en su momento. Incluso el empleo de la escritura parece ir agotándose y perdiendo credibilidad llevada a su máxima capacidad óptica en nombre del arte. Este cansancio, por llamarlo de algún modo, se hace cada vez más evidente en la medida que se ensancha la brecha generacional: de las primeras obras de escritura conceptual (1960 – 1980) en que la novedad anárquica de las imágenes y los contextos generaba impacto social, hasta la recurrencia temática con que los autores contemporáneos o también llamados post-conceptualistas (1990 a la fecha) realizan apropiaciones y “covers” de tratados y temas antiguos, regresando tantas veces a la partida del arte comercial de la que se renegara hace medio siglo, generando un arte tibio y escasamente emancipador que, como afirmaba, Claire Fontaine, se desata más en el imaginario del artista que en la acogida generalizada.
Así, si el primer conceptualismo representó un juego teatral con la realidad, el conceptualismo de nuestros días sólo teatraliza al mismo teatro, tal como puede advertirse en el puente cronológico que se sitúan los siguientes tres pares de obras y la correspondencia que las antiguas puedan tener con las actuales, cuando ‘lo nuevo’ es transformado en un retoque o una actualización de eso que una vez lo fue; y que casi siempre consiste en modificar o adulterar sustancialmente uno de dos factores: o bien las palabras que contiene, o bien, el contexto que las alberga.
En cada uno de estos patentes saltos de época dentro del arte visual el eje cardinal es la escritura. A la izquierda tenemos las obras realizadas durante el primer conceptualismo (de la década de 1960 a la de 1980) que, más cercanas a las vanguardias y las utopías, resultaron en gran medida fundacionales del fenómeno conceptual del texto, mismas que distinguiremos de las de la derecha (de 1990 en adelante), en las que es notorio un claro diálogo paródico, y que extrañamente no nos resultarán demasiado “meritorias” o convincentes cada que sean mostradas ante las obras que les sirvieron de parodia o “inspiración”.

 

En más de una ocasión, el cambio de contexto (y sobre todo el uso de una ironía encima de la ironía que ya suponía la obra precedente) no parece suficiente para generar la sorpresa de que hablamos. Es evidente que, en tanto no haya un movimiento revolucionario notable en las sociedades globalizadas, el arte sólo producirá aisladas bocanadas de discurso y fallidos intentos de cambio. Se puede ser, incluso, un artista consciente de todo esto y, sin embargo, ser consciente también de tal paradójica imposibilidad de acto. Si bien es cierto que el arte alberga alguna injerencia en la afirmación de los cambios sociales, hay que tener en cuenta que “el arte nunca es el reflejo mecánico de las condiciones positivas o negativas del mundo: es [más bien] su ilusión exacerbada, su espejo hiperbólico” , por lo que, en una sociedad indiferente y controlada, el arte no deja de reproducir también sus vacíos.
Como podemos percibir a partir del arte de nuestros tiempos, “la apropiación, el pastiche, la cita; estos métodos se extienden a casi todos los aspectos de nuestra cultura, desde los productos más cínicamente calculados de la industria de la moda y el entretenimiento hasta las actividades críticas más comprometidas de los artistas” . Reconocer estas apropiaciones según nos parezca el caso (ya como riqueza o como pobreza de la expresión), será de utilidad para seguir entendiendo el azaroso camino de la mirada y del texto en la Historia del arte reciente, desde el significado hasta el sentido, desde el discurso hasta la inercia o moda del hacer arte; incluso, el mismo camino en que la apropiación devino prácticamente una condición académica que, al operar al lado de los museos de arte contemporáneo, hizo que estas instituciones (academia y museo) se auto-vindicaran mutuamente y se desplegaran como la estrategia temática de lo que debería, y deberá, seguir siendo el arte a los ojos de nuestro tiempo .

 

3. 6 Ut Pictura Poesis e Intermedialidad: una larga tradición

Para comprender bien todas las perspectivas del arte, la mirada y la escritura, es momento de regresar a la historia de la escritura y la imagen; no por separado, sino a la historia que hacen ambas. Lo que comentamos a este punto sobre imagen y escritura ha presupuesto únicamente intercambios que atañen su espacialidad y su significado. Es momento ahora de detenernos a reflexionar sobre otro desplazamiento igualmente importante y aún más antiguo: el traslado constante que cada una hace hacia la otra, en calidad de eternas vecinas viajeras: escritura e imagen, como “materias” expresivas, si se las quiere ver estructuralmente, pues desde lo más remoto de la Cultura, imágenes y escritura construyen en convivencia una parte enorme del conocimiento.

 

La razón por la que hemos empezado por lo visual y lo literario, antes que por las simples escritura e imagen, fue la de alertarnos apriorísticamente de ‘el concepto’ en el sentido que Kosuth lo describía y, así, nutrir más su lectura con otros fenómenos que implican, aun en el supuesto de que sean o no arte; ya que, ante todo, imágenes y escritura alternan en la Historia con el concepto; sólo que no hacen de éste su vehículo todo el tiempo.
Además si, como veremos adelante, el siglo XX empezó por desbordar las expresiones más híbridas del arte, hoy en nuestros días cualquiera erraría si buscase esencialismos, y creyera que imagen y escritura son medios puros o independientes.
Empecemos por notar eso a que nos referimos en un ejemplo que se ha vuelto medular en los estudios comparados de texto e imagen. El poeta griego antiguo Simmias de Rodas (300 a. C.), para muchos el pionero de los poetas visuales, escribió numerosos textos que, siglos después, conoceríamos por caligramas. Éste, por ejemplo se trata de un poema llamado Huevo, en él, el autor habla del nacimiento y alude a un huevo de ruiseñor.

 

“La lectura que propone no es de arriba hacia abajo sino del centro hacia la periferia, en forma de espiral, a la manera en que eran concebidas en la naturaleza las leyes de la creación, sugiriendo con el itinerario de lectura, al mismo tiempo, la forma del huevo y la condición cíclica y perpetua de dicho proceso […]. Muchos poemas figurados tienen un carácter meramente decorativo” .

Este carácter decorativo, suele basarse a través de la Historia en una función mimética del texto con aquello que representa. Algo importante a destacar en este tipo de obras es la unidad que a un tiempo hacen y simbolizan visualmente. Esto significa que las palabras, aun dispuestas experimentalmente, proponen una secuencia de lectura uniforme de acuerdo a sus propias reglas; y, podríamos aventurarnos a afirmar que entre este ejemplo tan antiguo y los célebres calligrammes de Guillaume Apollinaire, a tantos siglos de distancia (contemporáneo a Mallarmé, aunque más en el otro sentido de las dos tradiciones que vimos), no se esconde un paradigma de suficiente peso como para dejar de tender un largo puente de tiempo directo entre ellos.
La reflexión sobre las relaciones entre literatura y artes visuales tiene una larga tradición que se remonta a Platón y Aristóteles, aunque su manifestación más conocida se debe a Salmónidas y a Horacio. La sentencia horaciana “ut pictura poesis” se ha convertido en la formulación más afortunada e influyente en la historia de la comparación interartística y aunque en su contexto original la frase tenía un alcance limitado, se convirtió en uno de los principios fundamentales de la teoría de la comparación entre artes plásticas y literatura desde el humanismo renacentista hasta nuestros días .

Observemos una terna de poemas visuales (caligramas) confeccionados prácticamente de manera simultánea: uno, hecho en la Francia de la Primera Guerra Mundial (1918) por Guillaume Apollinaire, el otro, por el mexicano y eterno viajero José Juan Tablada durante una estancia en la Habana en 1919, y uno más del español Isaac del Vando.

 

El primer trabajo registra una posición patriótica del poeta y de confrontación del pueblo alemán. El texto dice: “Saludos mundo del que soy la elocuente lengua que su boca Oh París saca y sacará siempre a los alemanes ”; mientras que el segundo es de carácter por completo bucólico, en tanto que su composición es asimismo múltiple en elementos y más dibujística. En el texto se alcanzan a leer figuras como: “clama sobre el mar tu fulgor”, “Habana, son tus luces fulgores de cocuyos”, “las plumas de los abanicos y las sedas dela hamacas se mueven como las mujeres y como las palmeras”, etc.

 

En este otro caligrama, más contundente en el uso de la línea y el texto, encontramos algo que décadas más adelante se volverá familiar y que es ese impulso hierático en el modo de manipular el lenguaje. Aquí, Isaac del Vando, aborda temas religiosos que resultan iconoclastas para una cultura tradicionalmente apegada y respetuosa de las imágenes religiosas, como el símbolo de la cruz; mismo que ahora aparece bajo el título de la palabra “infierno”.

Llama la atención la forma en que los primeros ejercicios modernos de poesía visual no representan una completa ruptura con su tradición ancestral, de modo que sus contenidos resulten evidentemente corrosivos, o bien, ingenuos y sensibleros con respecto a lo que ocurrirá en las décadas subsecuentes. Siendo así, y de acuerdo a como hemos propuesto nuestra ruta de análisis, podemos ahorrarnos, —para fijar los preceptos teóricos— un mar de ejemplos intermedios de lo que los textos visuales de la primera mitad del siglo XX (y hacia atrás) se encuentran en la cultura visual y escrita.
Y si bien, para muchos, la episteme de lo verbal pondera sobre los otros sistemas, para teóricos, como Gumbrecht; Martin Jay o Rudolf Arnheim: “el pensamiento verdaderamente productivo, en cualquiera de las áreas de la cognición, tiene lugar en el reino de las imágenes”
Es curioso como, tarde o temprano, al estudiar estas correlaciones entre palabra e imagen, llegamos siempre a la máxima foucultiana con que abrimos nuestro estudio . ¿Y cómo hacer de esa determinación de infinito algo que no caiga accidentalmente en el “campo” de lo limitado y pueda explorar este fenómeno de correspondencia —en un decir del poeta Roberto Juarroz— como algo “sin condiciones en lo infinitamente abierto”? Veamos.
Dijimos que la tradición que inauguran las imágenes y las palabras corre por la historia larga y homogéneamente al concebir el texto gráfico como un todo, la mayoría de las veces, de modo figurativo o mimético, y más aún si consideramos que la propia historia de la escritura en general, parte de pictogramas e ideogramas a veces distinguibles hasta nuestros días como cuando en la letra ‘S’ reconocemos aún la forma y el sonido de una serpiente .
Sin embargo, hay que tener en cuenta que hasta ahora hemos llamado ‘convivencia’ o ‘tradición’ o ‘viaje’ a la relación de escritura e imágenes cuando bien podemos decir: ‘destrucción’.

 

3. 7 Una revolución de última hora: de la escritura al símbolo

Era de esperarse que un arte cuyos procesos, algunos años atrás, habían emprendido la ruta tanto hacia su desintegración formal como a su impulso de autoconsciencia, se topara tarde o temprano con su propia extranjería y sus límites epistémicos, quedando de este otro lado de la Historia, sumido en una especie de orfandad posmoderna y, no obstante, no tan inadaptado para afrontar la supervivencia de un mundo tecnológico, globalizado y tan fragmentado como cualquier otro fenómeno recreado y expulsado de su propia estirpe.
A tal desafío de época, a ese reniego contra lo “maternal-paternal” y lo repetitivo que suponen las vueltas a la tradición, es a lo que Deleuze y Guattari han llamado El “Anti Edipo”. Este giro no es tanto una razón estética como una consecuencia político-ideológica. Si el arte ha cambiado irreversiblemente no es debido a la tecnología, sino a que ya no hay una diferencia fáctica entre humano y naturaleza. Sólo que esta “naturaleza” no es ya la utopía del paraíso exuberante, sino una naturaleza a la cual nuestra especie ha mostrado pertenecer verdaderamente.
La esencia humana de la naturaleza y la esencia natural del hombre se identifican en la naturaleza como producción o industria, es decir, en la vida genérica del hombre. La industria ya no se considera entonces en una relación extrínseca de utilidad, sino en su identidad fundamental con la naturaleza como producción del hombre y por el hombre” .

Esto significa que las costas nuevas a que ha llegado el arte, no sólo no miran más hacia los “océanos” de la tradición, sino que le ganan terreno de vuelta para secarlos. Pero si la teoría filosófica nos ha ilustrado este pase inusitado de lo humano y lo “verdaderamente natural”, ¿en dónde es posible ver el “anti-Edipo” del signo en la cultura? Comencemos por explorar la postura ante ese pasado y esta naturaleza.
Para Donna Haraway, esta coalición del humano y la naturaleza, por un lado, no puede competir sino aliarse a su vez con el crecimiento implacable de la tecnología y de las nuevas formas de convivencia; así como tampoco puede más incorporar aquellas visiones “revolucionarias” basadas en la defensa ni en la diferencia, como ocurrió con los primeros feminismos, importantes en su momento —para la autora—, pero ahora incapaces de contactar con una tarea que se circunscribe lejos de las promesas y palabreros. Haraway, se pronuncia por un “esfuerzo blasfematorio”. Un nuevo modo de conciencia para postrarse ante el presente cultural.
La blasfemia nos protege de la mayoría moral interna y, al mismo tiempo, insiste en la necesidad comunitaria. La blasfemia no es apostasía. La ironía se ocupa de las contradicciones que, incluso dialécticamente, no dan lugar a totalidades mayores, y que surgen de la tensión inherente a mantener juntas cosas incompatibles, consideradas necesarias y verdaderas. La ironía trata del humor y de la seriedad .

¿Cómo poder reparar en esta “actitud” irreverente y al tiempo globalizada del arte de manera gráfica? Observemos el poema visual “Kill” del artista irlandés John Sharkey, el cual hace una abierta denuncia a las políticas de los Estados Unidos en el tiempo de la Guerra de Vietnam, usando la tipografía y la seriación de las palabras emulando la bandera norteamericana. En las líneas se leen repetidos los signos de dólares y las palabras ‘kill’ y ‘maim’ (“dinero” + ‘matar’ y ‘lisiar’ en español).

Este nuevo código social ante el que los artistas se valieron de todas las herramientas posibles, terminó pronto por llevar al lenguaje visual a su máxima capacidad óptica: colores, dimensiones, superposiciones, legibilidad, golpe de vista, etc. Por supuesto el concepto también se hallaba ahí, sólo que a diferencia del arte conceptual, este tipo de poesía no mostró rechazo por los objetos y la estética de las imágenes, de modo que llegaba a compartir tribuna fácilmente con el diseño gráfico y con la publicidad, muchas veces, de esta última, llegó a mostrarse a un tiempo como adepta y rival. Situada entre lo popular y, en gran medida, exiliada de los libros, la crítica de la poesía visual se ejercía con dificultad, por lo que sus autores no pasaban de engrosar un arte de culto.
Se puede decir que, en el transcurso de más de medio siglo de esta poesía, el elemento de la estética formal raras veces abandona del todo la visualidad de sus composiciones, como es el caso de los poemas del uruguayo Clemente Padín, cuya “paleta” tipográfica aún está presente en muchas de sus obras. Uno de ellos es el poema “Paz / Pan”, en el que por medio de collage fotográfico (en el que aparecen multitudes en pobreza) y el juego morfológico de tipografías cierra perfecto su mensaje activista.

 

Ahora, este segundo poema visual de Padín, da muestra de cómo cierto esteticismo formal es un elemento recurrente, heredado tanto de la antigua tradición como de las vanguardias modernistas, pero que ha quedado presente en las composiciones de este tipo de poesía, y como si su leit motif oculto fuera el de ser atractiva a toda costa. Como habíamos dicho, una especie de plástica de las palabras en tanto a la visualidad de sus signos. Vemos aquí otro poema de Padín influido por un breve movimiento, casi una técnica, conocido como Letrismo.

 

“Fue el Letrismo, un grupo internacional creado por Isidore Isou (…) durante la Segunda Guerra Mundial. Ligado a la tradición escandalosa del dadaísmo, los letristas dejaron su primera huella en Francia” a mitad del siglo XX, para más tarde transformarse, luego de disidencias y reaperturas, en un movimiento más sólido con el nombre de Internacional Letrista.
La poesía letrista resultaba notable por su insistencia en la importancia material de los significantes dispuestos sobre la página, circunstancia que llevó a la introducción de alfabetos inhabituales, como el código morse, el braille, el lenguaje de banderas y los jeroglíficos en la obra de los letristas. Como en el caso de otros ejemplos de «poesía concreta» visualmente orientados, los letristas deseaban socavar la transparencia semántica de la palabra, reemplazándola por una «hipergrafía» (métagraphie) o una «superescritura» .

Apreciemos un poema letrista de Isidore Isou, llamado “Les Nombres XXII”, suerte de narrativa gráfica y de alfabeto inventado indescifrable.

 

Por un lado, si el arte había vencido sus soportes al destruirlos o salir de ellos, y la literatura había conseguido lo mismo con la imagen literaria a través de la sugerencia y el uso del silencio en su nueva conciencia de discurso y espacio; ¿qué es lo que le quedaba al arte de la visualidad y de la escritura aún por “vencer”?
Como vaticinio posmoderno, la respuesta llegó pronta (e “insolente” a la autoridad de la belleza y la arraigada cultura del texto): la sintaxis. La ruptura de la sintaxis llevó al arte de las palabras y de la imagen a consolidar un lenguaje hasta entonces desconocido y que, sin embargo, guardaba un vago parecido con lo que se considera el “lenguaje esencial”: un lenguaje óptico de formas directas a los sentidos, cuya traductibilidad no supone los mismos fracasos que hasta entonces los lenguajes del arte (como la pintura y la literatura lo supusieron); una forma completamente nueva de esta naturaleza humana: favorable a la copia y a la desmaterialización; social: discursiva sin ser culterana; en cierto sentido un ejercicio de orden —o sincretismo— de la Babel de los lenguajes; arte de impresiones, de percepciones, tan óptico como idiosincrático.
El movimiento letrista francés del año 1946 llega, al decir de algunos críticos a la “reductio ad absurdum” de los movimientos literarios. La búsqueda de Isidore Isou, Dufréne y Lemaitre los lleva en último término cuando ya prácticamente no quedaba nada por hacer, a dirigir su mirada hacia las letras y sus posibilidades creativas. Guillermo de Torre al historiar este movimiento se pregunta: “Si la sintaxis había caído hecha, astillas, el párrafo desarticulado irrecognosciblemente y la palabra triturada, ¿qué otra cosa quedaba por revolucionar sino la materia prima, las mismas letras?

Luego de lo que supuso (como con Mallarmé y Duchamp) una etapa de transición modernista en que se experimentan los caligramas y los juegos del lenguaje visual, llegamos al punto de quiebre del signo, a partir, del cual es posible hacer arte desde todas las perspectivas y tomando lo necesario de cualquier campo del conocimiento, en tanto que este aporte elementos comunicativos. Es esta la etapa en la que la experimentación se nutrirá de una incipiente globalización entre culturas. El concretismo brasileño seguido del Boom latinoamericano reavivarán y ampliarán el diálogo y, sobre todo, departirán en el gran laboratorio del lenguaje al que tanto artistas visuales como poetas habían sido convocados.
Cuando hablamos de experimentalidad nos referimos exclusivamente a aquellas búsquedas que se inician en la década del cincuenta con el movimiento concretista brasilero y han continuado hasta nuestros días con los grupos y movimientos: poesía/proceso; visualismo; poesía para armar y/o realizar, poesía fónica; poesía electrónica; poesía corporal y poesía sintética .

Herederos de los discursos de Mallarmé y Apollinaire, pero sobre todo de las poéticas más alternativas de la primera mitad de siglo, como fueron los Cantos de Ezra Pound (en que el aliento era entendido como un conjunto de voces simultáneas ligadas entre tiempos, lugares y lenguajes distintos), el Finnegans Wake de James Joyce (novela escrita en un lenguaje ideosincrático en que las unidades léxicas se funden entre neologismos y juegos del lenguaje) y las estructuras escritas de E. E. Cummings (en que la puntuación, las grafías minúsculas y la interrupción de la frase poética se usaban de manera alternativa para aportar nuevos sentidos a los versos), los concretistas brasileños apostaron todo por un nuevo arte sincrético del signo: de su sentido y su visualidad. Con la fundación del grupo Noigandres en 1952, poetas como Haroldo de Campos, Augusto de Campos y Décio Pignatari, dan principio a lo que será formalmente la poesía concreta.

Claus Clüver destaca que la posición crítica era la de romper con toda posible continuidad, la del rechazo no sólo hacia lo figurativo sino a toda idea de arte hedonista de “gusto gratuito” a favor de los experimentos dirigidos a renovar los valores esenciales del arte visual, como el tiempo, el espacio, el movimiento y la materialidad . A tales efectos se organizaron una vastas exposiciones en que compartían el espacio pintores y escritores adosados a estas singulares y recias premisas.

 

Tomando las palabras del poeta experimental Clemente Padín hasta este punto nuestra aventura teórica, compendiamos que “la ampliación del concepto de lo poético, la redefinición de su especialidad, la corporeidad poética, la disolución de los límites entre la poesía y las restantes disciplinas artísticas, son algunas de las cuestiones que se derivan de las premisas expuestas” .

 

3. 8 Desintegración del lenguaje

Para entender el arte como un proceso y un agente social es preciso tener en cuenta la desmaterialización del lenguaje y el arribo del signo. Tras el cansancio histórico de los discursos poéticos y las grandes narrativas de ‘la imagen del mundo’, el signo (desde la frase hasta la letra suelta), al ser la unidad más despersonalizada de la expresión, deja “automáticamente” al autor a expensas del lenguaje, al tiempo que, este signo, para mostrarse tal cual, ha de manifestarse como proceso. Digamos que el proceso es al signo, lo que la autoría y el estilo lo eran antes al creador. Esto podría ser fácilmente ilustrado si observamos algunos fenómenos de entre muchos ocurridos prácticamente dentro de una sola década que va de mediados de los 60 a mediados de los 70.
Por una parte, en materia de música, Pierre Boulez estrena en 1970 “Cummings ist der Dichter”, obra para coro y orquesta en homenaje al poeta estadounidense E. E. Cummings. Como en la mayoría de sus partituras, es posible notar esta desfragmentación del lenguaje de que hablamos, del que resulta la “personalización” del símbolo; en este caso produciendo un sonido atonal, cuya trama visual en la partitura evidencia el grado en que el lenguaje mismo de la música se somete a otro orden, alterando los signos bajo nuevas lógicas de pensamiento o simples posibilidades temporales y espacio-visuales. De las múltiples partituras, ofrecemos aquí (sólo en carácter de parámetro visual) la del homenaje en Mallarmé con el fin de compararla con las imágenes que de este escritor hemos estudiado .

 

En cuanto a la cuestión del proceso, el músico y crítico español Jorge Fernández Guerra, comenta:
Work in progress ha sido casi una categoría cultural puesta en pie por Pierre Boulez. Debemos ver en ella la tendencia de muchos creadores a considerar la materia de una obra musical como algo externo a las fuerzas del creador y, por tanto, susceptible de modificarse según la potencia de trabajo de cada momento. Para Boulez se trata de una categoría compositiva asumida conscientemente, pero puede estar implícita en muchos otros creadores .

Por otra parte, en 1971, en España, se registra el primer ejemplar literario “compuesto” por una computadora . Singular pionero en la lengua de Cervantes y bajo la marca del español Ángel Carmona, se publican los “Poemas V2: poesía compuesta por una computadora”. Volumen que, forjado con 28 kilovatios y 470 reactivos de lenguaje (lo que ahora constituye una irrisoria cantidad de memoria) alcanza orden de versos como estos: “Arderán perdidos y oscuros sus pasos / porque habrá acabado el momento de no llorar, / negra vida no levantes la belleza, / rozan tus besos mis ojos / truncando los pensamientos de tu amor / sin prisa. ”

“Arderán perdidos y oscuros sus pasos / porque habrá acabado el momento de no llorar, / negra vida no levantes la belleza, / rozan tus besos mis ojos / truncando los pensamientos de tu amor / sin prisa.”

(texto “escrito” por la computadora V2)

 

 

No es casual que en Brasil, la mayor parte de los autores adosados al concretismo se sumaran hacia lo que se conoció en 1971 por POEMA/PROCESO. Ante la disociación de la poesía y el poema y la consecuente separación de idioma y lenguaje poético por parte de la tradición, surge la necesidad de entender la escritura como un procedimiento (ideas, como es de notar, bastante mallarmerianas).

Lo que el poema/proceso reafirma es que el poema se hace como el proceso y no con palabras. Es importante el proyecto y su visualización. El poema/proceso surge de la diferencia entre poema y poesía, así como el concretismo marcó definitivamente la separación entre poesía y prosa. Por eso mismo es que jamás podría haber habido prosa concreta; en este aspecto el poema/proceso es una continuidad radical. Poema/proceso es aquel que a cada nueva experiencia inaugura procesos informacionales. Esa información puede ser estética o no, lo importante es que sea funcional y por lo tanto consumida. El poema se resuelve en si mismo no necesitando de interpretación para su justificación. El poema/proceso es la conciencia de crear nuevas lenguas, creándolas, manipulándolas dinámicamente y fundando posibilidades creativas. La palabra pretende ser universal por el sentido de funcionalidad .

Que pueda existir la ‘poesía concreta’, y no pueda haber ‘prosa concreta’ es un elemento clave que tendrá en cuenta el arte conceptual contemporáneo, al momento de considerar la visualidad un factor vehicular de su expresión en el que el ‘golpe de vista’, y no la ‘sesión de lectura’ (como estudiaremos más tarde) seguirá siendo el soporte más importante.
Para muchos, arte visual, tecnología y literatura eran una misma cosa. Eran los tiempos de OuLiPo , grupo internacional de escritores, artistas y científicos (integrado por Raymond Queneau, Georges Pérec, Italo Calvino, Julio Cortázar, entre otros) abocados a generar obras a partir de eventos procesuales no ordinarios y bajo técnicas de escritura alternativas: algoritmos, conteos y reordenamientos fonológicos, collages cibernéticos, sistemas lingüísticos inventados y demás prácticas experimentales que buscaban una especie de “escritura del lenguaje”, como es el caso de la “máquina” Cien mil millones de poemas , de Queneau, artilugio capaz de generar tal número de composiciones obtenidas por la aleatoriedad de diez sonetos-base combinados en cada uno de sus versos hasta agotar las posibilidades.
OuLiPo fue muy influyente en la experimentación del lenguaje fuera de la literatura tradicional, al grado que Gérard Gennete acuña los términos ‘oulipema’ y ‘oulipismo’ para designar no sólo los textos producidos por el grupo sino como un “verdadero objeto teórico” que ha devuelto al lenguaje el brillo de algunas de sus gastadas figuras históricas (como el anagrama, el palíndroma, etc.) brindándole un vuelo transformacional en que el azar y la participación colectiva tiene gran realce .
Otros de los hechos singulares ocurridos en esa misma década son, por un lado, la publicación del libro 20 Parodias y 5 canciones para oboe del ecuatoriano-venezolano Leonardo Páez, y, por otro, la aparición del libro del venezolano Lubio Cardozo. Ambos libros representan la cesión del mando de los poetas a manos del lenguaje. Según Pintó, “las Canciones para oboe, no significan absolutamente nada, son juegos verbales y sobre todo fónicos que recrean una identificación músico-verbal” ; (lo cual recuerda, como veremos más adelante, los mismos postulados para la escultura minimalista); en cuanto al trabajo de Cardozo, éste parte de juego anagramático y aleatorios de las letras para generar nuevos vocablos con significados matéricos y fónicos.

 

Tal como habíamos señalado, es sólo desde estos rompimientos que encontramos una vía directa a nuestra contemporaneidad artística e, incluso considerando la enorme mediatización y la presencia de internet, se puede observar que el modelo es el mismo. De hecho, existen numerosos parecidos de estas poéticas visuales con lo que María Andrea Giovine llama poesía procesual. Piénsese tan sólo en el enorme parecido del proyecto del poema de Páez, El llanto de la regadera, con el nombre del proyecto de Ciberpoesía, del año 2010, El drama del lavaplatos, del mexicano Eugenio Tisselli, “un programa construido por el propio Tisselli que permite que el autor elabore versos con la ayuda de un buscador autómata, y sorpresivo, que oletea por diccionarios de internet. El factor humano no permite, sin embargo, que la escritura sea un proceso automático: el poeta puede determinar qué palabra o palabras cambiar, aceptar o no las sugerencias del programa” .
Muchos otros son los ejemplos en que puede notarse esta desfragmentación del lenguaje y la edificación del signo de nuevas formas participativas. Algunos músicos ya desarrollan canciones con versos manipulados al antojo del “usuario-escucha” que se insertan en el tempo de la melodía como un rompecabezas contra reloj ; otros, en el terreno de las redes, como el Proyecto IP Poetry de Gustavo Romano, buscan cerrar y abrir algoritmos de lenguaje lógico en que Internet, usado como una mega-base de datos, es fuente de frases (generadas en cualquier tiempo y lugar) que se conectan a otras predeterminadas, de suerte que algunas ocasiones la máquina entrega resultados literarios como: “cuando un árbol cae en el bosque / lo hace por dinero…” o bien, ante el campo predeterminado “sueño que soy”, la máquina devuelve:

“A veces sueño que soy y no soy / sueño que soy el que fui y el que voy a ser / sueño que soy una pieza en un tablero de ajedrez / sueño que soy un volcán // A veces sueño que soy un pájaro / sueño que soy enano en tierra de gigantes / sueño que soy un turista de lujo // sueño que soy una mata de cardo / Mi vida es una horrible pesadilla.”

Habría que agregar que, además del texto, el dispositivo emula voz y video, y es una animación de labios en distintos fonemas la encargada de recitar los versos.

A través de casos como éstos, es posible notar cómo lo que en un momento empezó con la desfragmentación del lenguaje y la prominencia del símbolo, llegó por medio de la experimentación y de los soportes tecnológicos a hacer de la poesía un ámbito de participación social y tanto procesual como auto-gestado.
Giovine propone, incluso, el nombre de Poseía perceptual para la actividad creativa e intermedial desarrollada, afuera del papel, con las nuevas tecnologías, y que “comprende el conjunto de obras poéticas en cuya percepción intervienen otros sentidos además de la vista, los cuales involucran nuevas actitudes corporales y producen experiencias poéticas interactivas” . Ciertamente las expresiones comprendidas en estos ámbitos suponen un escrupuloso estudio apto para un medio cuyos soportes están sujetos a la tecnología digital, a los flujos de tiempo y a la asequibilidad. Otro ejemplo gráfico, sería el del dispositivo Google Poetics , plataforma electrónica y disponible en múltiples idiomas, que basada también en las frases autocompletadas que el servidor Google arroja de manera automatizada, es modificado para “arrojar resultados poéticos” verosímiles en las visitas de los usuarios, quienes tantas veces pueden ser participantes en todo momento sin saberlo. Veamos el dispositivo y observemos uno de sus resultados.

 

 

 

Hasta aquí se ha esclarecido el binomio imagen-escritura como signo de nuestros tiempos: el peso del concepto, la trasgresión del límite, el auto-cuestionamiento; eso que según Kristeva colocaba el lenguaje por encima de todas las concepciones habidas. Y he ahí la poesía como forma híbrida, pero no solamente por ser visual, sino por inaugurar un fenómeno de escritura sin límite alguno, completamente intermedial, en el más amplio sentido.
Cuando estamos ante un texto manifiestamente visual, acaso debido a su impacto sensitivo, solemos no percatarnos de que “existe lógicamente un común denominador que engloba las características generales de estas nuevas formas poéticas; la destrucción de los valores lógico-sintácticos en el discurso y la revalorización de la palabra como objeto y más aún como imagen” . Esta destrucción no es algo que pudiésemos haber notado en otro momento de la historia (antes de la segunda mitad del siglo XX), porque esta corporeidad que toma el lenguaje es inversamente proporcional a la corporeidad que el arte abandona de sus soportes. Y si en un principio ciertas ideas vinieron de los objetos, no por ello tenían que quedarse a vivir en ellos.
No es una coincidencia que la poesía visual, el estructuralismo y las teorías del signo lingüístico y globalización florecieran juntas e hicieran que culturas como la brasileña, la mexicana o la japonesa, resonaran con cada uno de esos fenómenos que atrás describimos. Mc Luhan lo advierte cuando afirma: “La poesía del siglo 20 ha absorbido los estilos de los bardos irlandeses y galeses, de los japoneses y chinos, de muchas culturas indígenas” ; y ahora agregaríamos que la cultura de la tecnología y, específicamente internet, han reducido aún más las fronteras.
Debido a su constante sui generis técnico, el dadaísmo y el surrealismo habían fungido como las vanguardias más influyentes y como un estallido global en lo que, casi cincuenta años más tarde sería el arte de concepto. De modo que, después de la Segunda guerra mundial, la lista de artistas que se valía de la escritura era prácticamente interminable. Y es esa desfragmentación del signo, ese giro lingüístico, los que hicieron que muchos de los que eran pintores se inclinaran por el texto y muchos poetas y escritores se abocaron a la visualidad.

 

3. 9 La experiencia

Cuando se escucha música en una computadora o un componente móvil, es común que se disponga de un programa del tipo ITunes, o Windows Media Player o Real Player, etc. . Cuando el aparato es dejado en “modo de reposo” o se le impone tal función, genera una serie de atractivas figuras geométricas en movimiento que llenan la pantalla; “estas coloridas y vibrantes formas emanan de un análisis de la frecuencia musical en tiempo real. Las listas de reproducción inteligentes también constituyen otra aplicación común. (…) Artistas y diseñadores se ven empujados a examinar y articular las cualidades fundamentales de esta relación cada vez más íntima” , no sólo entre el usuario y el objeto, sino en la simbiosis de ambos como el propósito del acto mismo. Pero, ¿de dónde procede esto y qué relación guarda con nuestro propósito de estudio?

 

El elemento común entre casos como éstos y la consideración del arte como el flujo de sus dos facetas analizadas atrás, la una íntima (significado de sí mismo) y la otra extrínseca (emancipación de sus soportes y de la autoridad del creador), es su manifestación como experiencia. Una vez más; el acto por encima de la pieza. Con el término ‘experiencia’ no nos referimos a algo relativo, sino concreto; no a eso que el arte nos cultiva o cautiva por conocerlo o visitarlo, sino el arte como medio o conjunto de medios participativos en los que el objeto se disuelve como tal en beneficio de la emoción sensible, como al reparar en la pincelada el espectador experimenta por un instante la “corporeidad” del pintor. En este caso, el antiguo ‘modelo de muestra’, del que ha dependido prácticamente toda la Historia del arte, queda opacado por el nuevo ‘modelo de ‘experiencia’.
Si aceptamos que, ante situaciones como ésta y la de los emuladores poéticos que vimos arriba, el arte ha podido salir de los museos y “visitarnos” desde sus múltiples y nuevos medios, tendremos entonces un desafío ético que estriba en “si estamos dispuestos a admitir el paradigma de un arte que va más allá de la representación, ¿estaremos entonces preparados a aceptar lo mismo de un arte que vaya más allá del régimen de la ‘muestra’?” .
Esta empresa radica en considerar el arte a partir de una presencia objetiva: esa misma que la pincelada entregaba al tenerla enfrente, igual que los medios generativos –como el caso de las visualizaciones musicales– ofrecen al usuario (espectador, intérprete, etc.) una experiencia presente, hallarse ante una vivencia que, por pequeña que sea, se desata de forma irrepetible semejante a la de un espectáculo, desgranándose en el tiempo aun cuando parecía obedecer a una manifestación estática.
Entonces, “cuando el arte es una forma de comportamiento, el software predomina sobre el hardware en el plano creativo. El proceso sustituye en importancia al producto, igual que el sistema reemplaza a la estructura” . Pero, ¿cómo entender el grueso del arte contemporáneo en términos de productos, de hardware y software? Desde luego la analogía es interesante. Digamos que si, en tema de pintura, un cuadro fuera el hardware; el software equivaldría a un conjunto de elementos técnicamente relegados de la propia disciplina: el marco, el lienzo, el muro donde se lo cuelga, la luz con que se lo ilumina, e incluso –¿por qué no?– el título, eso que atrás llamamos ‘parergon’. Ya “Derrida compara escribir ficción con un código de software que opera en el hardware de la mente. Con engarzar macros individuales que, combinadas, crean una reacción” .
No obstante, en sentido estricto, el software que utiliza la computadora es la función última de esta, es decir, su destino ex profeso. Una computadora sin software sirve de poco porque el software es la interfaz (o punto de conexión) situada entre el hardware y el usuario para desarrollar un proceso, sea cual sea; mientras que con la pintura esta característica, si bien sigue siendo análoga, asoma indeterminada puesto que un cuadro sin colgar parece seguir siendo un cuadro, igualmente si este no tiene marco, ni título, etc. En suma, lo que para las computadoras es una función de sistema cerrado, en el caso de la pintura aparece abierto, significante, incluso con presuntos visos éticos, como quien observase que “una pintura sin marco o sin colgar no es del todo una pintura”.
Pero lo importante no es determinar hasta qué grado un ornamento o un accesorio del arte tradicional es equiparable a una función digital en lo práctico; sino observar cómo esos elementos, ya sean adornos o accesorios de la visión, se destacan al grado de no aparecer “detrás o afuera” de los medios, sino “dentro y al frente” de los mismos. Y he aquí el tipo de procesos a que queríamos referirnos: los desplazamientos paradigmáticos del arte contemporáneo ocupados en la manera que del ‘régimen de la muestra’ se pasa al ‘régimen de la vivencia’; en otras palabras, cómo lo que en la Historia del arte estaba destinado a ser mostrado se incorpora al arte en forma de experiencia; tal como se distingue en esta obra pública de Kosuth, montada en un soporte publicitario y ante el que el espectador-transeúnte se ve asaltado por interrogantes como: “Lo que tú esperas ver ha sido removido para ser reemplazado por una clase de ausencia, abocada a hacer visible lo invisible. Este texto/signo quisiera explicarse él mismo, pero aun si lo hace, tú continúas tratando de mirarlo más allá como algo más” .

 

Pero hablar de ‘experiencia’ obliga cautela, pues aun cuando hemos apuntalado algunas circunstancias, el término tiende a la abstracción y su carácter estético no emerge definido aún. Subrayemos entonces aquí la experiencia por oposición a la muestra, no porque la experiencia no surja en base a algo que nos sea mostrado, sino porque la muestra, en la manera tradicional, obedece a una reacción previamente estimada de deslumbramiento ante algo igualmente acabado, como una pintura ejecutada de acuerdo a cánones críticos, técnicos o de estilo. En ese sentido la muestra implica un proceso previamente “digerido”
Para la tradición, que el espectador no “asimile” lo que se le presenta no es importante en cuanto al proceso en el arte. La experiencia queda entonces reducida al mínimo y compensada con un suceso ya ejercido; quedará claro que “se visitó” una exposición de arte y no de otra cosa; que se “fue a un museo”, y no a otro lugar, etc. Así también, en el régimen de la muestra, el origen es un elemento importante; el dato, la fuente, el autor y la historia adyacente son accesorios para “estimar” la pieza. Porque, además, lo que se muestra es siempre una pieza; los hechos no se pueden mostrar, sólo desatarse, invitar, ocurrir, a lo mucho presentarse. Nadie podría “enseñar” un hecho.
Si, por ejemplo nos fuera dado, mirar el Guernica de Picasso en la habitación desordenada de un amigo, este hecho tendría otra clase de experiencia estética que la habida en las sobrias salas el Museo Reina Sofía, en donde la “vivencia” es pasiva y ceñida a la contemplación. ¿Qué pasa cuando la obra es por completo social y externa, como en esta pinta de Banksy?

 

Podría argumentarse que la clase de experiencia estética a que apelamos se apoya en algo semejante al espectáculo. Sin embargo, para que el hecho artístico se muestre como proceso es necesario que suceda lo más cerca del espectador, o bien, que borre sus límites con él y se disuelva en la cotidianidad (aun considerando como cotidianidad la propia visita al museo) y a esos elementos a los que el espectáculo no puede aspirar a causa de sus límites espacio-temporales. Es así que “el arte procesual se enfrenta al canon opresivo del espectáculo, introduciendo, en su lugar, la idea de un arte que se funde con la vida” . Miremos entonces, en esta otra obra de Banksy , cómo esa distancia ha sido acortada paradójicamente en el mismo espacio “distante” que supone ofrecer de habitual un museo. En este caso, la imagen escultórica ha sido suplantada por una imagen de código, es decir, de escritura digital, en que los colores son dispuestos por un lenguaje cibernético.

 

De modo que si en una exposición un artista presenta un marco apoyado en la pared y desprovisto de “obra”, el visitante tomará este acontecimiento más como una experiencia –rayana en la ironía o el absurdo– que como la advertencia de una muestra, de modo similar al supuesto de ver el Guernica en una recámara. “Se vulneró la frontera que separaba a los creadores del mundo común, y se extendió la noción de artista a todos y la noción de arte a cualquier objeto ordinario : ya sea implicando al público en la obra, reivindicando las maneras cotidianas de crear o exaltando el atractivo de objetos triviales” . Así, el concepto del arte opera como algo que no se encuentra “tal como debería encontrarse” y que, a razón de ello obliga al pensamiento y a la especulación.
Según el teórico Niklas Luhmann, el hecho de que prevalezca un altercado entre el arte moderno y el actual, es señal de que “nos encontramos todavía bajo la influencia de una tradición que ordenó jerárquicamente la estructura de las capacidades psíquicas y asignó a lo ‘sensorial’ —esto es, a la percepción— un rango inferior al de las funciones reflexivas de entendimiento y razón ”, por lo que el choque con los sentidos que implican las obras (como la anterior) sea en muchas ocasiones vivido como asalto a la razón o una “tomadura de pelo”, más que como una oportunidad perceptual que da pie a una consideración del arte en tanto a experiencia. En este sentido, el vehículo que toma el arte contemporáneo para manifestarse es el de la percepción y no el del consenso a priori. “Otra manera de plantearlo sería que el «lenguaje» del arte siguió siendo el mismo, pero decía cosas nuevas” .
Esto no significa que la percepción, por obedecer a impulsos sensoriales, no involucre las ideas; como tampoco que el racionamiento, por ser mental, sí las involucre o se halle exento de concepto; sino simplemente que el arte que se construye como parte de un proceso es por entero un sistema de comunicación, y no una obra finita relegada al aparador. Así, mientras que la apreciación del arte tradicional demanda una creciente cercanía a favor de su interpretación, el arte contemporáneo implica una profusa exploración a favor de la presencia.

 

3. 10 Proceso escrito y socialización

Existen rasgos en la historia de los procesos escritos que no serían tomados en cuenta por nuestra cultura sino, extrañamente, a través de las artes visuales; las que, como hemos venido apuntando, fueron la plataforma de despegue para la escritura conceptual de nuestros días. Si tomamos la pintura como eje histórico de las artes visuales de la tradición inmediatamente anterior al modernismo, concretamente a partir de Cézanne, esta disciplina mostraría una doble revolución histórica dirigida hacia dos destinos:
bien como una pura investigación formal (los cubistas), bien como una modificación de las relaciones objeto/proceso pictórico (…) (Duchamp, dada, anti-art). El resultado es un cuadro que ya no es un objeto: se sustituye la representación de un cuadro por el proceso de su reproducción. Podemos entonces oponer al cuadro —estructura cerrada que la lengua traspasa— la pintura —proceso que traspasa el objeto (el signo, la estructura) que aquél produce .

La percepción de que parten las obras contemporáneas, incluidas aquellas que han sustituido las imágenes formales por las escritas, apela justamente a una condición abierta, a la comunicación con el espectador y al inmediato desenlace de una nueva consideración estética en la que él mismo se reconoce integrante del proceso, ante la falta de completitud antojada como un ‘esto no debería ser así, sino… o pero…’, con lo que la reflexión sobreviene al impacto sensorial, aflorando de modo íntimo y estético. Así, tenemos que el arte y la escritura visual contemporáneos reivindican la percepción sensorial como vehículo expresivo: la obra es propuesta como un proceso en el que se cobra presencia y se suscita el concepto.
De hecho, el proceso que implica el arte contemporáneo comienza desde la estipulación de esa distancia para ser explorado; lo cual no ocurre con una exposición convencional para la que se determinó un trecho visual, es decir, una distancia tácitamente “ideal”. Para el arte de concepto este solo hecho, de entrada, tiende un puente de participación con el espectador en el que la exploración es irrepetible. Si ciertas distancias son importantes se harán obvias en la situación o la pieza. “Si el espacio tiene una importancia relativa puede ser regularizado e igualado (cosas ubicadas a distancias iguales) para mitigar cualquier interés en los intervalos. El espacio regular puede también devenir un elemento para medir el tiempo, una especie de pulso regular. Cuando el intervalo se mantiene regular todo lo irregular gana en importancia” . Así,
la exigencia del original formulada, sobre todo, por Walter Benjamin se tiene en cuenta aquí por la inimitabilidad del arte procesual en el momento de su presentación. Pero el proceso único es algo más que un simple original de base temporal, siendo también auténtico […] en cuanto que se crea a cierta distancia conceptual del catecismo del sistema del arte y parte de una investigación auto-consciente, auto-operada e independiente .

Esta distinción de unicidad de que se alimentaran por siglos las bellas artes, hoy viene a ser contradicha por el arte de concepto al volver inimitable eso que antes era por completo imitable, y viceversa. Tal operación estriba en reconocer, ya no “los sellos” personales de las obras, y sí los patrones y constantes en que el arte que en cuanto a fenómeno parecía del todo único, deja de serlo al menos en su vínculo con el espectador.
Para distinguir la noción de originalidad frente a la de reproductibilidad, Benjamin había afirmado que “en la época de la reproducción técnica de la obra de arte lo que se atrofia es el aura de ésta” ; básicamente, el hecho de que una obra pudiera ser multiplicada volvía ambigua la tradición de la imagen hasta debilitarla por completo, al depreciar el valor histórico espacial de que tal obra gozaba como unidad sin competencias. Desde luego, no era difícil ver confirmadas tales tesis en casos como el del pop de Warhol, que, con sus cientos de imágenes replicadas, es sin duda el más representativo. Sin embargo, para el arte conceptual de nuestros días, la reproductibilidad de las imágenes, y de tantos otros elementos, no es ya una depreciación efectiva y sí una constante democrática de la imagen misma; diríase que se trata de una atmósfera visual mucho más uniformizada que hace medio siglo.
Para autores como Hal Foster, la “actitud” del arte de nuestros días se distingue como un ‘retorno a lo real’, en que el tema de la mirada trasciende al de la ‘opticalidad’: la cuestión ya no es convertir un cliché en arte o viceversa, como ocurría en las series de Warhol; sino llevar ese cliché o esa serie de lleno al mundo de la realidad, resistiéndose a lo simbólico y lo icónico . En cuanto a la escritura, es esa justo su función, no la de hacer al público un lector, sino la de poder decirle a éste cómo mirar.
¿De qué manera se hace esto posible? Al parecer, generando una estrategia de cruce o de choque; en este caso, como es el de la obra de Banksy, buscando el elemento serializado dentro de lo que, en un entorno determinado, se ostenta como original y, por otro lado, localizando eso que de original hay en potencia en lo duplicado. En la lámina apreciamos el contexto de un cuadro intervenido por el propio artista inglés e introducido subrepticiamente a un museo de arte público en Estados Unidos, al lado, tenemos el contenido de tal imagen. Banksy ha aprovechado la estandarización de intervalos en la exposición de piezas originales para infiltrar entre ellos un cuadro pequeño que muestra a un soldado de la época vitoriana sujetando un bote de pintura en aerosol, en cuyo fondo se distinguen palabras grafiteadas, en apoyo del propio contexto de sabotaje . Sin el proceso de este acto transgresivo (escoger la imagen adecuada, intervenirla, enmarcarla al estilo de las demás, montarla sin ser visto en el museo) la obra simplemente carecería de sentido.

 

Es así como el arte contemporáneo puede trastrocar el entorno, criticando el “catecismo” institucional del arte tradicional y delatando la uniformización en que se expone habitualmente el arte “auténtico” por medio de una obra que, aunque en principio no sea original, sea la única que en ese contexto se distinga como tal. Y con ello, nos referimos justo a un proceso.
Seguramente Walter Benjamin no vislumbró que una imagen reproducida y serializada pudiera llegar, ya no solamente a opacar las originales, sino a trastornar tal orden al grado de invertirlo y hacer que, mediante un proceso de intervención, esta resulte aún más auténtica que las piezas históricas adyacentes; aun cuando el propio artista, pese al renombre de sus actos, se mantiene en completo anonimato mediático.
Como podemos evidenciar, es justo ese “espíritu catequizador” de la tradición una de las primeras formas que se vulnera ante una nueva presencia desatada por obras cuyo ‘ego’ se propone incierto, alejado del reconocimiento, como ocurre con la siguiente obra del norteamericano Mel Bochner, que retoma a través del lenguaje —la “palabra pintada”— el carácter aleccionador de museos como un convenio en el que circunscribe su obra. Así, tal como una sala de exposición alberga un señalamiento del tipo “no tocar” o “no flash”, o bien de “entrada” o “salida”, “fin del recorrido”, etc., el artista utiliza elementos convencionales de representación plástica (óleo sobre tela) para desplazar los fines estéticos con un juicio que “deporta” al espectador (tal como ocurría con Ben Vautier y Robert Barry), exponiendo la leyenda: «Largo!!! Piérdete!! Bórrate!!!!!!!, Fuera!!!!!, Vete al diablo!! »

 

Contrariamente a esa exigencia de “conocimientos de arte” y todo lo que por ello se entiende como la cultura de la forma, la proporción, la composición, el claroscuro, etc., la nueva cultura del texto como vehículo del concepto se abre prácticamente para toda clase de espectadores con la única condición de que la lengua en que se enuncian los mensajes sea comprendida; misma que, en el tipo de expresión de muchos artistas, resulta altamente traducible. Es así como la herramienta de la escritura como lenguaje del concepto termina por asentar la propuesta de una franca socialización del arte.
Pero, en el supuesto de que, en efecto, este nuevo arte visual, que despliega la escritura de concepto, no precise conocimientos formales en el tratado de las imágenes, ¿qué es lo que ocurre entonces en cuanto a la expresión escrita en sí misma? Dicho con otras palabras, ¿es todo lo que se considera ‘escritura social’ un modo de ‘liberación social’ a través del lenguaje del arte?, Y si no es así, ¿qué otros modos sociales pueden afectar, acaso paradójicamente, este impulso emancipador del arte desde su colectividad? ¿Qué otras instituciones, hasta cierto punto ajenas al arte, afectan la expresión y en qué grado son una concernencia ética o estética para el propio artista contemporáneo?
Para autores visionarios del fenómeno global, como Joseph Brodsky, “si el arte enseña algo (al artista, para empezar), es el carácter privado de la condición humana” , y eso que habitualmente llamamos ‘lenguaje social’ es en el artista una especie de trampa. En ese sentido, la institución del Estado se opone al arte al pretender que éste use un lenguaje social con una intención más emparejadora que revolucionaria. Para Brodsky,
La elección estética es asunto altamente individual, y la experiencia estética es siempre privada. Cada nueva realidad estética hace nuestra experiencia más privada aún; y esta clase de privacidad, que asume a veces el aspecto del gusto literario (o algún otro gusto), puede resultar por sí misma, si no una garantía, una forma de defensa contra la esclavización. Pues un hombre con gusto […] está menos sometido a los estribillos y los encantamientos rítmicos peculiares de toda versión de la demagogia política. No se trata tanto de que la virtud no constituya una garantía para producir una obra maestra, sino de que el mal, especialmente el mal político, es siempre mal estilista. Cuanto más sustancial es la experiencia estética de un individuo, cuanto mas sano es su gusto, más agudo es su enfoque moral, más libre —aunque no necesariamente más feliz— es él mismo .

Tal vez, por esa vía, se podría refutar que así como existe una preparación académica, un bagaje visual para la forma y la proporción, también (para algo que parece cernerse en el “mundo de las letras”) sea menester un conocimiento de gramática o retórica para entender este nuevo arte escrito y en el que las ideas se muestran como objetos. Dicho de otra forma: ¿es posible que a través de la escritura conceptual se fomente eso que Brodsky reconoce como el gusto y la experiencia privada en el espectador? Y, en cuanto a los “estribillos de la demagogia política”. ¿es posible que la escritura conceptual abandone sus textos de cliché para distinguirse de las formas publicitarias y dominantes de nuestra era mediática?
Para artistas conceptuales como Lawrence Weiner, este arte de nuestros días no tributa más al gusto, no se trata de formas metafóricas ni de las relaciones de las personas con los objetos, sino de la simple representación de un hecho práctico que, como tal, no precisa un uso especial de las técnicas literarias, y sí más bien de cierta actitud de apertura al momento de reflexionar en algo que, aunque se antoje de fácil acceso, entraña un proceso de mentalización y de percepción más hondo que la solas inercias de la vista y la lectura.
Asimismo, a pesar de que el concepto “se desata” en la mente y no en el ojo, LeWitt subraya que “el arte conceptual no tiene mucho que ver con la matemática, la filosofía, o cualquier otra disciplina mental”. El sentido de la escritura usada en él, (y sólo cuando tiene que ser escritura y no otra cosa), no está “detrás” de las palabras ni en su función de discurso poético; sino “delante” de ellas, detonadas por la circunstancia donde se las presenta. No es tanto una escritura para “des-cifrar” como sí para “cifrar”, para proyectar como cualquier acto de habla ocurrido en la cotidianidad. Observemos, en este ejemplo de Kosuth, lo lejos que puede hallarse ese ejercicio del concepto de las exigencias de conocimientos doctos o de preceptos académicos formales, como son los bagajes gramáticos o literarios.

 

Pero si, en tal afán por lo sensorial y por la cotidianidad, esta nueva expresión de la escritura conceptual no fomenta ni demanda un grado importante de experiencia privada en el espectador, le queda todavía al arte contemporáneo reaccionar con sagacidad y distanciarse de todos los modelos sociales que pudieran predefinirlo y encasillarlo justo en el sitio contrario del que, en teoría, pugna por apostarse: un arte emancipador, democrático, accesible, etc. Sólo así, el arte de nuestros días podrá, no nada más dejar de repetirse en la Historia, sino brindar otro sentido a la antigua alianza entre ética y estética, de la que hasta ahora no queda del todo claro cuál prima exactamente sobre cuál .
Hasta aquí podemos vislumbrar en el arte actual el proceso y la participación como un ‘envés’ de la exposición y la expectación pasivas; pero ¿es todo el arte contemporáneo una manifestación conceptual?, y ¿es todo el arte conceptual un fenómeno relativo a los procesos? Así también sería dable cuestionar si es siempre el arte de los procesos un dispositivo generador de presencia.
Comencemos por responder con una rigurosa premisa de Marshall McLuhan en cuanto a la situación del artista contemporáneo: “El papel del artista es crear un anti-entorno como medio de percepción y adaptación. Sin un anti-entorno el resto de los entornos permanecen invisibles ”.
Como será de suponer hasta este punto —y según observamos en los casos del lenguaje de texto y de imágenes, o bien, en la interioridad o exterioridad de las obras— la experiencia y los procesos también implican un carácter dialéctico. ¿Cómo reconocerlo? ¿Cómo identificar cuándo el artista ha generado, en efecto tal anti-entorno? Esta tarea es simple si comenzamos a preguntarnos por el sostén o el vehículo que demanda indispensablemente todo proceso: el tiempo. Así, si los procesos dependen del tiempo, en cuanto al arte contemporáneo, ¿cuáles son los factores temporales que lo distinguen? Es ahí que hallamos un modelo doble: por un lado, el proceso histórico del arte (en el que este dialoga con modelos de la tradición) y, por otro, el proceso de su hacer y su recepción (que obedece al tipo de técnica usada para comunicarse, del creador al público o del artista al intérprete, en muchas ocasiones, en retroalimentación).
Al primer tipo de proceso lo llamaremos ‘diacrónico’ en virtud de que su concepto es desatado a partir de la transformación de los modelos históricos en soportes y contextos similares que, o bien son sustituidos en la actualidad o bien son desplazados, adulterados o ridiculizados con modelos nuevos. En este caso, un proceso diacrónico puede estribar tanto en los tratados formales como en las temáticas; de una manera similar a como, podemos decir, el cine es un proceso diacrónico de la fotografía, y el arte conceptual lo es del arte formal.
En cambio, el segundo tipo de proceso será entendido como ‘sincrónico’, dado que se desarrolla en correspondencia temporal con su progreso de visualización, que es su propia instantaneidad.
En suma, si el proceso diacrónico implica un concepto que viaja de la tradición a la contemporaneidad, el proceso sincrónico implica un concepto que transforma la técnica y la apreciación del arte en su momento de recepción. Así, mientras que el primer modelo estriba en un proceso histórico identificable de manera teórica-temática, el segundo estriba en un proceso identificable esencialmente desde la percepción. En ambos casos el arte procesual marca una diferencia paradigmática al emparejar la muestra a la experiencia y los contenidos a los medios.
Historia o instante, tema o percepción, en el arte de la escritura conceptual ni estos desplazamientos ni estos niveles de participación del espectador son necesariamente explícitos; todo puede consistir en una reacción o “reflejo” proporcionado por la misma obra o dentro de la misma situación. Entonces, desde su historicidad hasta su momentaneidad, para que este tipo de arte aspire al conceptualismo, debe cumplir al menos con alguna de estas funciones:

1) mostrar el proceso como tema.
2) evidenciar una travesía histórica desde los soportes tradicionales.
3) generarse en el momento presente.
4) sugerir el proceso como una narrativa visual.
5) exceder el tiempo del golpe de vista.
6) auto-generarse o producirse automáticamente.

Antes de seguir buscando referentes teóricos para ilustrar las hipótesis sucesivas, observemos, en el orden anterior, algunos ejemplos que distinguen cada caso especificado.

3. 10. 1. Proceso temático

Consiste en mostrar el proceso mismo como un contenido, ya sea a través de una esquematización o referencia, ya sea por el desarrollo de una secuencia dentro del lenguaje visual o escrito, en que los elementos se manifiestan como fases.
En primera instancia, tenemos la obra de Joseph Kosuth, cuyo concepto se basa en la esquematización del proceso genealógico de la lengua indoeuropea a través del tiempo. La trama visual consiste en desdoblar a su vez el proceso que de los distintos vocablos existen en tal andamiaje lingüístico. En ellos se incluyen términos que van desde ‘lucifer’ o ‘luna’, hasta ‘brillo’ y ‘luminosidad’. A pesar de que el tema es, de algún modo, la escritura en la historia, se trata aquí más de un proceso esquemático que de uno histórico, como el que se presentará en el siguiente punto.

 

Un ejemplo más del proceso como tema lo encontramos en la siguiente obra del inglés Jonathan Collins, la cual se despliega como la seriación de tres fases inseparables, que a su vez dialogan con la célebre pieza homónima de Joseph Kosuth, en la que el concepto no es accesible sin la adyacencia individual de cada una de sus partes, mismas que pertenecen a ámbitos distintos: la fotografía, el objeto (transformado) y el texto que lo describe.

3. 10. 2. Proceso histórico

Este modelo evidencia una travesía de épocas al reinterpretar los soportes tradicionales en nuevas estructuras, o bien, en apropiaciones de obras que actualmente resultan icónicas en la tradición, como el famoso caso de la “Mona Lisa de Duchamp”, a la que el artista francés añadiera barba y bigote.
Una imagen, es cierto, puede encubrir a otra, pero la encubrirá, por extraño que resulte, desde su propia desnudez: será así otra imagen, otra desnudez. De modo que ante dos íconos de la Historia del arte: La Mona Lisa de Da Vinci (cuyo título original es “La Gioconda”) y la de Marcel Duchamp (cuyo título original es “L.H.O.O.Q.” y que forma parte de la misma imagen dentro de la obra), es fácil ejemplificar este fenómeno, pues a pesar del enorme parecido visual de ambas —y aunque es sabido que la segunda es la parodia en una reproducción—, texto e imagen operan armoniosamente de modos distintos: por un lado, fue suficiente agregar unos rayones al rostro para alterar su sentido, mientras que, por otro, al añadir unas siglas que fungen como mensaje incompleto, elíptico o borrado, si no se es francoparlante o no se dispone de la traducción, no se logra comprender la obra en su totalidad, ya que las siglas “L.H.O.O.Q.”, depositadas bajo la efigie de la famosa dama, leídas tal como aparecen, dirían textualmente en nuestro idioma: “ella tiene el culo caliente” . Esto, a todas luces, delata una pérdida de credibilidad incluso en las obras que fue considerada capital en la Historia del arte.

 

La siguiente instalación, de Edward Kienholz, es un ejemplo de conceptualismo temprano que muestra, tanto por el uso del objeto como del texto, la retirada histórica de la pieza de arte, en este caso, el centenario marco de madera con tela, el cual ahora ha sido satirizado con las indicaciones espaciales para su colgadura. Basta entonces girar un cuadro a su anverso o dar otro uso a los modelos clásicos para desterrarlos de sus antiguos valores estéticos y generar nuevos valores conceptuales.

 

En este otro caso, en la obra de la francesa Agnès Thurnauer, el diálogo con el arte precedente no ocurre con los soportes físicos, sino con los contenidos visuales de éste. La artista realiza intervenciones de texto sobre las composiciones que ella misma copió a pincel previamente de obras célebres, en este caso, el detalle de una conocida pintura de Manet (Le bar aux folies-bergère). Llama además la atención un nivel más de diálogo y que es el título para esta obra: L’Origine du monde (El origen del mundo), el cual responde a la popular pintura de Gustave Courbet, realizada en 1866 en la que se muestra la cadera y el sexo de una mujer desnuda, y cuya imagen no está incluida en la obra de la artista contemporánea a excepción de mencionarse al nivel del texto.

 

Algo semejante ocurre con el siguiente trabajo de Banksy, en el que el artista ha superpuesto la leyenda: “Esto no es una foto-oportunidad” sobre lo que se distingue como un paisaje bucólico decorativo, típico en los hogares de la clase media de la segunda mitad de siglo XX. Cabe destacar que textos como este han sido empleados otras ocasiones por Banksy en diversos contextos urbanos.

 

A continuación, se propone una tabla de desplazamiento hipotético entre algunos elementos de la tradición y las respectivas condiciones que, en tanto a conceptos, adoptarían en la actualidad. Así, entenderemos como arte de proceso histórico aquel que deje ver el desplazamiento de un modelo hacia el otro.

 

3. 10. 3. Proceso generativo

Se trata del fenómeno creado en el momento presente, al tener al espectador como mediador o detonante del proceso. Para ilustrarlo, apreciemos la instalación para sitio específico del artista y diseñador austriaco Stefan Sagmeister, quien (además de hacer escritura sobre el cuerpo) dispone una instalación electrónica en la que, a través del pedaleo del usuario de una bicicleta fija, se van activando, una por una, algunas frases en luz neón, como: “haciendo las cosas de verdad”, “me propuse hacer un aumento”, “mi nivel general de satisfacción” e “incomodidad enferma”.

Otra de las maneras más representativas de los procesos escritos y participativos de nuestros días, es el fenómeno conocido como Jam de escritura , introducido por el argentino Adrián Haidukowski, y que es un evento artístico colectivo en el que, durante cada encuentro, el autor invitado escribe su texto en vivo, improvisando frente a los espectadores. Así da lugar a una nueva relación entre el público/lector y el autor. La interfaz tecnológica crea una nueva tríada para que el escritor se muestre frente a sus lectores en el momento mismo de su creación. Mientras tanto, un DJ completa el ambiente literario recreando la música elegida por el escritor.

 

Si se la piensa desde la concepción disciplinar de las letras, esta pretendida atmósfera literaria no lo es tanto en el sentido de que, finalmente, resulta más un espectáculo visual-teatral donde el espectador comparte su atención entre los demás y bajo la presencia de música en alto volumen, ante la que en muchas ocasiones los autores terminan cantando o bailando.

 

Este tipo de arte escrito procesual consiste en antojar el proceso como una narrativa visual implícita en la obra misma, de la que es posible inferir claramente huellas de temporalidad. Este caso puede ejemplificarse perfectamente con la siguiente instalación del artista austriaco Anatol Knotek, quien muestra la palabra “over” (terminado) como una consecuencia de la expresión “forever” (para siempre), cuyas letras completas se muestran como un remanente pretérito caído en el suelo.

Pero esta suerte de narrativa visual, no exige que el proceso sugerido sea siempre de las letras hacia las letras; de modo que, dentro de las posibilidades formales, las letras pueden devenir imágenes o figuras y viceversa, tal como puede apreciarse en esta obra de la artista japonesa Kumi Yamashita.

 

3. 10. 5. Proceso de lectura o lectoescritura

Éste es aquel que implica un tiempo de lectura que supere el instante del golpe de vista en el espectador, ya sea por usar gran cantidad de texto, ya sea porque la exposición del texto se ciñe a lapsos estipulados por el artista. En la obras “W, X, Y + Z”, del californiano Larry Johnson, y “101 Art Ideas You Can Do Yourself”, de Rob Pruitt, es posible destacar justo el primer caso, pues los artistas han decidido incluir, ya sea dentro de la imagen visual o de la imagen como tal, una leyenda que tomaría varios minutos en ser recorrida por los ojos del espectador, sin que este deje su experiencia únicamente a la imagen en orfandad del texto.

En cambio, el proceso de lectura puede no depender por entero del tiempo del espectador, como en el caso anterior, sino resultar un impuesto por el artista a éste llevando el soporte de dicha lectura a un formato por completo temporal, como una instalación móvil, una reacción de transformación física o química, o bien, simplemente por medio de un video o una secuencia temporizada, tal como lo ha dispuesto el francés Jordi Colomer en su clip Un Crime (Un crimen), en cuyas secuencias un grupo de personas va sujetando letras tridimensionales que conforman distintas palabras y nutren el mensaje a lo largo del proceso de lectura.

 

Por otra parte, no todos los procesos del texto visual son solamente de lectura; los hay también participativos, es decir, aquellos que involucran la lecto-escritura, ya sea por parte del artista (como ocurre con el Jam de escritura), como por parte del ‘espectador activo’ o ‘usuario’. Prueba de ello la tenemos en la instalación pública del artista estadounidense de ascendencia taiwanesa Candy Chang. “En su barrio de Nueva Orleáns, la artista Candy Chang hizo de una casa abandonada una pizarra gigante pidiendo completar la frase: «Antes de morir quiero…». Las respuestas de sus vecinos (…) se convirtieron en un espejo inesperado para la comunidad” . Los paseantes tomaban una de las tizas disponible en un pequeño canasto .
Desde luego, tanto ponerse a leer como a escribir cada una de las frases implica una inversión de tiempo mayor que la que muchas obras, esencialmente visuales, requerirían.

 

Por otra parte, es posible tomar ejemplos de situaciones similares en trabajos como el de Joseph Kosuth, quien, inclinado hacia el signo autorreferencial del arte; hace también labor de lugar específico urdiendo una trama de sentido en los contextos histórico-culturales donde muestra su trabajo. Es éste el caso de su obra para sitio específico Ni apparence ni illusion” (Ni apariencia ni ilusión).

 

La obra consta de textos forjados con tubos luminosos de neón e instalados principalmente en corredores del sótano del Louvre, los que, a diferencia de las salas generales, datan de la época medieval. En ellos, bajo el título Ni apariencia ni ilusión el artista dispone una serie de quince frases concisas, y de su autoría, en francés. Destacamos algunas traducidas en nuestra lengua :
• ¿Quién escribe aquí?
• Me encuentro ante un muro de piedra del siglo XII, el muro de fundación del primer Palacio de Louvre. Comienzo con el material de construcción apreciado por Nietzsche.
• El muro es la superficie de su propia historia sepulta. Tanto que los objetos quedan debajo, el espectador tapa la vista al arqueólogo.
• El torreón está en alguna parte en avanzada, y el pozo sobre su camino. La cripta está al final. El muro es un soporte y me sirve de tabula rasa .

Ahora, dispongamos el plano de contexto que fungió de guía para acomodar cada una de las frases de acuerdo a su numeración dentro de este antiguo recinto:

 

No obstante, tal como suponíamos, la “lectura” de un proyecto como éste no puede abarcarse únicamente bajo la óptica lineal y progresiva de “los contenidos”, precisamente porque esa progresión no está a un solo nivel; no al menos al de la lectura. No deja de llamar la atención cómo el manejo de un texto a la vez narrativo, cartográfico, matérico e incluso dibujístico (el artista incluyó tipografía de corte antiguo) es algo que se tenga que hacer no sólo con los ojos sino con todo el cuerpo. Y es que un texto ante el que no hay páginas que hojear ni voces que oír, sino pasos que dar y paredes que ver, ante el que no hay un índice a seguir sino múltiples recorridos por hacer y estímulos ópticos en los que se ha de leer, reclama un tipo especial de reflexión, de circunspección y, desde luego, de tiempo para examinarlo.
Rosalind Krauss, al ensayar una teoría de la sintaxis para la escultura contemporánea, nos recuerda que mientras para el expresionismo abstracto, “la superficie externa de la obra demandaba que se la considerara como un mapa en el que podrían leerse las contracorrientes de la personalidad, una especie de testimonio del yo íntimo del artista” , para el arte de nuestros días, como el de Kosuth, una obra “de ninguna manera puede «expresar» al artista. Es como una frase lanzada al mundo sin haber sido producida por ningún hablante” .
Así, la “historia” contada por Kosuth —y que en principio podría tomarse por pueril— respecto al paso de Nietzsche por el tiempo de las ideas, tanto al paso de los muros por la vía del tiempo, se transforma en un espacio-tiempo de experiencia para el espectador cuya interioridad le es asimismo inaccesible al igual que su propia interioridad humana, al situarse frente a algo que representa una estructura, si bien, visible; nunca abarcable. Una escultura no para “domar” con la mirada; sino para habitar en ella.
Cuando Kosuth dice “el muro es la superficie de su propia historia sepulta. Tanto que los objetos quedan debajo, el espectador tapa la vista al arqueólogo”, éste propone uno de los más controversiales retos de los estudios visuales y que hemos venido señalando: mostrar la mirada, hacerla encarnar de algún modo en un acto de introyección de la propia sustancia física, como cuando Valerio Magrelli anota: “El cerebro es el corazón de las imágenes. (…). En su círculo silencioso están el cielo, los hombres y él mismo .
De un modo semejante es como Kosuth no sólo escribe también con palabras, sino con el espacio y el tiempo.

 

3. 10. 6. Proceso autogenerativo o automatizado

Es el que se sujeta a la producción de ‘la obra’ por sí sola, o bien, como aquellos gestados por máquinas, con una intervención mínima del artista o del espectador durante su presentación. Es evidente que para que esto suceda se requiera de un detonador externo, el cual casi siempre radica en la aplicación de tecnología, sobre todo, de computadoras y de otros dispositivos electrónicos, tal como puede apreciarse en las siguientes imágenes: la primera, tomada del proyecto Expression, del colectivo 2Roqs, que consiste en la proyección automatizada de palabras y frases, inspiradas en mensajes telefónicos de texto de telefonía móvil, sobre las fachadas de varios edificios, mismo que semejan entidades que albergaran contenidos textuales.

La segunda imagen, se trata de la instalación WikiLetters, del colectivo SPTA!, la cual ha sido elaborada para celebrar el decimo aniversario de la Wikipedia, “la enciclopedia de autoría colectiva emblema del conocimiento compartido en la red. A través de una cámara Kinect , los usuarios pueden interactuar con frases de Wikipedia, que aleatoriamente el ordenador vuelca en la pantalla, manipulando con movimientos físicos el orden de los textos para formar nuevas composiciones” .

 

También, tal como repasamos en el apartado dedicado a ‘La desintegración del lenguaje’, identificamos ahora una creación de arte procesual escrito consagrado, en este caso, al objeto. Tal es el Autonomous Parapoetic Device, “un dispositivo portátil creado por Adam Parrish, que encierra un pequeño programa de literatura generativa. La intención del autor es provocar la serendipia mediante la confrontación del texto generado aleatoriamente y el espacio en el que el texto es leído. Los textos de Autonomous Parapoetic Device son efímeros y no se conservan en la memoria del dispositivo”.

 

No pocas son las obras y los experimentos realizados con generadores de texto. No obstante, en la mayoría de los casos, los escenarios disciplinares de que provienen son más “formales” que literarios, es decir, atañen más la isotopía del texto, al azar y a la concordancia gramatical, que la discursividad poética o la narrativa.
Por otra parte, es de subrayar el hecho de que, en tema de arte contemporáneo, se haga cada vez más la distinción de ‘disciplinas múltiples’ a la vez que se constriña las artes tradicionales al oficio o la artesanía (pintor, escultor, grabador, dibujante, etc.) que tanto peso ocuparan en la Historia del Arte. Este desarraigo del ideal esteticista del arte, no es sin embargo un desarraigo ético. Para Michel Maffesoli, más que una extinción de la estética, se trata de la aparición de “una ética de la estética”, y no de la belleza. Ante la ausencia del sustento global que históricamente reportara la idea de un dios seguida siglos más tarde por la de un estado de progreso, queda una conciencia de sociedad nueva en un mundo minado por la explotación de recursos y la división económica, una sociedad ecologista impelida a reflexionar en su presente inmediato; asimismo, una sociedad creadora, entendida incluso como artística. No sólo cualquier cosa y cualquier individuo son propensos a ser respectivamente arte y artista; es la sociedad misma la que se comporta artísticamente. “La potencia colectiva crea una obra de arte: la vida social en su totalidad y diversas modalidades. Por lo tanto, a partir de un arte generalizador se puede comprender la estética como la facultad de experimentar en común” .
Hasta aquí se habló de los paradigmas moderno y contemporáneo, de la forma clásica de concebir las artes visuales y la escritura y de los procesos creativos como fenómenos sociales. No obstante, poco es lo que solemos detenernos a reflexionar en los ‘paradigmas’ como tales y por qué éstos son lo que creemos: acaso “revoluciones epistemológicas” que edifican la Historia. Ya Agamben propone que los paradigmas no son fenómenos entre sujetos y objetos de algo: “la inteligibilidad que está en cuestión en el paradigma tiene un carácter ontológico, no se refiere a la relación cognitiva entre un sujeto y un objeto, sino al ser ”. Así, los dilemas, tanto de obras y procesos como de imagen y escritura, no se resuelven en los artistas ni en los contenidos de las obras o las imágenes, sino en las singularidades de los propios fenómenos. Pueden incluso no albergar ninguna hipótesis. Ya “un célebre dictum goethiano afirma que no es necesario buscar más allá de los fenómenos: como paradigmas, «ellos son la doctrina»” .
 

 

 

 

4 ARTE CONCEPTUAL / Apartado monográfico

 

 

4. 1 El espíritu del arte y su contexto de cambio

Que el arte sea un continuo buscar, nadie lo discutiría. Sin embargo, lo que el arte parece ir persiguiendo en una época dista mucho de lo que persigue en otra: ¿avenencias metafísicas?, ¿bienestar cotidiano?, ¿placer y educación de los sentidos?, ¿catarsis y revelación ideológicas?, ¿privilegio mercantil?, ¿emancipación y equidad social?… ¿En qué ha estribado que estos arquetipos del arte se “deslicen” a lo largo de la historia? Ese sujeto de búsqueda, ese algo concebible en la figura del ‘espíritu del arte’ es lo que Lucy Lippard reconoce como un “esquivo grial” , hallazgo imposible de encontrar sin la exigencia de un cambio ostensible en la sociedad.
Pero ¿cómo y cuándo opera ese cambio a que se refiere la artista norteamericana? Todo apunta a la herencia histórica que el minimalismo dejó (1964) como escenario al generar un arte de alto contenido intelectual pero de exiguo tratado formal. “La palabra minimalismo sugiere hacer tabla rasa, el intento fallido de hacer borrón y cuenta nueva, un deseo utópico de aquella época que nunca se hizo realidad, pero que fue importante por las aspiraciones y deseos que provocó” . El minimalismo representó el sueño de que el arte encarnara un espíritu crítico, y si al final resultó “fallido” fue porque la crítica se antojaba una postura de discurso que la producción de las obras llevaba atada “a cuestas” en su condición física. En otras palabras, —y como analizaremos más adelante— los objetos distraían las ideas que podrían recaer sobre la imagen misma.
En todo caso el discurso del minimalismo, en su etapa más influyente, recaía en los aspectos estructurales y, en el mejor de los casos, en la síntesis del arte, eso que se consideraba una esencia material: formas, colores, volúmenes y composiciones en los que se aspiraba a captar la pureza del ente estético. Pero si bien esta especie de “higiene estructural”, en la que se fundaba el minimalismo, fue para el subsecuente arte conceptual una influencia inicial; veremos cómo al final de cuentas sus preceptos resultaban sencillamente incompatibles, y a menudo antagónicos, pues, en su última fase, lejos de representar la esencia de las formas: el minimalismo aspiraba a un arte anti-metafórico; es decir, sin significados, mientras que el arte conceptual, deja atrás la objetualidad de las obras y se aboca a la significación de una manera muy semejante a como lo hace el lenguaje.
Así, esta pretendida revolución minimalista no fraguó cambios supremos en el arte del siglo XX por motivos asimismo desmedidos que nublaron su campo de acción . El minimalismo aspiraba a “la disolución de todos los límites existentes. Se suponía que el control tanto de los medios como de los materiales de producción sería de gran ayuda para los artistas en un mundo, el del arte, entregado al negocio de la estética” . Este ánimo de cambio precisaba una renuncia aún mayor que la ofrecida por una variación de “mercancía”; algo inimaginable entonces y que más tarde fuera la dimisión de los objetos mismos: de las obras y sus trebejos (soportes, marcos, bases, etc.) y de su valor mercantil ; hecho que obligadamente llevaría poco a poco el arte a las costas del lenguaje .
Pero ¿cómo concebir una nueva clase de obra que contrarrestara el efecto de algo que parecía haber llegado ya a su propio límite? Por lo visto una cosa era reflejar posturas críticas desde los objetos y otra hacer crítica desde las ideas; es decir, algo que desligara la función del discurso desempeñada por la materialidad, como de siempre se experimentara la cadena: pintura ‘sobre’ pincel, ‘sobre’ imprimatura, ‘sobre’ tela, ‘sobre’ bastidor, ‘sobre’ marco, ‘sobre’ pared, ‘sobre’ museo, etc.
En rigor, el dilema no estribaba en reducir a cero esta materialidad, sino en un cambio esencial de rol que la convirtiese en vehículo de la idea misma, sin trampas formales ni más esencialismos, sino como una ayuda para convertir lo que quedaba de objetualidad en otra clase de discurso. Y era ahí donde el minimalismo ya no hacía justicia.
Lo que en realidad enfrentaba el minimalismo, al igual que las últimas post-vanguardias del siglo XX (como el pop), era un nuevo paradigma de obra de arte cuyo eje cardinal transformó su más elemental ontología. Ya el teórico José Jiménez repasa cuidadosamente este fenómeno al hacer una disección de la obra de arte en la historia. Para Jiménez, la ‘obra de arte’ como igual a una clase de ‘creación’ (en muchos sentidos semejante a la noción cristiana del juego creador-creatura) fue un régimen sostenido desde el S. XV hasta el S. XX. Su concepción tradicional ha respondido a los parámetros estéticos hegelianos que, grosso modo, entiende la obra como:
1. Un objeto o combinación de objetos sensibles creado por un ser humano.
2. Su expresión material es la dimensión de su contenido espiritual.
3. Posee un carácter definido (de ahí el término de obra “inacabada” cuando carece de éste).
4. Por lo tanto, su estructura es cerrada y se la compara a un mundo en sí misma.
5. Es depositaria de una unicidad constitutiva, cada obra es única .
Respecto de este modelo, el paso del siglo XX supone un lento pero constante proceso de desarraigo que llevaría la obra a otro tipo de características. Repasemos cómo la obra de arte es concebida en el mundo contemporáneo:
1. como una estructura dinámica, de la que habitualmente la imagen es una emancipación de los soportes.
2. Debido a la deriva laica de los tiempos actuales, la obra se entiende lejos de su espiritualidad y es un elemento mundano.
3. Su antiguo carácter definido es traspasado por los efectos del azar y el inacabamiento.
4. Su cualidad de cerrado cede ante un modelo de obra abierta y participativa.
5. Su antigua originalidad se ve afectada por los sistemas de reproducción masiva .

 

Pero esta cesión implicó para el arte un efecto inédito que hasta ahora no habían traído ni los retornos ni los dramas entre periodos históricos; su motivo no sólo era: “restaurar la integridad radical del discurso, sino desafiar su status en el presente, las ideas recibidas que deforman su estructura y restringen su eficiencia” ; acto que no ambiciona arribar a una ‘verdad última’, sino a “clarificar su estrategia contingente, que es la de reconectar con una práctica perdida a fin de desconectar de un modo actual de trabajar que se siente pasado de moda, extraviado cuando no opresivo. El primer movimiento (re) es temporal, hecho con la finalidad de, en un segundo movimiento, espacial (des), abrir un nuevo campo de trabajo” . Baste decir que, el minimalismo ‘re-contactaba’ o ‘re-vindicaba’ positivamente cierta extenuación formal del arte visual, pero no entrañaba un cambio en el sentido ontológico de las obras y, más allá de significar ‘síntesis’ o ‘pureza’, tampoco afectaba el meollo del proceso artístico cifrado históricamente en la cadena ‘autor – medio – material – obra – recinto – espectador’; por lo que su operación (“fallida” en la opinión de Lippard) se quedaba de nuevo a mitad del camino o a lo mucho en el tipo de movimiento ‘re’ (re-torno, re-estructura, re-consideración, etc.), sin aspirar al modo espacial ‘des’ (des-materialización, des-articulación, de(s)-construcción, etc.), más propio de “una práctica reflexiva que convirtiera las auténticas limitaciones de estos modelos en conciencia crítica-histórica” .
A pesar del contenido semántico de estos dilemas, la gradual disolución de la estética formal a favor de un nuevo arte de concepto, con evidentes fundamentos lingüísticos, no se gestó semánticamente; es decir, no se resolvió sólo con opinar que el arte ya académico ya tradicional estaba caduco y debía abandonar su ritual de espacialidad. Eso significa que no fue el arbitraje de la disciplina filosófica o literaria lo que determinó el cambio, sino que los propios artistas se hacían a este lado de las ideas a través de la visualidad misma. Era en todo caso como si los artistas visuales se volvieran entonces un tanto filósofos, y no que los filósofos hubieran redirigido el foco de sus estudios .

 

4. 2 El modelo del significado

Si bien el proyecto estético del minimalismo no logró zafarse de las ataduras con que el arte visual se había venido sujetando a la ‘objetualidad’ (materialidad) desde los orígenes del arte, al menos se perfiló con denuedo a inaugurar –junto con el pop aunque en otra dirección– la facultad de ver el arte como un lenguaje; es decir, la capacidad de leer en él por primera vez ciertos significados o de estipular la ausencia de éstos y ofrecer un arte no comunicativo o de contenidos silenciados. Esto supone una imagen equiparable a la “escritura del silencio” cuando Maurice Blanchot decía: “no eres tú el que hablará; deja que el desastre hable en ti aunque sea por olvido o por silencio” .
Es cierto que, por una parte, el asunto de los significados no le es ajeno por tradición a las obras artísticas y que, incluso en el impulso de las vanguardias (piénsese, por ejemplo en las obras surrealistas que ‘significaban sueños’), el ‘querer decir’ en el arte ha estado presente como analogía: la visualidad ha valido para aparejarse a los hechos, narrar sucesos con imágenes, ilustrar la Historia, visualizar la realidad de modo distinto, metaforizar, retratar, identificar, etc.; sin embargo, por otra parte, la metáfora que el minimalismo lanzó como lenguaje al mundo del arte no fue curiosamente la de estar a la par del sistema de las palabras ni la de sucederse en ellas; sino la del papel en blanco, la de escapar de las palabras de un modo que el lenguaje no conocía fuera del contar y del describir, y ésta fue más bien una anti-metáfora, es decir, la significación de no significar nada, no al menos de la manera que la visualidad lo hacía como lo describimos arriba.
Obras como las de Donald Judd, Robert Smithson, Frank Stella y Richard Serra daban fe de esta desposesión de significados, o bien, de una nueva significación por ausencia que suponía problemas con modelos de conciencia anteriores en el arte. Y mismos que ahora en los espacios más radicales se le conocía por ‘no-arte’ .
Es posible derivar, tal como se propone en el cuadro anterior, que el concepto de ‘estructura’ que estos artistas entendían no era el de la pieza como la analogía de un ente dotado de espíritu interior y equiparable al fruto de la semilla que un ‘autor’ había depositado justo al seno de ella; era más bien el de la desnuda repetición del tiempo y el espacio “higiénicos” apartados de toda emotividad y de alguna manera confinados en su propia manifestación, es decir, el de “no ver el objeto escultórico más que como material inerte” . Así, siguiendo la anti-metáfora, una página en blanco es una superficie que delata un objeto sin profundidad humana y, si una de sus caras está llena de latencia comunicativa, la otra es tan sólo el soporte sin misterio, el vacío de toda pasión, silencio externo como el de la casa vacía o el cubo cerrado. En otras palabras, es con el minimalismo que la obra de arte se despersonaliza y la visualidad se ofrece por primera vez como una renuncia a los antiguos modelos de significación.

Lo que el arte minimalista y el pop hicieron ante el proceso de transformación en el modelo de obra de arte fue pronunciarse por un mayor grado de resistencia renunciando a muchos de los parámetros comunes. A pesar de las figuraciones bien notorias del pop, como la caja Brillo o la lata de sopa Campbell’s, era obvio que, al aparecer en escena, el arte no hablaba ni de jabones ni de comida; sino del signo de lo que suponía ser “la voz fría de la máquina”; tal como Warhol se pronunciaba a ser. Entonces, si todo significa de algún modo, ¿cómo o bajo qué circunstancia era posible resistirse a su significado?
No fue hasta el minimalismo y el pop que la producción serial se hizo coherentemente integrante de la producción técnica de la obra de arte. Más que cualquier contenido mundano, esta integración hace que tal arte «signifique de la misma manera que los objetos en su cotidianeidad, es decir, en su sistemática latentes». Y más que cualquier fría sensibilidad, esta integración separa al arte no sólo de la subjetividad artística (quizá el último orden trascendental del arte), sino también de los modelos representacionales” .

Cuanto del arte nuevo aspira a significar es más bien una cualidad de las cosas que a las cosas mismas; en este caso la cualidad de su propio proceso de seriación. Y se puede decir que el futuro arte de concepto va a retomar de esta manera de hechura el principio de producción, es decir, la generación del arte como un procedimiento técnico en el que la mano modeladora y su sello distintivo de autor ya no son tan importantes. Esto puede compendiarse con la idea de que con el pop y el minimalismo el proceso técnico del arte se hizo posible de forma mecánica dejando atrás la noción de pericia del artista, con lo que el verbo ‘creación’ devino históricamente en el verbo ‘producción’.
En resumen, el paradigma del arte conceptual es antecedido por dos movimientos formales: el minimalismo y el pop, ya que ambos se cuestionan acerca de las técnicas expresivas, la producción y los significados. Con ellos, el arte ya no es una interioridad ni el ilusionismo de cómo son las cosas, el entorno y los sentimientos; sino un proceso de producción en el que los objetos son recogidos directamente de la naturaleza (minimalismo) o de la vida cotidiana y sistemática del capitalismo (pop). El contenido expresivo de estos objetos ya no se halla más en la idea interior del artista ni en el modelo de conciencia de su yo privado, sino en el plano mismo de los objetos.
Sin embargo, estos objetos (obras) se topan con el límite de su propio significado y de ello surge la inevitable pregunta: si la obra no tiene significados humanos, ¿dónde, entonces, está el arte? Es decir: “si el significado no ha de derivar de la ilusión del movimiento humano o de la inteligencia humana que se agrega al material gracias al poder del [artista] para crear una metáfora, entonces, (…), ¿cómo va la obra de arte a trascender su condición de mera cosa, de materia inerte y carente de significado?”
Resolver esta duda es entrar por completo de este otro lado del paradigma. Del cual el significado retorna a lo humano, pero como una imagen del mundo y no ya de su espíritu; mientras que el objeto, queda como una especie de libreta vacía, de página para cuyos contenidos, escribirá ahora el lápiz del concepto. De ahí que el arte conceptual tome los objetos como materiales o soportes ante los que haga resonar su fondo lingüístico. Podríamos ceñir este desplazamiento de los modelos de que hemos hablado en este micro-relato (ilustrado al final por tres imágenes que lo representan emblemáticamente): el arte ha sido considerado (en la tradición) como la ilusión de un ser; luego, en un breve periodo de transición (minimalismo, expresionismo abstracto y pop) como una cosa desprovista de significado; más tarde (época actual) como una idea de la imagen del mundo o, dicho de otra forma, como una imagen emancipada de los objetos mismos .

 

¿Cuál es el significado aquí de la idea de “emancipación de la imagen”? Ciertamente, se trata de un concepto mucho más unificado en sus acepciones y emitido, de algún modo, como el común denominador de ellas. Veamos. El concepto de la ‘imagen’ se cifra semánticamente como:

1) figura, representación o apariencia de algo,
2) efigie, volumen, pintura o retrato de un objeto-sujeto,
3) reproducción de un elemento óptico por efecto de la luz,
4) representación de una idea o visión poética por medio del lenguaje .

Esta autonomía y univocidad en la imagen condensa, curiosamente, la diversificación de las artes al tiempo que el refuerzo a sus diferencias. En realidad, ninguna de estas inmanencias de la imagen es nueva. Ya figuras intermediales de la escritura y la visualidad como la isotopía , la écfrasis , por ejemplo, entregan al lector-espectador niveles de la imagen en palabras que el arte conceptual ha de considerar para los tiempos actuales, bajo un paradigma de pensamiento en que, como hemos apuntado, pondera el lenguaje. Así, siguiendo esta lógica de la contemporaneidad y el signo lingüístico, el arte visual ha de guiarse por el camino que sugiere la última de las acepciones de imagen, la de representar una idea o una visión poética a través del lenguaje .

 

4. 3 Visualidad rumbo al lenguaje

Como ya hemos visto, desde que Marcel Duchamp, ante un sentimiento peculiar de desconfianza en el arte de las galerías, exhibiera en ellas sus primeros readymades hace casi un siglo , mucho fue lo que se legó de las ideas al arte y mucho lo que luego de décadas esas ideas derivaron, con más o menos ortodoxia en un proceso semejante al desarrollado por los escritores . Si bien el arte conceptual “culminó el proceso de desmaterialización y de autorreferencialidad de la obra de arte iniciado tiempo atrás con un claro enfrentamiento con la estética formalista” , también desencadenó un proceso que consistiría en un acercamiento a la lingüística, a los campos de la palabra y, con ello, a la poesía: “desaparece la antigua frontera (característicamente modernista) entre la alta cultura y la llamada cultura de masas. (…) No se trata ya de un asunto relativo al contenido, sino de una mutación más fundamental, tanto en el propio mundo objetivo —convertido ahora en un conjunto de textos” .
Esto no significa que la cultura haya mutado a las formas meramente escritas ni que todos estos ‘textos’ se nos presenten como libro; mas sí como argumentos discursivos descentralizados en que contenidos, objetos y sujetos, se suman como categorías de saberes simbólicos o de simulacros, y, acaso agregando que, esa descentralización de discursos es la misma que la del movimiento de las singularidades a su profusión o disolución, como la pintura académica e incluso la fotografía profunden y se disuelven en tantos medios alternativos con que el arte se muestra actualmente.
En el libro Espectros de Marx, Jacques Derrida formula la siguiente hipótesis: “Supongamos que, por falta de tiempo (el espectáculo o la pintura están siempre “faltos de tiempo”), se proyecta solamente pintar, como el Pintor de Timón de Atenas, una pintura negra sobre una pintura negra” … Si bien el dibujo clásico (trazo oscuro sobre superficie clara o viceversa) ha sido comparado hasta el cansancio con el proceso de escritura en la página; desde esta otra perspectiva es factible hablar de la pintura monocromática (o bicromática si tomamos en cuenta la superficie) como una escritura tornasol, más o menos invisible, una especie de escritura, no literaria, cifrada en la superficie como la de tinta de cebolla usada en los albores del espionaje.
Desde los célebres “Cuadro negro” y “Blanco sobre blanco” del suprematista Malevich a principios de siglo XX, precursores del minimalismo, y hasta nuestros días, la pintura monocromática se ha ido constituyendo, al principio, a partir de una autoridad que empató la estética con el material (pintura-lienzo), para, más tarde, transformarse en una autoridad de las ideas, dejando de lado la ponderación estética y resinificando la materialidad en discurso. Esta cercanía del arte conceptual con el lenguaje se manifiesta como una “textura discursiva”, un conjunto de signos expresados en seriación y que, como cualquier secuencia simbólica, es similar a un acto de escritura, “en espíritu, más cerca de la literatura; cercana a un tipo de poesía concreta” .
Para el arte conceptual el tiempo ya no es narrativo como un tema, tal como ocurría con la pintura figurativa; es ahora la propia obra la que se manifiesta como proceso temporal. No es más el paisaje, el retrato o la naturaleza muerta, que describen la tarde, el rostro o la luz, tampoco el collage de hojas otoñales el que habla del tiempo; es el reloj de pared al que se le ha arrancado una parte de su disco o aquel otro de numerosas manecillas que corren en múltiples sentidos los que ahora tienen la palabra.
En los dos conjuntos de imágenes que siguen se ilustra el pasaje de la materia al acto: de los tiempos del suprematista Kazimir Malevich a principios de siglo XX en que la pintura explora su propia sustancia (cuadros monocromáticos: uno negro, otro blanco), hasta algunas obras más actuales influidas por el concepto del proceso en las que los ámbitos monocromáticos no son más entidades o ausencias lumínicas, sino definiciones de símbolos y escrituras de sí mismos; vacíos, seriaciones, superposiciones, acomodos, montajes, ideologías: de los relieves negros mecanizados de Pierre Soulages, a las estructuras orgánicas de Beatriz Zamora; y desde los ensambles en blancos “de cotidianidad” de Marcel Broodthears hasta las definiciones de entidades filosóficas o mentales de Joseph Kosuth .

 

Tal vez a la sola apreciación descontextualizada esto no resulte del todo manifiesto, pero si tenemos en cuenta el transcurso de las décadas, comprenderemos cómo las primeras obras de cada conjunto (Malevich) se presentan como síntesis, mientras que el resto opera como un uso del lenguaje visual ya por completo incorporado y reconocible en los métodos del arte . De cualquier manera, imagen, texto o palabras, todo lenguaje es una seriación de elementos, y toda seriación es un acto. ¿Podría decirse entonces que el lenguaje, aun si no es en calidad de palabra, representa otra suerte de abstracción de la imagen tal como la abstracción de la forma o como el minimalismo de los materiales?

 

4. 4 Arte de concepto y escritura

Es con el paradigma del lenguaje que el arte visual abraza el concepto y que éste toma por asalto la escritura como expresión; de ahí que la enorme cantidad de artistas-escritores conceptuales provenga casi siempre directamente de la tradición formal de a fines de las vanguardias (1960 – 1970) y, sobre todo, una vez disuelto el minimalismo y el pop.
Es importante advertir cómo la práctica del lenguaje en los artistas visuales es impulsada por las nuevas ideas críticas surgidas de la desmaterialización. “Cabe entonces considerar a la crítica (…) «como función creadora», como un ejercicio «de análisis y de síntesis a la vez y en acto único ” que los artistas se ven impelidos a desarrollar como parte de su manifestación. La entrada del arte conceptual supone la reestructuración general de la crítica y una notable desconfianza de los textos precedentes. Este fenómeno se dejó ver “en el polémico libro de Susan Sontag Contra la interpretación (1964), en el que se rechazaba de modo absoluto una concepción de la crítica como interpretación, haciendo una llamada a situarse ante las obras mismas, y a dejarse hablar por su transparencia estética” . Tal advertencia tocaría a los artistas cansados de los discursos estéticos-formalistas que lideraban los espacios para el arte, comandados por Clement Greenberg.
Al parecer, esta “transparencia” no era gratuita, su rechazo a los discursos teóricos del arte establecido exigía de los artistas una riqueza de conocimiento de todo aquello que se había venido sumando a los nuevos modelos de conciencia en los que el creador como héroe cedía ante el artista experimental abierto a la sociedad y, con ello, a los aportes con el propio lenguaje se abría paso en prácticamente todas las disciplinas (ciencia, psicología, semiótica, etc.) .
Si bien la palabra en manos de los artistas visuales no entrañó nunca la grandilocuencia histórica de la literatura, ni de los escritores en general cuya profesión por antonomasia reivindicaba el lenguaje, la escritura, pensada como visualidad, suponía una ventaja técnica sobre los escritores: la de poder adoptar cualquier medio para hacerse notar y, con ello, hacendar un campo de inmediatez que, como en la publicidad, pertenecía hasta entonces únicamente al espacio público.
De los primeros intentos por llevar el lenguaje a otras dimensiones que no implicaran la sobriedad y la discreción de los libros, está la consolidación del colectivo inglés-estadounidense Art & Language (1968), esta agrupación surge de la necesidad de integrar las manifestaciones de arte conceptual en los aparatos de difusión pública, por lo que su primer esfuerzo es la creación de un diario que, bajo el mismo nombre, reflejara un dispositivo asimismo experimental que diera cuenta de las actividades generadas por los artistas, desde performance, archivos de crítica y, en general, todos los actos que supusieran una participación social y política que combatiera el individualismo del artista y del espectador a sus expensas.
En el contenido de la publicación (editada intencionalmente de acuerdo a un modelo más tipográfico que formal de imágenes) se discutía autorreferencialmente cómo ese mismo contenido “podía residir en las imágenes, pregunta que lleva a la siguiente sobre cómo una imagen (cualquiera) establece sus diversas relaciones con lo que significa” . Esto suponía la apertura de un diálogo estrecho con los objetos de arte y el horizonte crítico del lenguaje, pues el colectivo señalaba que toda intención de denominación de las obras había de ser expresada como una causa y no como una descripción; de modo que la pregunta “de qué se trata tal pintura” no habría de juzgarse apropiada “en tanto requiera la supresión de información o investigación sobre su génesis (…). Parecía deducirse que esas relaciones de génesis (a través de recursos prácticos, competencias pictóricas y teóricas por parte del artista y el espectador) se mantenían en contra y a menudo chocaban con la iconicidad absoluta de una imagen cuando esa iconicidad era abierta y declarada” .
Para demostrar estos principios que hacían flaquear la autoridad tradicional de la pintura en cuanto a imagen el colectivo realizó varias obras cifradas en el uso ya arbitrario ya voluntario de los lenguajes pictóricos establecidos. Una de sus piezas notables es ‘Retrato de V. I. Lenin con gorra, al estilo Jackson Pollock’. Esta hibridación, mostraba cuán fácilmente dos cosmos de iconicidad tan distintos como la abstracción norteamericana y el realismo soviético podían formar una “escandalosa compatibilidad”

 

Pero si, por un lado, Art & Language fue la primera manifestación con un uso abierto del “lenguaje como base de su investigación dando lugar a una serie de trabajos que, en su rechazo del objeto y en su revalorización de la idea, definen, en cierta medida, la tendencia analítica y tautológica del arte conceptual” ; por otro, su desempeño escrito no fue su exclusividad, y sí su punto de partida; lo que confirma que ni filósofos ni literatos introdujeron la palabra a las artes visuales. Más bien los artistas visuales abrigaban el concepto dejando para el mundo de la artesanía sus antiguas dotes plásticas de pintores, escultores y dibujantes. Este “dolor” ante la episteme de un nuevo paradigma supone un desastre por el peso de una pasividad, en este caso: la historia de la estética formal y sus modos de narrar el mundo. Hecho que evoca la duda nietzscheana y reformulada por Blanchot, una vez más, en La escritura del desastre:
«¿Sufriste por el conocimiento?» Esto nos pregunta Nietzsche, siempre y cuando no haya confusión con la palabra sufrimiento: el padecer, el «paso» de lo enteramente pasivo, sustraído a cualquier visión, a cualquier conocimiento. A menos que el conocimiento, siendo conocimiento no del desastre, sino como desastre y por desastre, nos transporte, nos deporte, golpeados por él, aunque no tocados, enfrentados a la ignorancia de lo desconocido .

Tal desconsuelo que traía consigo la desmaterialización del objeto del arte y el sentimiento de “inutilidad” que los artistas enfrentaban ante la estética tradicional, se reveló también en la escritura conceptual como una evidencia de nihilismo. De esta época temprana, encontramos expresiones como el del francés Ben Vautier, gran parte de cuyos trabajos ha de consistir justamente en la afirmación de esta experiencia de desabrigo, como en su obra: Total Art Match Box, pequeña instalación de una caja de cerillos en tamaño real que contiene la leyenda:
“CAJA DE CERILLOS ARTE TOTAL: USE ESTOS CERILLOS PARA DESTRUIR TODO EL ARTE — MUSEOS — BIBLIOTECAS DE ARTE — READYMADES POP — ARTE Y TODO LO QUE YO, BEN, HAYA FIRMADO COMO ARTE — QUÉMELO TODO — GUARDE EL ÚLTIMO CERILLO PARA ESTA CAJA — ”

 

Llama la atención la manera en que este tipo de movilizaciones artísticas iba repercutiendo el escenario global en el cauce de los pronunciamientos juveniles, en un principio casi como un efecto de descenso geográfico de Estados Unidos y Gran Bretaña a los países del sur, respectivamente en cada continente. Por lo que toca a nuestro país es posible rastrear el eco de estas manifestaciones en artistas como Felipe Ehrenberg o los integrantes del “No grupo”.

 

Sería difícil dar cita a todos los casos de artistas que, partiendo sobre todo de las artes plásticas, ejercieron tal renuncia a favor del concepto abandonando y muchas veces desmantelando sus propias creaciones. Este espíritu peculiar de la época es evocado con lucidez poética por Giorgio Agamben.
“Llega un momento en la vida de todo gran artista, de todo poeta, en que su idea de la belleza, un concepto que hasta ese punto había requerido de ser seguido continuamente como espiral ascendente, de pronto, sin previo aviso, se invierte en dirección opuesta y aparece, podría decirse, como caída vertical. […] Éste es el punto de des-creación, cuando un artista en la interpretación suprema de su arte deja de crear y, más bien, des-crea, es un momento mesiánico, imposible de nombrar, en que el arte mismo milagrosamente logra mantenerse estático, casi estupefacto; a cada momento aparece caído y resucitado” .

Destruir; “des-crear” acaso. Tal parecía el propósito que el lenguaje pretendía insuflar al arte como un nuevo e inusitado modo de hacer.

 

4. 4. 1. Escritura conceptual y mensaje social

Además de toda esta fiebre nominativa y de uso del texto como puente hacia el abandono de la plasticidad pictórica, también existe un ejercicio del texto cuyo objetivo se localiza, de algún modo, afuera de sí mismo; es decir, aquel que usa las palabras como vehículo para manifestar todo lo relativo a las condiciones de la vida, la sociedad, el trabajo, los diversos roles humanos; o bien, más específicamente, delatar la injusticia social, la inequidad entre sectores de la población, etc.
Si se nos permite la comparación con el sonido, diremos sin afán despreciativo que este uso de la escritura sería el de la campana o la bocina; pero no el del violín. Tal maniobra conceptual opera al mayor nivel óptico posible, razón por la que suele adoptar fórmulas del lenguaje público establecido, como propagandas, carteles y eslóganes publicitarios. Su talante es análogo al de una escritura cuya subjetividad es omnisciente, y, por tanto, tiende al uso de la voz pasiva aunque, en su vínculo moral con los modelos preestablecidos de la publicidad, se inclina por un tono imperativo. Esto hace, a pesar de lo cotidiano y humanizado de los mensajes, que “la voz” se reciba a un tiempo familiar, fantasmal y autoritaria, como en los letreros de tránsito. No se trata de un monólogo, sino de una especie de diálogo tácito o sugerido que “impide las visiones íntimas del sujeto biográfico, restricción cognitiva tematizada, con frecuencia, en los lamentos del (escritor) en cuanto a su no-omnisciencia ante el opaco Otro” .
De esta vertiente conceptual deriva el ejercicio netamente de protesta y el arte con intención activista. Son frecuentes en él los discursos de género, o de segregación racial o económica con palpables fines de emancipación social. En este conjunto encontramos expresiones como las del mismo Ben Vautier, Guerrilla Girls y Barbara Kruger.
En primer término, la labor activista del colectivo norteamericano de mujeres Guerrilla Girls “protesta contra el desequilibrio entre el acceso femenino y el masculino a una posición en el mundo del arte —en este caso, bajo la forma de un cartel de aspecto comercial que compara los precios pagados a un héroe de la vanguardia, varón y blanco, Jasper Johns, con los pagados por el arte de mujeres artistas, tanto blancas como de color” . Esta acusación delata a su vez la estrecha relación del sistema ancestral de patriarcado con una estructura económica aún vigente en el modelo de un “mercado capitalista agresivo”. Si bien es cierto que el designio feminista de sus mensajes escritos se enfoca en el mundo del arte, éste es más una denuncia social que una reflexión auto-reflexiva de éste; lo cual hace finalmente que el arte se determine exteriormente (desde el ámbito público); así, su verdadero objetivo se destaca en la equidad de hombres y mujeres ante el estándar de vida del “artista-creador” cuya tradición capitalista ha pagado bien al arquetipo caucásico, varón y de cultura anglosajona .
En cuanto a su técnica, el colectivo toma por asalto y de manera anónima las formas popularmente acogidas de atención cotidiana, especialmente, el cartel publicitario. Y, en tal caso, su “firma” se retraduce en un logotipo de texto, al estilo de una marca corporativa.
El grupo ha sido muy radical en sus expresiones y en su espíritu. Es tan genuinamente cooperativo que el anonimato de sus miembros es un secreto guardado con celo: aparecer con máscaras de gorila es una metáfora de ello. El arte de esta entidad superorganizada es una forma de acción directa: sus miembros empapelan las paredes del Soho con pósters brillantes y mordaces. Pero el mensaje de los pósters es que las mujeres no están suficientemente representadas en los museos, en grandes exposiciones y galerías importantes. Esto contempla el éxito artístico en los términos tradicionales.

 

Dentro de esta directriz contestataria y, en ocasiones, también aludiendo al tema del género, encontramos el trabajo de la artista conceptual estadounidense Barbara Kruger. Originalmente fotógrafa y diseñadora gráfica y editorial, Kruger usa la escritura conceptual como un prototipo de espacio significante. Sus textos consisten habitualmente en frases de denuncia en las que se cuestiona la violencia cotidiana y la intimidad. La artista no atiende sólo al texto por el texto, sino que imprime una estética cercana al pop en la que sus frases se destacan abrazando enormes cantidades de espacio arquitectónico (paredes, corredores, pisos enteros, etc.) en claroscuros y colores puros con una tipografía contundente (bold), de diseño pulcro, propia del lenguaje de la publicidad y de la comunicación gráfica.

 

En lo tocante al léxico usado en sus mensajes, “Barbara Kruger no siente interés alguno por el lenguaje inteligente, comprensible únicamente por una minoría ”; más bien se aboca por lo escueto y directo de las palabras más comunes. No obstante el portento de sus estructuras textuales, el carácter mundano de los mensajes, como es el de “NO NECESITAMOS UN HÉROE” contribuye a la “conciencia de que una vida es tan buena como cualquiera pueda desear. Cualesquiera sean los programas sociales son coherentes con aquello” .

 

 

4. 4. 2. Escritura conceptual y ortopedia descriptiva

En el ámbito de la conceptualidad del arte visual contemporáneo, advertimos la necesidad por una expresión que se pueda ejercer y desenvolver en los campos intermediales, de modo que coloque al mismo nivel discursivo la palabra y la imagen. Es, hasta cierto punto, una necesidad de cooperación, de guión. Pero no tanto en el sentido estricto de contar o de acotar un relato lineal, ni tampoco de que las palabras opongan una narrativa a lo estático, tal como suele oponerse la prosa a la poesía; se trata más bien de la capacidad de confeccionar alguna clase de historia a partir de la plasticidad de los recursos propios del texto; una historia que, lejos de concebirse en términos literarios, pueda abrir nuevos ámbitos metafóricos cernidos en la intertextualidad del la escritura y la imagen; nos referimos, no obstante, a eventos visuales que bien pueden ser entendidos como “situaciones poéticas”.
Este ingrediente poético existe justamente a causa de la generación de un cronotopo; lo cual significa que en los intersticios de lo que “cuentan” las palabras y las imágenes se abre un plano común al espacio y al tiempo. Esta disposición
incluye tanto el momento espacial como el temporal. Con este aspecto se relaciona de una manera directa el punto de vista axiológico (jerárquico; relación con lo de arriba y lo de abajo). El cronotopo del suceso representado, el cronotopo del narrador y el cronotopo del autor (la última instancia del autor). Espacio ideal y real en las artes figurativas. .

Ya artistas como, Sophie Calle, Gillian Wearing y Duane Michals, entre muchos otros han ido estableciendo en el mundo del arte de concepto esta nueva clase de lenguaje. En el caso de Sophie Calle, encontramos un tipo de escritura que representa en sí misma un acto. Con una técnica paralela al performance, la artista francesa se entrega a la labor, por completo lúdica de explorar situaciones de intimidad, en las que se destacan el abandono, el desamor, la mentira, el sueño. Tras realizar una previa pesquisa fotográfica de índole detectivesca, Calle construye posteriormente la historia visuo-gráfica que de ello habrá de ser contada.
En uno de sus primeros trabajos de 1979 (S. Calle) siguió obsesivamente en Venecia a un hombre que acababa de conocer en París. Lo fotografió y tomó nota de cada uno de sus movimientos. Otra vez encontró una agenda y llamó a cada uno de los que figuraban en ella para saber detalles de la vida de su dueño y luego publicó esas descripciones en un periódico de París. Otra vez se ofreció como mucama en un hotel para poder fotografiar las habitaciones y las pertenencias de los pasajeros. Sus obras más tempranas “Suite Venetienne”,”The adress book” y “The hotel” que combinan fotografías, notas y registros de videos, son el resultado de esas experiencias .

La lámina siguiente muestra una de las páginas de su cuaderno de bitácora de la Suite veneciana, en él se encuentra el registro de las personas desconocidas que Calle invitaba a dormir a su casa. “Pedí a algunas personas que me proporcionaran algunas horas de sueño. Venir a dormir a mi lecho. Dejarse fotografiar. Responder a algunas preguntas. Propuse a cada uno una estancia de unas ocho horas, la de un sueño normal” —contaba la artista.”

Se destaca aquí el uso de la escritura como un vehículo, ya ortopédico ya paralelo o alternativo, a las imágenes formales, las cuales comúnmente son fotográficas y, en su concomitancia con los textos generan una impresión ficcional semejante a las secuencias del cine mudo. Valga esta comparación sólo en un sentido circunstancial ya que, si recordamos el inabarcable potencial de las relaciones de imagen y palabra , esta escritura narrativa puede adoptar modelos que van del cómic al libro infantil; desde las fotonovelas a los fetiches típicos de los diarios íntimos.
De forma análoga, Gillian Wearing produce imágenes compuestas comúnmente por el retrato de uno o varios individuos que a su vez portan breves sentencias escritas por la artista y en las que ella les “asigna” una situación, muchas veces, se trata de una denuncia sentimental que, acuñada en primera persona, genera un efecto de abstracción semejante al de la impresión de deducir el contenido de un libro con sólo mirar su portada; es ésta una “reverberación” instantánea en la que los sujetos devienen automáticamente arquetipos de conceptos, que sugieren historias intrincadas, a pesar de lo escueto de su propuesta.

 

Por otra parte, Duane Michals, considerado uno de los representantes de la “fotografía filosófica”, utiliza la fotografía y el texto en varios planos de modo que antojen una historia, algunas veces como secuencias y otras como tarjeta postal de una sola cara. En el caso de sus secuencias, “las obras de Michals constituyen series de fotografías que establecen prolongadas narrativas. Como narrativas en serie, estas obras se oponen a la exigencia moderna de que el arte es precioso y autónomo; el uso en las series de una imagen junto a otra nos recuerda que las fotografías son baratas y se producen con facilidad” . Aquí, al igual que con Vautier, y muchos otros, se pone siempre el arte en tela de juicio.
El uso de los textos hace que la fotografía esté “compuesta, manipulada y ficcionalizada de manera autoconsciente; el denominado modo direccional”. Esto significa que, “el texto que complementa las fotografías hace que esas sean una especie de ‘imágenes dirigidas’, puesto que al espectador se le conduce a través de la sugerencia hacia un significado de la imagen, no de otra cosa” . Abajo, mostramos una fotografía anotada de Michals . Escrito en la base de la imagen se lee: “Esta fotografía es mi prueba. Fue esa tarde, cuando las cosas estaban aún bien entre los dos, y ella me abrazaba, y éramos tan felices. Así fue, ella me amó. ¡Mírate a ti mismo!

 

 

 

Es posible, a través de lo aparentemente sencillo de estas prácticas, dar fe de los rasgos capitales del declive de la estética precedente y del arribo de una visualidad más bien crítica e igualmente “autoconsciente”. ¿En dónde podríamos advertir entonces tales rasgos? Observando esta cualidad del texto a profundidad, ese juicio del arte de que hablamos y cuya auto-referencialidad estudiaremos adelante, se hace evidente también en la presunta “auto-descripción” de los sujetos retratados. Por ese camino, de manera elíptica, argüiríamos que “los intentos de reproducir la teoría de la reflexión del sistema del arte en la forma de obras de arte, marcan —en la auto-descripción del sistema— el fin de la época estética (…). Los elementos constatativos y los performativos del texto requieren de una simbiosis retórica que no está apoyada en una unidad preexistente” . Y esa ausencia de pasado referencial indica justamente que nos situamos, no ante un giro formal del arte, sino ante una destrucción de su estética.
Esta relación narrativa entre imagen y palabra “aporta nuevas vías de creación y de significación al arte contemporáneo, puesto que, además del significado que se incorpora a través de la imagen, (…) se consigue, a menudo de forma muy sugerente, involucrar al espectador en la obra de arte en el sentido que le permite añadir su propia lectura” .

 

4. 4. 3 Escritura conceptual y abstracción

Sin duda uno de los principales retos de los artistas conceptuales habituados ya al uso de la escritura como medio de expresión, es la de ejercer una especie de abstracción doble, en este caso, la que va de lo visual a lo textual y de lo textual a lo que es meramente simbólico; o, incluso triple, como cuando está cerca de lo no-significativo ideológicamente, al nivel de una especie de textura. Este ejercicio coloca la visualidad y la escritura en un nivel medio; mas no como en el modelo anterior en cuanto a un plano narrativo, sino en un campo por completo sintáctico que, como las escrituras inventadas de modo privado, propugnan diferentes sistemas sintácticos con sus propias reglas lingüísticas, cuya gramática no son palabras.
Rara vez se trata de sistemas inventados en el sentido de intrincados dispositivos jeroglíficos que hubiera que traducir; y sí frecuentemente de sistemas de escritura que los artistas visuales adoptan a partir de otros planos de comunicación; es decir de otros lenguajes. A diferencia de la poesía visual, que suele adoptar el patrón verbal al menos como un referente; el lenguaje conceptual abstracto no se inspira en la palabra en el sentido argumentativo. Lo que argumenta en la escritura abstracta es lo que “imagina que se argumenta”, o bien, lo que otros lenguajes son capaces también de comunicar. Esto significa que “subvertir las expectativas alfabéticas es sencillamente un modo de subrayar que las superficies ponen a disposición configuraciones gráficas biomecánicamente imposibles en el modo oral” .
Artistas como Bernar Venet, dan cuenta de ello, al desarrollar obras visuales basadas en números (fechas, coordenadas, fórmulas, operaciones matemáticas, etc.), de los que el espectador capta algunos niveles de “mensaje” indirecto, pero no por ello exento de tintes éticos. “Según B. Venet, el artista ha de reaccionar contra el abuso del formalismo y reducir la obra de arte a una función matemática: «Lo que condenamos es el abuso del formalismo y la tendencia de algunos artistas a creer, ingenuamente, que la expresión justifica por ella misma el arte» ”.

 

Existen, a pesar de tratarse de lenguajes abstractos, otros “discursos” nada exentos de complejidad y particularmente extraños para el arte. Tal es el caso de Hanne Darboven. De manera semejante a la escritura narrativa de que hablamos, sólo que en sentido abstracto, la artista alemana crea instalaciones a partir de centenares de folios en los que se inscriben distintas fechas que, a su vez, se organizan por periodos de años y de un índice arbitrario, de cuyo número se trazan líneas que van definiendo un esquema a la vez visual y matemático de una especie de huella, de trazo de “la labor” propia del tiempo.
Cabe destacar que este tipo de expresiones surgió como un estallido experimental ante la efervescencia del concepto aún en la década de los 60 y “había una fascinación por los grandes números (…) y por los diccionarios, los tesaurus, las bibliotecas, los aspectos mecánicos del lenguaje, las permutaciones, lo regular y lo preciso” . Era como si el minimalismo se estuviera ahora restituyendo de los significados perdidos.

 

Otro de los artistas ejemplares de este modelo de escritura es el estadounidense Mel Bochner. El trabajo de Bochner discurre en una suerte de tramas estructurales escritas en el espacio físico que parecieran o bien, acotarlo o bien prolongarlo, como si una idea fuese “adherida” al espacio sin modificarlo en esencia. Esta idea es en realidad un tipo de lenguaje que asoma a través de la construcción de una cadena de signos. Para el propio Bochner, “el orden serial es un método y no un estilo. Los resultados de este método son sorprendentes y diversos (…) Muchos artistas trabajan “en series”. Así es como ellos hacen diferentes versiones de un tema básico” .
Para Bochner la escritura es un pretexto de isomorfismo, es decir, de búsqueda de la equivalencia entre dos formas o dos situaciones, como cuando la operación contenida en cierta ecuación aritmética puede ser cifrada en una fórmula distinta. En Bochner, líneas, flechas y números, tienen un alfabeto propio. Eso recuerda una de las célebres sentencias de Sol LeWitt, cuando este afirmaba que “si se utilizan palabras, y provienen de ideas sobre el arte, entonces son arte y no literatura; los números no son matemática” ; es así como Bochner hace significado más que resolver operaciones.
Se trata aquí, pues de una especie de anagrama visuo-textual, de poder descubrir un lenguaje contenido en una estructura que no lo aparentaba. Como es el caso de las dimensiones físicas de un recinto en sus propias tramas vueltas visibles como acotaciones al espacio, como las trazaría un ingeniero o un arquitecto en sus planos, pero rara vez en los muros de una edificación.

Lo que el arte visual aporta aquí al concepto (o viceversa) es justo la facultad de hacer visible algo que hasta entonces sólo se había imaginado o existía latentemente. Al parecer los artistas se volvieron a la escritura, porque tal facultad se circunscribe perfectamente en el horizonte del lenguaje. De ahí que el artista “proclamara en una especie de manifiesto y con tono apodíctico de una proposición fundacional: «El lenguaje no es transparente»” . Presentamos el trozo de papel que concluye con esta afirmación y que cobró gran renombre en materia de arte conceptual. Según el pequeño manuscrito, para Bochner:
No existe pensamiento sin sustancia que lo soporte. Pero el lenguaje nos hace pensar que es posible tener conceptos: este concepto-precepto. El dualismo es demasiado simple para comunicar lo que de hecho ocurre, por no pensar que puede hacerse sin pensar en algo. Ver no es pensar ni es tampoco ese nebuloso proceso de conjurar un concepto como un tipo de arte que quiere comunicar. El lenguaje no es transparente .

 

El hecho de que el texto se presente como un hacer, y como la propia huella de sus mismas refutación y sobre escritura, da aún más sentido a tal tesis.

 

4. 4. 4 Escritura conceptual documental

Pensar que los documentos y los objetos pertenecientes a la vida común de un artista irían a ser considerados ellos mismos como arte alguna vez, no es algo de lo que la Historia haya dado fe sino hasta la aparición de los fetichismos, acuñados en la tarda modernidad. Todo apunta a pensar que “los documentos tradicionales concernientes a la vida y carrera de un artista comienzan solamente a existir cuando aparece la costumbre de relacionar la obra de arte con el nombre de su creador. ”
Existe, por ejemplo, un proyecto artístico realizado entre 1973 y 1979 llamado Documento Post-partum de la artista norteamericana Mary Kelly que consistió en exponer todos los registros posibles, ya fuera a partir de objetos o sustancias, de documentos o de notas, sobre el proceso de gestación y nacimiento de su propio bebé y de su crecimiento a través de los subsecuentes seis años. Cada uno de los capítulos con que se organiza esta serie se centra en un momento formativo del niño en el dominio de la lengua y su sentido de pérdida. Bajo una observación analítica, oscilando entre los rastreos gestuales y la recolección de efectos que “evidenciaran” el paso de su hijo por el tiempo, la artista construye un discurso visual abundante, con carácter contundente y no por ello carente de inmersión en la intimidad, el feminismo y la pulsión emocional.
Mucho de cuanto integra la parte escrita del proyecto se conforma por materiales tales como:
• informes de estatus médicos,
• párrafos en hojas de diario íntimo,
• registros manuscritos de las actividades del niño,
• ropa acotada con texto y otros grafismos,
• la primera escritura legible del niño, etc.
Curiosamente, para su exposición, dentro de las cédulas informativas no se describían los documentos (objetos y escritos) por lo que habían representado en su propio presente de registro de realidad, sino como partes numeradas de un inventario artístico (archivo) como cualquier otro, detallado al estilo de una obra de arte en el sentido tradicional: autor – título (número) – fecha – técnica (así ésta estribara tanto en el “uso” de sangre como de grafito, tanto de papeles arrugados como de rayones con crayón de cera). Esta especie de “asepsia” paradójica entre lo que se muestra y la manera de ser mostrado asume de los documentos visuales y escritos un carácter de pieza.

 

Para Hal Foster, en trabajos de esta índole de inventario, la artista desarrolla en cierta forma una actividad etnográfica, en la que se discute “la teoría, la enseñanza, el activismo, la amistad, la familia, la mentorización, el envejecimiento” ; por lo que este tipo de registro conceptual de documentos comparte con la escritura cartográfica pues la artista “practica el mapeado etnográfico reflexivamente. ” Lo cual dota aquí a la escritura de un carácter doble; narrativo en el sentido de acotar registros de la realidad y documental en tanto que fungen como memoria social y antropológica de un hecho determinado.
Pero ¿cómo logra este tipo de escritura documental ser un símbolo de sí misma?
Para la teórica Suely Rolnik “Una verdadera compulsión por archivar se ha apoderado de una parte significativa del territorio globalizado del arte en el transcurso de las últimas dos décadas —que se extiende desde las investigaciones académicas hasta las exposiciones basadas parcial o íntegramente en archivos” . Rolnik se pregunta por la clase de hecho poético que estos inventarios puedan representar; también se pregunta a qué “políticas del deseo” se deba tal furor”.
Si observamos la ontología de “los escritos” históricos per se; advertiremos que, la escritura almacenada ha representado siempre un peso sociopolítico importante en la cultura en todos aquellos folios que, si bien no son ya consultados, dan fe constitutiva del conocimiento, las leyes, los mandamientos religiosos, los actos políticos, etc.
En Mal de archivo, Jacques Derrida se cuestiona el significado de este fenómeno contemporáneo, que paradójicamente, hace referencia al origen, a la arqueología y a la autoridad. “El campo semántico del término archivo, aunque amplio, parece centrar sus significados en 1) un conjunto ordenado y codificado de documentos guardados 2) en un lugar de algún modo ligado a la memoria 3) que puede ser manejado y 4) que posee un cierto carácter privado, secreto y perfecto” .
En cuanto a este tipo de escritura, o pensada verbalmente como participio, “lo escrito”, el filósofo francés repasa de manera crítica una de las venas etimológicas de archivo: “el arconte, el arkhefon, es decir, frecuentemente el Estado, e incluso un Estado patriárquico o fratriárquico, tal sería la condición del archivo. Este no se entrega nunca, por tanto, en el transcurso de un acto de anamnesis intuitiva que resucitaría, viva, inocente o neutra, la originariedad de un acontecimiento” .
Este recogimiento de la escritura, digamos, de una escritura de carácter político, es uno de los referentes más notorios de la primacía del lenguaje en la cultura occidental, equiparable a lo que implica la célebre sentencia bíblica que reza: “En el principio era el verbo”. Piénsese por ejemplo en la importancia que guardan algunos rituales de nominación que hacen de los objetos, el “embarque” instantáneo de autoridad documental como, cuando en los matrimonios se firma el libro de actas o, mejor aún, cuando en los juicios se jura la verdad con la mano puesta sobre una Biblia cerrada, nunca abierta. Pues, la noción de texto, incluso de escritura, sólo es posible, paradójicamente siempre que nada se pueda leer a partir de ellos. Esto posee el mismo tipo de mecánica que los “actos del habla” descritos por John Austin como un hacer cosas con palabras sin necesidad de acción física; a lo que nosotros transferiríamos aquí por “dar fe de una lectura a través de los objetos sin hacer su lectura física” .
En un sentido estricto, esta documentación representa “lo escrito”, de una forma semejante que uno puede hablar para representar “lo ya leído”; con la salvedad de que el segundo es un sujeto siempre individual, mientras que el otro participa de un tiempo indefinido y colectivo. Esta subjetiva noción de tiempo es impuesta como un vínculo
“de inconsciente a inconsciente. Nuestra propia vivencia de la temporalidad no como un estado lineal ininterrumpido, histórico, sino como (…) una temporalidad descentrada, cíclica, arcaica, mnémica, heterogénea, fluida. La temporalidad de la obra es construida como la temporalidad psíquica. El objeto artístico funciona como reliquia contra el olvido. Nos expone a la vivencia de la temporalidad a costa de hacerse objeto que lucha contra su propia desaparición. Contra su propia decadencia” .

 

4. 4. 5 Escritura conceptual y el nuevo ámbito matérico

Si, por una parte, según hemos repasado, el lenguaje para Mel Bochner “no es transparente”, por otra, para artistas como Robert Smithson, como apreciaremos enseguida, tampoco lo es insustancial. Ya Roy Harris señalaba que “la disponibilidad del espacio para el despliegue de las formas escritas es lo que da a la sintagmática de la escritura mucha mayor variedad y complejidad que la que puede tener la del habla” . Pero antes de observar estas hipótesis, revisemos —valga esta redundancia— el “campo” de la escritura y la escritura en el espacio.
Hasta aquí hemos hablado de dos procesos importantes de extinción, por un lado la desmaterialización del objeto artístico y, por otro, la desintegración del lenguaje mismo. Ante ello, el cuestionamiento que nos asaltaría de inmediato es: si objeto y lenguaje están escindidos dentro del arte, ¿cómo puede subsistir en él alguna clase de materialidad y de texto? Esto es fácil de responder si desvinculamos de tales ámbitos todo valor fetichista: de avalúo económico por parte del arte visual, y de exigencia estilística por parte de las letras. Lo cual quiere decir que, si en efecto, ni el objeto ni el lenguaje desaparecen por completo, sí al menos desaparece de ellos su concepción histórica y, con esto, su aprecio por lo que durante años solieran ser: una pintura incomparable y única; una novela o un libro de poemas sublime e inigualable.
Cierto es que, pese a ser éste el nuevo “espíritu” del arte, no son pocos los que han malentendido la encomiable renuncia que supone alejarse de los fetichismos y, con ello, de la aspiración a inmortalizarse en colecciones muy al estilo del arte moderno. Ya Claire Fontaine denunciaba severamente a aquellos artistas que, habiendo partido de postulados conceptuales supuestamente revolucionarios, como el ready-made, re-objetualizaban el valor de éstos al modo fetichista del arte moderno y coleccionable. En ejemplo de ello es su opinión acerca del célebre artista conceptual tailandés Rirkrit Tiravanija.
uno de los trabajos de Tiravanija consistía en exponer el coche que le había llevado desde el aeropuerto hasta el lugar de la exposición. ¡Coche usado, “tocado por la gracia” del artista, pero, ay, un coche cualquiera, un ready-made justificado simplemente por su valor de uso! ¡Exactamente lo contrario del concepto del ready-made! (¡Como si el porta botella o las latas Brillo fuesen obras de arte por el hecho de haber sido utilizados por los artistas!)

Una vez aclarado este dilema del objeto y su renuncia a la plasticidad, y del texto al discurso exclusivamente literario y erudito, podemos suponer también que hablar de la materialidad de las palabras no estriba propiamente en destacar la cualidad tridimensional que puede adoptar cualquier modelo de escritura, (sobre todo si consideramos que de alguna manera y más patentemente en sus orígenes) toda escritura es volumétrica; de tal suerte que el célebre letrero del monte Hollywood en que descansa la enorme grafía de su nombre, tal vez pueda ser estudiado como un fenómeno propio de la cultura visual pero no ya como un concepto de arte. Al contrario, la materialidad del texto es más bien una nueva condición expresiva del lenguaje, la cual considera el espacio asimismo de manera conceptual.
Con ello nos referimos a aquellas grafías que comunican el precepto espacial o cuyo concepto se apoye a su vez en el del espacio. Cerca de ser sólo su técnica, incluso de ser una actividad escultórica, la escritura como materialidad también incorpora obligadamente una reflexión sobre el espacio. Por otro lado el volumen d su presencia puede ser mínimo per se y, sin embargo, ser espacial y matérico en virtud del concepto que transmite. Puede aplicarse aquí una analogía cuando Carl Andre advertía que no había que confundir un lugar con un ambiente ; puesto que un lugar es en sí mismo un área específica dentro de un ambiente; de tal modo, es posible entender la escritura matérica, como una escritura que inaugura una noción de lugar (espacial), por mínima que sea, adentro de un contexto artístico cualquiera.
Así más que responder de manera fiel a su contenido verbal, esta particularidad contemporánea de la escritura no “es del todo ella misma” sin la noción de espacio; es decir, su significación quedaría trunca sin esta importante consideración. Observemos ahora el “dibujo” Heap of lenguaje (Montón de lenguaje) de Robert Smithson seguido por su transcripción en caracteres “de molde” .

 

Ya el hecho de que sea “un montón” y no otra cosa, nos habla de lo que vendrá: un “sopesar” del lenguaje ahí donde se lo encuentre. Es de llamar la atención que a siete años de Heap of Language, entendido como una concepción de corporeidad del texto, Barthes buscaba algo semejante para las perspectivas de análisis, cuando se pronunciaba por “una nueva ciencia lingüística que no estudiase ya el origen de las palabras, la etimología, ni su difusión, la lexicología, sino el progreso de su solidificación, su espesamiento a lo largo del discurso histórico; sin duda esta ciencia sería subversiva, manifestando más que el origen de la verdad, su naturaleza retórica, lingüística. ”
En vista de que, como señalaba Lawrence Weiner, “no se puede considerar al espacio un material del arte” , eso que en esta escritura significa, es a un tiempo morfológico y conceptual, de modo que las líneas escritas cifren elementos de un campo semántico procedente o inmanente del lenguaje mismo. Esta estructura debe mirarse como apertura para el espectador-lector. Así, si lo hiciéramos de arriba abajo, la pirámide se corona por la palabra “lenguaje” y desciende por líneas que van apilando el cuerpo de palabras, con: “fraseología discurso”, “lengua linguo-vernácula” “lengua madre”… “letras bellas letras”, “confusión de lenguas” “Babel universal”, etc.
Esta aparente anarquía no es sino una conceptualización misma del espacio afín a las propias palabras de Smithson cuando en su ensayo El museo del lenguaje en las inmediaciones del arte este decía que: “la naturaleza es una esfera infinita cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna” . Esta aparente paradoja, es en realidad un pretexto conceptual para el “acomodo” del espacio en la escritura misma.
Cercana a la poesía visual, este uso de la escritura propone una reflexión material sobre el arte a través del propio arte. La conciencia de este modelo es la capacidad del artista visual de ejecutar en su escritura los elementos que hagan notar que “el arte [escritura visual] no sale de la boca, ” o sea, que el ser del arte que persigue esta forma de trabajo es, en efecto, lingüístico pero no depende de la elocuencia y poco tiene que ver con la experiencia de “decir algo”; y sí más bien con su propia corporeidad y presencia en un entorno de arte.
Ya que es posible concebir montones o pilas, no solamente de palabras, sino de lenguaje, otra de las características espaciales de este tipo de ejercicio queda en la sugerencia de cómo estos montones pueden ser desplazados en la noción espacio-temporal de la lectura. Y si, por ejemplo Mel Bochner en su escritura de concepto utiliza la borradura y el tache, esto significa que el lenguaje de alguna manera, se entiende como un espacialidad en capas, de la que se puede aplicar una arqueología vertical u horizontal de la escritura.
Por lo visto, una de las “maneras” conceptuales por excelencia para resolver el eterno dilema prevalente entre la pieza de arte física y su significado se encuentra al momento de trabajar esta condición material del lenguaje, y no tanto en la fiscalidad de los materiales. Recuérdese que en principio el arte de concepto no es materialista, sino lingüístico, y que uno de los errores comunes para “conseguir” tal concepto es creer que este se encuentra entre los materiales meramente tangibles. Esto nos hace cavilar en una de las advertencias de LeWitt:
Los nuevos materiales son una de las mayores aflicciones del arte contemporáneo. Algunos artistas confunden nuevos materiales con nuevas ideas. No hay nada peor que ver al arte revolcándose en llamativas chucherías. La mayoría de los artistas que se ven atraídos por estos materiales son los que carecen de la rigurosidad mental que les permitiría usarlos bien. Se necesita un buen artista para usar nuevos materiales y transformarlos en obra de arte. El peligro es, creo, darle tanta importancia a la fisicalidad de los materiales y que eso se transforme en la idea de la obra (otro tipo de expresionismo) .

Así, cuando Bochner toma textualmente la cita de Borges: “Existe un laberinto que es una línea recta”, pero decide escribirla en un espacio que es un pequeño nicho dentro de un interior; digamos que este acto, vuelve automáticamente espacial y material su propio concepto de escritura, de la misma forma que cuando Joseph Kosuth, en una instalación consistente en cinco palabras en neón azul: describe la leyenda: “FIVE WORDS IN BLUE NEON” (cinco palabras en neón azul). Observemos ambos ejemplos.

 

4. 4. 6 Escritura conceptual y definición de arte

Como hemos ya sugerido en nuestros argumentos, una de las características más distintivas del arte de concepto es la auto-referencialidad. Tal conjetura es simple si consideramos que la auto-referencialidad es un rasgo propio del arte contemporáneo mismo, dicho en el más amplio de los sentidos, lo cual incluye prácticamente todas las disciplinas.
Arthur Danto escribía: “Joseph Kosuth afirmó que la única tarea para un artista de nuestro tiempo «era investigar la naturaleza misma del arte». Esto suena muy parecido a la frase de Hegel que
inspiró mi propia visión sobre el fin del arte: «El arte nos invita a la contemplación
reflexiva, pero no con el fin de producir nuevamente arte, sino para conocer científicamente lo que es el arte» . Para Danto, esto representaba el “fin del arte” porque, si el arte de nuestros tiempos invita a conocer el propio arte como un “eterno” redescubrimiento de sí mismo, todo lo que queda tras de él, es no sólo descriptivo, sino redundante en un sentido pleonástico.
No es casual que, para Danto, Kosuth sea un artista con un conocimiento excepcional de la filosofía. Mucho se ha apuntado a Joseph Kosuth como la figura más influyente en la renovación de los conceptos de Marcel Duchamp que, en gran medida, estaban un tanto sepultados por la crítica y la Historia del arte. Hecho curioso, pues, si bien es sabido que Duchamp no fue “comprendido” del todo en “su tiempo”; con Kosuth ocurrió algo similar, especialmente entre las décadas 60 y 70. “Sucedió que pocos filósofos de la época estaban preparados para hacerlo, simplemente porque muy pocos pudieron imaginar la posibilidad de un arte producido en esa vertiginosa disyunción” .
De hecho, Joseph Kosuth uno de los integrantes de Art & Language, fue acaso el más notable de los exponentes y precursores de la escritura conceptual. El artista estadounidense parte de la autorreferencia del significado escrito y la imagen para desarrollar su célebre “saga” de “Objetos perfectos”, consistentes en “autodefiniciones con diversos enunciados que se materializan a través de neones o letras impresas, buscando la equivalencia entre la intención del artista y la descripción de la obra, que en realidad son una misma cosa” , una ontología conjunta de la palabra y la visualidad. “En ocasiones, a R. Barry, L. Weiner, D. Huebler y también J. Kosuth se les ha reunido en una especie de grupo conocido por las siglas formadas por las iniciales de sus apellidos —B W H K—, y entendido como el «límite último del arte conceptual» en tanto que a sus componentes les interesaba más analizar la naturaleza del arte que la presentación de objetos y asumían las funciones del crítico para defender el derecho a la autorreflexión” .
A continuación, perteneciente a la misma serie del caso de las sillas (One And Three —Uno y tres— de Joseph Kosuth), que atendimos en el apartado de Medios mixtos, apreciemos un conjunto más de obras, cuyo concepto funciona bajo la misma lógica de auto-referencialidad.

 

Hasta ahora hemos hecho un repaso detallado acerca de las características del arte contemporáneo en general, y también en cuanto a la escritura conceptual en particular. Armados pues de estos conocimientos, pasaremos a hilvanar una metodología que tenga la función concreta de aplicarse como un análisis crítico para este tipo de arte; procurando siempre que el rango de casos sea lo más amplio posible, de modo que nuestra herramienta sea de utilidad para prácticamente todo el arte conceptual en el que, de algún u otro modo, las formas escritas cobren presencia.

 

5 SOPORTE, TEXTURA Y LEYENDA (Apartado metodológico)

5. 1 Condiciones del arte actual

Con el fin de aprovechar los conocimientos teóricos e históricos asimilados a este punto y de poderlos aplicar en tareas útiles, nos queda ahora elaborar un dispositivo metodológico; esto es: un itinerario que nos ilumine el camino de análisis durante la revelación de nuestro fenómeno. Una vez construido tal dispositivo, seremos capaces de esgrimir un discurso crítico que sea practicable en los numerosos casos en que el arte construye su concepto por medio de la visualidad y la escritura; hecho que como hemos subrayado, es una de las manifestaciones creativas más comunes en nuestros días.
Para arribar a este modelo de praxis, se requiere a su vez discurrir por varios procedimientos, de los que un simple ejercicio de concreción es el primero. Esto no estriba en otra cosa sino en compendiar, de forma muy escueta, los rasgos que, tras haber seguido el curso del arte contemporáneo en el tiempo, consideramos los más distintivos. Así haremos de esta disciplina un crisol de estudio o bien un escenario que nos servirá para observar nuestro verdadero sujeto de investigación, una vez más: la escritura en su mancuerna con la visualidad.
De acuerdo a las perspectivas expuestas, empezamos entonces por contestarnos esta pregunta: ¿cuáles son las condiciones generales del arte actual? Con ello nos referimos a las cualidades básicas que dejan ver la huella de ese doble viaje histórico del arte hacia lo que se conoce como su “fin” , tanto en el sentido espacial como en el de su modelo de conciencia: primero, desde lo interno de su estructura, hasta su des-objetualización o apertura hacia la espacialidad; y, segundo, desde su consideración como una creación dotada de interioridad (“semilla” de la subjetividad del propio artista), hasta su disolución de toda noción de un yo privado .
Entonces, notamos que, según las concernencias de nuestro análisis, el arte contemporáneo al que nos referimos es:

• INTERMEDIAL. Multimediático, también interdisciplinario y abrevador de más de un tipo de soporte o expresión . Presentamos como ejemplo, uno de los poemas holográficos de Eduardo Kac, cuya escritura es generada a través de varios dispositivos técnicos: computadora, proyector y una estructura mecánica.
• SOCIAL. Colaborativo, desindividualizado, exterior, público, de fácil acceso comunicativo . Abajo, una instalación del norteamericano Joseph Kosuth.

• AUTORREFERENCIAL. Nominativo, auto-definitorio, recursivo, inclinado a cuestionar la naturaleza de su propio lenguaje . Un ejemplo de ello es este trabajo del artista John Baldessari en el que se repite la frase escrita a mano: “Ya no haré más arte aburrido”.
• DESOBJETUALIZADO. Sin preeminencia en su aspecto físico, no estetizado formalmente, “aséptico”, sin lógica comercial esencial, efímero . Tal como se aprecia en esta imagen de arte callejero por el anónimo Banksy.

Una manera de comprobar la hipótesis que presupone este listado de las condiciones del arte actual es recombinando el orden de las obras ejemplificadas, colocando cada una bajo cada categoría y darse cuenta de que todas responden positivamente.
Cabe hacer la aclaración de que estos aspectos distintivos no son hasta ahora sino indicadores demasiado abiertos de lo que, mirando más a detalle, seguramente se encontraría en los modos del arte de nuestros días. La atención general sobre éstos proviene más bien de las consideraciones con que, a priori, se pretende hablar del tema. Si, por ejemplo, la presente tesis se tratase de un estudio económico —y no lingüístico— del arte, sin duda se habría subrayado la índole no comercial de las obras actuales como otra más de sus condiciones frecuentes; hecho que nos desviaría a otro tipo de discusiones en materia de sociedad, capital, patrimonio, etc. Razón por la que hemos resuelto conveniente hallar tales especificidades dentro de aquellos ámbitos más afines a nuestros quehaceres, y decir mejor, siguiendo el ejemplo, que las obras contemporáneas no poseen “lógica comercial” más por carecer de materialidad, que por postrarse o no en los intrincados sistemas de compra-venta, subvención o patrocinio.
La medida de estos rasgos generales será aquí entonces la misma con la que se ha exhibido lo más trascendental del tema.

5. 2 Teorías y tipologías del texto

Una vez identificados estos rasgos generales en el ámbito del arte contemporáneo (la intermedialidad, la socialización, la autorreferencialidad y la desobjetualización), es menester volver por un momento a nuestro fenómeno de la escritura, y cuestionarse qué tanto este atraviesa o permea tales condiciones.
¿Cómo abordar el tema? He aquí que partimos de la premisa de que no hay una metodología que sea específica para analizar la escritura en el arte conceptual. Baste entonces conducirse al meollo de todos estos cruces con preguntas, hasta ahora empíricas, como: ¿de qué manera la escritura se presenta en compañía de otras manifestaciones que no son ni típica ni meramente verbales? ¿Cómo puede lo escrito vincularse con las personas tanto individual como colectivamente, puede el espectador actuar en la producción de tal arte? ¿Hasta qué grado es reconocible cuando un escrito habla de sí mismo, de su propio lenguaje o del arte, o bien, de la ética y la filosofía? Y si es así, ¿es viable hallar categorías discursivas en ello? ¿Puede la escritura emular, suplir o evocar una imagen visual que carece de objeto o soporte?, etc.
Esta maniobra de particularización, traída de conjugar un fenómeno dinámico con las generalidades de un campo disciplinar, será siempre hecha en este orden, y no en otro, cada vez que se distinga bien entre escenario e incidente, entre lo universal y lo específico, lo medular y lo complementario. Tal es la operación presente, la cual da pie al siguiente paso fundamental en la búsqueda de metodologías: hacer una especie de ‘estado metodológico del arte visual escrito’; dicho en palabras más sencillas, indagar lo existente respecto a teorías y sistemáticas relacionadas con nuestro problema de investigación. Y si, por un lado, la ‘metodología del arte’ se construye a partir de las teorías reconocidas en muchas otras disciplinas; por otro lado, sería inútil estudiar un fenómeno artístico tomando tales teorías superficialmente y sin ejercer a fondo tal labor de reconocimiento. Muchos de los autores que hemos venido siguiendo coinciden en que el arte es afín a la teoría. Eso también significa que la teoría requiere de manera ineludible la creatividad propia del arte; y más aún si tenemos en cuenta que “la ciencia actual no ha propuesto aún una teoría satisfactoria de la escritura, de su relación con la lengua y de las reglas de su funcionamiento [y que] ha habido una polémica de carácter metafísico acerca de su «origen»; lenguaje vocálico o bien grafismo” .
He aquí que en cuestión de escritura encontramos no poco. Prueba de ello son justamente algunas de las ópticas y posturas atrás mencionadas. Lo que nos lleva de nuevo a preguntarnos algo, en este caso: ¿cuáles son las metodologías contemporáneas que tratan el “problema” de la escritura?, ¿qué sistemas o tipologías lingüísticas se ofrecen al estudioso del arte para ser aplicadas en el área de la visualidad? y, para terminar, ¿cuál es la relación de tales tipologías o métodos con la necesidad ex profesa de abordar de modo crítico el arte contemporáneo y, sobre todo, el de concepto?
Cuando Fredric Jameson hablaba de la necesidad de mapas para abrir el terreno al momento de descifrar el pensamiento de nuestro presente, estaba hablando también de la necesidad de generar nuevos códigos para familiarizarnos con todo aquello que, como el arte conceptual, se muestra de entrada poco claro o confuso. Ya el propio Kosuth señalaba que las condiciones del arte (como las que hemos nombrado) son en sí un estado conceptual y que “el hecho de que las formas de lenguaje, desde las cuales el artista enmarca sus propuestas, muchas veces se presentan en códigos «privados», es el resultado inevitable de la libertad del arte con respecto a las limitaciones morfológicas; y de esto resulta que uno tiene que estar familiarizado con el arte contemporáneo para apreciarlo y comprenderlo” . Precisamos, pues, “leer” en esos códigos, como si de idiomas se tratase.
Pero como ocurre con los idiomas, las metodologías también poseen raíces que debemos tener en cuenta para formular una nueva. En lo que respecta al universo de la escritura en el arte actual, parece natural que, al buscar los instrumentos de análisis, nos topemos en primera instancia con las perspectivas acuñadas por la literatura y el estructuralismo de hace algunas décadas. Pero si, según se vio atrás, el mismo Roland Barthes apuntaba que (al ser la literatura la responsable por siglos de las discusiones del lenguaje) estamos movidos a elaborar nuevos diálogos con el lenguaje desde otros campos.
Atendamos entonces algunas de las principales teorías que atañen adecuadamente el tema de la escritura y los textos en general. ¿Qué autores están ocupados de alguna manera en el tema? ¿En qué consiste la óptica de sus premisas y hasta dónde se relacionan unas con otras? Y, sobre todo, ¿de qué forma tales teorías se pueden avenir al desarrollo de un método para la escritura en el arte conceptual? Repasemos algunas posturas y observemos, grosso modo, sus semejanzas e hipótesis.

 

5. 2. 1 Poética y textualidad

Para Gérard Gennete, el objetivo de la poética no es hablar de poemas ni tratar los asuntos críticos del lenguaje, y sí más bien “el conjunto de categorías generales o trascendentes —tipos de discurso, modos de enunciación, géneros literarios, etc.— del que depende cada texto singular” ; a lo que en un sentido más amplio se reconoce como transtextualidad, término acuñado por Julia Kristeva que sirve para englobar todas las relaciones posibles entre los textos. Con el fin de ordenar tal fenómeno, Gennete despliega una tipología concreta, clasificando estas relaciones en cinco figuras:
1) La intertextualidad.- En la que encontramos la presencia simultánea de un texto en otro, tal como ocurre con la cita, el plagio, la alusión, la copia, etc.
2) El paratexto.- Que es el conjunto de ligazones menos explícitas entre los textos, como ocurre con sus títulos, prefacios, epílogos, advertencias, anotaciones e incluso muchos otros elementos paralelos a los textos que implican toda una fuente de elementos irresueltos entre estas figuras y los contenidos.
3) La metatextualidad.- por esta entenderemos el texto como un comentario de otro cuya escritura no se evidencia, como cuando convocamos o aludimos a una obra sin acudir a sus palabras originales.
4) La hipertextualidad.- Se entiende por esta todo lo que vincula a un texto con otro anterior y que sin embargo se lo hace saber posteriormente, una especie de injerto o de serie de injertos de textos que se tocan temporal y tangencialmente. En esta peculiar figura podemos encontrar la parodia, el pastiche y el travestimiento textual.
Y 5) La architextualidad.- esta figura estriba en declarar o nombrar una condición genérica de un texto, sin que tenga que ser siquiera citado o comentado; su función es meramente taxonómica y no se interesa por los contenidos, como cuando se dice que tal obra es un aforismo y no un refrán, que tal otra es un poema en prosa y no un cuento, etc.

 

5. 2. 2 Semiología

Ésta es la disciplina encargada de estudiar los signos. Su óptica se centra en los procesos de interpretación y producción del sentido, y no así de los significados lexicográficos ni verbales de las palabras. Cercana a la comunicación y más abocada al desempeño social del signo, los objetos y sus sistemas. La semiología moderna, para su fundador, Charles S. Pierce, opera como un proceso de sustitución de símbolos por objetos, sean huellas, indicios o íconos.
El modelo de análisis que propone la semiología se articula en la triada: representamen – objeto – interpretante. “Esta tríada del signo puede explicarse con un ejemplo. Si miramos el afiche de un hermoso paisaje (= un signo), se produce un proceso de semiosis donde: el representamen es la imagen del afiche percibida como signo. El interpretante es la relación mental que establecemos entre el representamen y su objeto; en definitiva es la idea del signo del afiche. El objeto es el paisaje aludido en el afiche” . Por estas razones la semiología es aplicada en el campo del diseño y la señalética y la señalización.

 

5. 2. 3 Teorías lingüísticas y de la escritura

Luego de que, hace justamente un siglo, Saussure introdujera su teoría lingüística, cimentada en la relación binaria de los símbolos gráficos y sus imágenes acústicas, no pocas fueron las enmiendas que se sumaron a esta teoría con el fin de incorporar otros aspectos significantes del lenguaje que no se apoyaran en el sistema del habla ni relegaran los ámbitos escritos a un aparato de ideografías basadas en la fonación y la audición. Fruto de esos ejercicios de complementariedad son las teorías lingüísticas de las imágenes y la escritura, que son obras abocadas, no sólo a reivindicar los elementos no verbales, sino a darles un lugar en el discurso crítico.
Así, mientras que para Saussure todo lo escrito depende de la oralidad del lenguaje, para los nuevos teóricos de la escritura, es menester traer a la discusión todos los factores que puedan resultar significantes, como ocurre con los elementos formales y espacio-temporales de la comunicación, ya que ni el tiempo ni el espacio de la lecto-escritura, son ajenos a los mensajes.
Para los teóricos integracionales, la escritura es una tecnología, tanto como cualquier otra. El alfabeto mismo está hecho de herramientas con más destinos que el de materializar un dictado, oral o mental, y debido a ello la escritura puede ser también performativa y vindicar o anular actos. Roy Harris piensa que “todo texto escrito necesita un espacio gráfico donde situarse a los fines de la lectura. Este espacio puede o no estar compartido con otros signos que no son formas de escritura” ; razón por la cual es posible considerar la existencia de puentes que comuniquen elementos antes impensables, como los dibujos o los mapas y con lo que se ha entendido por signo lingüístico. Igualmente estos teóricos integracionales toman fracciones de las teorías ya hechas (como lo respectivo a los símbolos y los objetos en la semiología) y los conjugan con teorías lingüísticas de modo útil para abordar el signo, por ejemplo, desde campos como la música, la cartografía y la visualidad en general.
Así, de acuerdo con Ivan Illich, “la lectura, lejos de ser un acto de abstracción, es un acto de encarnación” . Y no se trata solamente de la fusión de teorías lingüísticas, sino, en un sentido más amplio, de la incorporación de las distintas cosmovisiones al tema de la escritura y los medios, buscando factores que se han empezado a sumar en las típicas expresiones de diversidad cultural de nuestros días.

 

5. 2. 4 Actos del habla y filosofía del lenguaje

Herederos de posturas filosóficas wittgensteinianas pertenecientes a su vez a la filosofía analítica o positivismo lógico, teóricos como John Austin y John R. Searle, afirman que el lenguaje verbal posee la cualidad de materializar acciones y viceversa. Tal fenómeno es conocido como speech acts (o actos del habla por su designación en nuestra lengua). Entre esos constructos, la relación del lenguaje y los objetos cobra un viso importante en el que lo humano y lo demás material y temporal se unen por medio de sucesos desatados en la presencia de estructuras lingüísticas. Tal propiedad adoptada por el lenguaje, tanto hablado como escrito, recibe el mote de performativo.
Piénsese por ejemplo en el bautismo de un barco, al clásico estilo de las palabras ceremoniosas proferidas mientras se rompe una botella contra su proa; para Austin tal operación se ve completada solamente si lo proferido en tal acontecimiento ‘casó’ con el convenio de la persona predestinada a ello; de modo que el bautismo (hecho) no sería concluido si el funcionario no dijera las palabras debidas, o bien, tampoco si las palabras, aunque dichas debidamente, fueran proferidas por quien no está autorizado a proferirlas. Ecuaciones de eventos y lenguaje como éstos conforman los actos del habla .
Tomando en cuenta axiomas de la lógica, Searle añade algunas condiciones al trabajo de Austin para estar seguro de que estos actos se realizan con éxito: la pertinencia o proposición, las condiciones preparatorias que dan ocasión al hecho, así como la sinceridad que el hablante (escribiente, oyente o lector) experimente de modo reflexivo o sentimental al momento de hacer un acto determinado pronunciando o inscribiendo sus palabras. Así, si Austin estaba preocupado por la mancuerna ‘decir-hacer’, Searle se ocupa de la pareja integrada con la forma lingüística y el sentimiento de consumación de un hecho por medio de ésta . Es decir, no basta firmar ni nombrar, sino hay que saber y sentir que uno responde a la identidad de quien firma y que eso que uno nombra acepta además tal denominación.

 

5. 2. 5 Posestructuralismo y gramatología

Característico de la segunda mitad del siglo XX, el posestructuralismo es una disciplina que renovó las ciencias humanas, en especial, la crítica literaria, la filosofía y el psicoanálisis. Mientras que el estructuralismo se pronunciaba por hallar un metalenguaje general que fuera común a la antropología, la literatura, la historia y la lingüística; el posestructuralismo se ocupó de “cruzar” estas perspectivas con problematizaciones sociales concretas y típicas de la idiosincrasia occidental, como el colonialismo, el nacionalismo, la vigilancia, la homofobia, la misoginia, incluso, el androcentrismo y muchos otros fenómenos enclavados en el seno de las expresiones culturales, vinieran o no de la literatura.
En el umbral de la posmodernidad y de los estudios de cultura, a pesar de su nombre, el posestructuralismo no estriba en una metodología rigurosa, sino más bien en un proceso de interpretación de los fenómenos del conocimiento a través de genealogías con los modelos freudianos, nietzscheanos y marxistas, los que, por ejemplo, Foucault circunscribiera en su método de la arqueología del saber, enfoque cuya premisa es que el conocimiento o formaciones discursivas, se rige por reglas que están fuera del alcance de las lógicas y las gramáticas, y que estructuras como el poder y el control no penden de jerarquías nítidamente voluntarias; por lo que ahondar en esos “misterios” es ahondar también en cuanto opera sobre la conciencia de los sujetos y los dota de singularidad, acto para el que se tiene que crear un discurso a partir de muchos otros, como la historia, la antropología y las costumbres.
Fue así como el estructuralismo dio nuevos enfoques sociales a lo escrito, a eso crítico que pervive en lo literario y viceversa. En ese mismo sentido, esta disciplina también se preocupó por la “lectura de las imágenes”, es decir, por hallar la complementariedad analítica más allá del sistema verbal.
Dentro de las perspectivas teóricas generadas —no sin ciertas contradicciones— en esta escuela, y que de modo peculiar vuelcan su interés hacia la escritura (e incluso a la visualidad) se encuentran aquellas desarrolladas por Jacques Derrida. Conocido por el pensamiento deconstruccionista, que pretende subrayar lo endeble de las estructuras filosóficas, el pensador francés ‘aplica’ numerosos conceptos lingüísticos a lo que supone ser verdades sólidas del conocimiento.
Derrida es uno de los autores que restituye la importancia de la escritura, privilegiando el significante gráfico sobre el histórico dominio del fónico, al plantear que es la operación misma de la escritura la que constituyó las posibilidades del habla y el lenguaje mismos, tal es su teoría sobre la gramatología. Así, a través de remontes etimológicos y de la aplicación de estructuras lógicas, Derrida suministra cuerpo a presupuestos lingüísticos que, a su vez, dan fe de la vitalidad del lenguaje y de la escritura como parte de la respuesta a los grandes misterios humanos, los que, tantas veces ocultos en la literatura y la vida cotidiana, tienen que ver íntimamente con el origen, la religión, la comunicación y el conocimiento.

 

5. 2. 6 Estudios visuales

Entendemos por éstos la reciente conformación de un campo de investigación emergente abocado los problemas propios de la visualidad, sobre todo, en tanto a reflejo de la sociedad contemporánea; lo cual atañe aspectos tan diversos que van, desde la política y la cotidianidad, hasta la nueva manera de hacer arte con la confluencia de disciplinas, ahí donde también se encuentra la necesidad de construir discursos a medida de que la tecnología, los medios y los sentidos se destacan en el quehacer de la cultura.
La presencia de estos enfoques metodológicos estriba un “un cambio fundamental en el estudio de la historia tradicional del arte en el que (…) el concepto «historia» es sustituido por el de «cultura» y el de «arte» por lo «visual» jugando a la vez con la virtualidad implícita en lo visual y con la materialidad propia del término cultura .

 

5. 2. 7 Estudios de presencia y materialidades de la comunicación

Relacionados con los estudios visuales, los estudios de presencia y de las materialidades no hermenéuticas (tal como lo analizamos en el apartado 2. 4) destacan de la expresión una dimensión física e incluso plástica. Para las materialidades de la escritura, todos los elementos utilizados en su ejercicio son expresivos y se los puede considerar como actores dentro de una obra; de modo que la labor de lo escrito se traduce como una “puesta en página” por analogía a una puesta en escena.
Este tipo de análisis considera las estructuras del conocimiento más allá de la ontología de sus soporte, es decir, destacan el modelo de códex del libro, independientemente si este fue producido de modo seriado en una máquina o si está escrito y cocido a mano, pues, en ambos casos, el carácter espacial y cognitivo con que opera es el mismo: ideas en frases circunscritas en cuadernillos, apilados de lectura parcial en un mismo sentido y con una misma paginación, portabilidad, cubiertas, función de títulos, de notas, números, etc.
Y así como esta textualidad de códex es la misma en dos soportes distintos, algo similar ocurre en la era de la textualidad electrónica, la que, por ejemplo, podría resultar en algunos aspectos muy cercana a la del antiguo rollo medieval de papiro. Para Roger Chartier (cuyos conceptos de textualidad no se oponen, sino que complementan los de Genette),
somos herederos de esta historia tanto para la definición del libro, es decir, a la vez un objeto material y una obra intelectual o estética identificada por el nombre de su autor, como para la percepción de la cultura escrita e impresa que se funda sobre distinciones inmediatamente visibles entre objetos (cartas, documentos, diarios, libros, etcétera) asociados con diversos géneros textuales y usos de lo escrito .

Las materialidades de la escritura se circunscriben en los estudios de intermedialidad, todo aquello que, como la écfrasis o la sinestesia, catapulta la imagen a prácticamente todas las disciplinas.

 

5. 2. 8 Teorías visualistas

Si los comparamos con las teorías comprendidas hasta el momento, acaso los supuestos discursivos que los propios artistas plantean al momento de colocar las palabras al nivel de la imagen carezcan del rigor metodológico, e incluso académico, para argumentar de modo crítico las ópticas que atañen el cosmos de las proposiciones conceptuales. Sin embargo, a condición de no considerarlos exclusivamente materia de exposición y de reconocer en ellos intenciones de debate, sería un error no considerar los testimonios lingüísticos que pudieran provenir de la experimentación de las imágenes y el lenguaje mismos. Y aún si se trata de figuraciones no formales, queda el deber de atender sus planteamientos y sus discusiones.
De este modo, más que corrientes, tendremos exponentes históricos, mismos que habrá que considerar en diálogo con las filosofía, el arte y la literatura del momento. De la gama más o menos contemporánea (hay muchos en diversos niveles históricos) y más o menos amplia de artistas visuales que se inclinaron por el análisis de la palabra y la imagen, destacan los célebres análisis gráficos de René Magritte, confeccionados en 1927 a los que bautizara como Les mots et les images (Las palabras y las imágenes) y que propusiera para el Segundo Manifiesto Surrealista ; título que evidentemente influyera en el ejemplar de Michel Foucault Les mots et les choses (Las palabras y las cosas). Tras observar la lámina, es posible derivar los símbolos de ciertos objetos en entidades lingüísticas textuales.
No obstante, como bien señala Mike Kelly,
por supuesto que hay una gran tradición de escritos hechos por artistas, incluso bien podría ser considerado un género literario; pero estos escritos son sospechosos porque sus autores son tanto objetos como sujetos del discurso crítico, y por eso éste debe ser pre-juzgado. Los escritos de artistas deben ser útiles para revelar información técnica vista desde la óptica del artista, varias predilecciones estéticas o incluso intentos críticos de parte del artista (en relación con su entorno); pero como no son escritos hechos por algún instruido historiador o crítico de arte, éstos carecen de autoridad .

 

 

5. 2. 9 Otras teorías

Al momento de idear una metodología para el arte, es mucho en las teorías lo que debemos pasar de largo. Algunos de los argumentos y las ideas de ciertas escuelas no pasarán de ser reduccionistas o meras conjeturas que al momento de conjugarse con otras disciplinas, simplemente aportarán poco. Entonces, a pesar de que algunos enfoques coincidan en ser aplicables a temas comunes a la escritura, basta observar estos temas en calidad de fenómenos para distinguir las insuficiencias. Tal es el caso, por ejemplo, del a escuela de grafología, la que en gran medida resulta aún una pseudo-ciencia entre la lingüística, el empirismo visual y la psicología y, a pesar de consagrarse de lleno a la escritura, arroja siempre información oscilante entre el carácter individual de un sujeto determinado y su estado mental, preocupándose menos por su contribución discursiva en sí misma, y por lo que al final resulta casi inútil al arte.
Con otras corrientes, esto ocurre en otro sentido, como la Gestalt, también conocida como psicología de la forma y que, al trabajar con principios de la percepción embebidos en estudios de física y óptica, deja a menudo su metodología sólo al servicio de la publicidad y la terapia psicológica-creativa, sin agregar mucho al campo de la visualidad, eso que justo los estudios de cultura toman con amplitud en una discusión de la sensibilidad con áreas más afines a nuestros intereses, como el arte y la sociedad.
Otros sistemas, en cambio, por ser demasiado prácticos, carecen de la profundidad filosófica o de la necesidad de metodologías escritas, y se quedan en meras técnicas: tal como ocurre con el análisis del discurso y el periodismo, que, a pesar de clasificar los tonos textuales (informativo, enciclopédico, expresivo, apelativo, descriptivo, argumentativo, etc.), se ocupan poco de la estética, la lingüística y la imaginación. También, en sentido opuesto, podría investigarse la escritura a partir de lo más riguroso de la ciencia, eso que se conoce como “lenguaje natural” que, curiosamente, va de mano a las matemáticas, a la inteligencia artificial y a la cibernética. Tal estudio sería adecuado, siempre que se hablara de arte auto-generativo, de una escritura algorítmica y programática en que las máquinas sean “quienes” escriban y la obra artística sea una suerte de ecuación, o bien, un proceso con el espectador. Ciertamente, todo esto trata de algo que, si acaso fuere útil en un momento dado para el estudioso de la escritura en el arte, es por ahora apenas digno de mención en nuestro texto.

 

5. 3 Dispositivo metodológico

Ahora bien, ¿cómo confeccionar una metodología que analice la escritura tanto verbal como visualmente, y que pondere además sus contenidos conceptuales y el curso de sus procesos? ¿Cómo hacer todo esto en el terreno de la imagen sin sucumbir a la tentación de las acostumbradas categorizaciones estéticas de ‘lo bello’ y ‘lo no bello’, ‘lo sublime’, ‘lo grotesco’, ‘lo trágico’, ‘lo cómico’, etc.? Ante esto, no podemos olvidar que
toda aproximación a la generación de categorías de la estética ha resultado infructuosa, en tanto conceptos como «belleza» y «gusto» se han enajenado bajo el peso de su mercantilización y la aproximación más “sana” en este ámbito resulta en una tautología (la categoría general de la estética es lo estético) que en sí misma no puede ser tomada en serio porque una tautología resultaría en un dogma o un paradigma y, por lo tanto, es anticientífico” .

Para arribar entonces a tal meta es menester ahora vincular las características del arte actual —vistas al principio del capítulo— con los aspectos tipológicos recién descritos, y encontrar aquellos que resulten útiles al momento de aplicarse a un grupo de obras con ciertas características, en este caso, adscritas al conceptualismo de las décadas recientes.
No es difícil observar, tanto en las teorías de la escritura revisadas como en nuestro objeto crítico (el arte de concepto), algunas coincidencias:

1) Por un lado, existe una preocupación por la materialidad y la presencia; digamos, por un elemento físico, sensorial, desde el que se puede apreciar un fenómeno, aunque éste posea o no significado.
2) También encontramos, por otro lado, una concernencia hacia el carácter simbólico en la escritura y los demás códigos visuales con que esta se vincula, como los alfabetos de íconos, colores, movimientos, formas, etc.
3) Por último, al tratar con palabras, es indispensable analizar cuanto resulta de su propio sentido: sus argumentos verbales y todo lo que, desde la visualidad pretenden decir, ya sea de manera ambigua, tácita o directa.

Estas tres constantes corresponden entonces a las positividades por cristalizar en nuestro dispositivo metodológico. Dada la contingencia de inaugurar una trama de sentido con ellas, se optó por derivarlas con mayor profusión en una tipología, herramienta-modelo con la que se analizará aspectos mucho más específicos y, no obstante, familiares en sus conjuntos.
De este modo, nos damos cuenta de que “si, ciertamente, el dominio del objeto no es obvio, si éste debe ser «creado», quizás después de haberlo destruido primero, estaríamos dirigiéndonos hacia el establecimiento —provisional por definición— de un área de estudio interdisciplinar [que] consiste en crear un nuevo objeto que no pertenezca a nadie .” Una vez creado tal objeto (tipología) observemos la exposición de estos tres niveles generales de apreciación (perspectivas).

• MATERIAL (la escritura en su relación física y sensorial a partir de la visión, y de ésta a su vez con los otros sentidos): ¿Qué revela la escritura a partir de su condición formal-espacial, tanto en lo respectivo a su constitución material como al contexto que la sustenta? ¿Cómo operan en ellos su lectura o su contacto con el espectador en base a las condiciones sensibles de las obras y a los escenarios en que se presentan? ¿Qué tan importantes llegan a ser factores como la luz, las reacciones físicas como el movimiento o el carácter efímero de lo escrito o leído? ¿Cómo alteran los efectismos e ilusionismos de los componentes tecnológicos nuestra mirada hacia la escritura?

• SIMBÓLICA (la escritura en cuanto a su orden formal y su composición ideográfica): ¿Cómo imagen y escritura se representan y complementan una a otra?, o ¿hasta qué punto una articulación de formas manifiestas puede tomarse por un sistema de signos? ¿Qué elementos, no explícitamente verbales, constituyen un código significante reconocible?, o bien ¿qué factores típicos de la escritura se vinculan con otros sistemas sintácticos trasluciendo metáforas visuales, como ocurre con los pictogramas y las seriaciones de íconos? ¿En qué grado la borradura y la corrección, la reproducción y la copia pueden considerarse lingüísticas en sí mismas?

• VERBAL (la escritura en lo tocante exclusivamente al mensaje de sus palabras): ¿Qué argumenta la escritura a partir de su significado literal? ¿Qué elementos adicionales pueden identificarse como funciones dentro de los propios términos escritos (referencias externas, autores, nominaciones, títulos, etc.)? ¿Poseen los contenidos alguna intención ideológica: cuál? ¿Qué tipos de discurso emplea la escritura en el arte visual y desde qué perspectivas se los puede advertir? ¿Qué factores poéticos se valoran en este modo de hacer arte? ¿Qué correspondencias guardan dichos mensajes con la estética y con otros saberes, ya sea a partir de sus relaciones idiomáticas, de su estructura gramatical o de sus ardides retóricos?

Teniendo en cuenta las cadenas de clases planteadas a lo largo de la Historia por los principales filósofos, desde Aristóteles a Kant y Hegel, hasta a Marx, Saussure y Pierce, así como su organización del conocimiento y de las entidades por medio de categorías, derivaremos estos tres valores de manera sistematizada y más concienzuda en algunas figuras donde se muestren aspectos específicos de la escritura, en los que se aprecie sus distintas características: de relación, de cualidad, cantidad, etc. Ante todo hay que considerar que las categorías se elaboran en la práctica social para concebir mejor un objeto en su entorno. Esto implica
un proceso complejo en virtud del cual se pasa de los datos sensoriales a la abstracción, de lo singular a lo general, etc. Uno de los rasgos más esenciales del pensamiento abstracto consiste en la formación de conceptos, de categorías. En la elaboración de las categorías filosóficas, corresponde un gran mérito a Aristóteles, quien enumeró diez, entre ellas las de substancia y calidad. Aristóteles concebía las categorías como géneros fundamentales del ser y estimaba en alto grado su valor cognoscitivo. En la Época Moderna, Kant desarrolló la teoría idealista de las categorías. Las categorías, según aquél, son formas apriorísticas de la contemplación y del entendimiento. Hegel examinaba las categorías en su desarrollo dialéctico .

No obstante, antes de apreciar nuestros esquemas tipológicos, es menester recalcar que los fenómenos estéticos son de índole cultural, por lo que las categorías propuestas no son para nada absolutas, sino relativas; ya que, al tratarse el nuestro de un dilema que concierne a la estética, no tiene el fin último de hacer una trama acerca de la realidad per se, y sí, más bien, una red de sentido para objetos y situaciones (el arte visual-escrito); razón por la cual las categorías pueden fundirse o superponerse constantemente, tal como se ilustrará enseguida .
Así, en su carácter artificial, este modelo metodológico ofrece una deconstrucción conceptual a partir de elementos observados en la realidad de las obras y de las situaciones. La escritura es siempre un todo objetivo y, por ende, no deja de ser tanto ‘material’, como ‘simbólica’ y ‘verbal’. Entonces, la intención de este dispositivo es más bien analítica y subjetiva, pues estriba en reconocer los grados conceptuales que devienen valores estéticos. Dicho lo cual, el aporte de estas divisiones es poder reconocer varios niveles discursivos y contrastarlos de modo crítico.
A continuación, distingamos cómo se vinculan, en la escritura visual, los tres niveles de apreciación (o perspectivas) de que hablamos.

Ahora bien, ¿es el estudio de un caso estético contemporáneo un análisis propio de las ‘obras’ o de las ‘situaciones’? ¿Puede ser ambas cosas? Es indispensable agregar aquí que, luego de haber repasado a detalle la función de los procesos en su apartado correspondiente, reconocemos asimismo la temporalidad como un concepto transversal a los tres niveles de apreciación vistos arriba (material, simbólico y verbal); por lo que introducir el elemento de temporalidad como una cuarta dimensión analítica dará a éstos una mayor profundidad de disertación, pues ya no sólo se valorarán los rasgos generales del arte, sino su respuesta ante el factor del ‘tiempo’, sin cuya consideración nuestra metodología quedaría incompleta, supeditada al espacio y a las piezas, que si bien es suficiente para entender el arte de la tradición, resultaría ambiguo en la idea del arte de nuestros días, campo que demanda —como hemos estudiado— operaciones menos pasivas y más allá de la expectación, de la muestra.
Observemos, pues, cómo la inclusión del proceso entre las perspectivas de apreciación del arte escrito genera nuevos atributos de análisis, lo cual involucra otras concepciones para ejercer la crítica y para ampliar el alcance de la mirada.

Una vez advertidas estas condiciones, nuestro modelo se explicará, primero, con un esquema tipológico básico en el que se reconocen las categorías generales de cada uno de los tres niveles de apreciación. Como es ostensible, estos niveles se muestran justamente tanto en sus atributos “naturales” o intrínsecos como en sus atributos temporales o procesuales de los que hemos hablado, creando así una disyuntiva espacio-temporal.
Las tablas y sus divisiones categóricas (generales), quedan entonces en una escalera descendente como ésta.

SOPORTE / nivel material
La escritura en su relación física con la visión y el resto de los sentidos a partir del uso de los materiales y del contexto espacial en el que se la encuentra.
TEXTURA / nivel simbólico
La escritura en cuanto a su orden formal y su composición ideográfica. Su apercibimiento es más bien conceptual y puede sólo conjeturarse o intuirse en lugar de leerse.

LEYENDA / nivel verbal
La escritura en lo tocante exclusivamente al mensaje de sus palabras. Su lectura es obligada. Una vez establecidas las condiciones de su lectura, la visualidad es secundaria.

Enseguida, con el fin de esclarecer la terminología y de poder aplicar puntualmente nuestro dispositivo a los casos que adopta el arte escrito (tanto a obras como a situaciones), desplegaremos los niveles de lo general a lo cada vez más específico; de modo que, luego de identificar el contexto básico bajo el que se pretende abordar el análisis (Soporte, Textura o Leyenda), se profundice ahora la ruta crítica dentro de características concretas que devendrán motivos de discurso. Una vez enfocados ahí, serán éstos atributos los argumentos, la pauta de reflexión para distinguir este particular “comportamiento del arte”.
De este modo, por ejemplo, si se piensa analizar una obra cuyo soporte (1) implica un proceso de lecto-escritura (2), primero se ha de identificar si éste es un proceso colaborativo (3), además de reconocer en qué grado éste demanda de la interacción con el espectador (4), y si esta interacción ocurre individual o colectivamente (5), etc.
La aplicación de la tipología es simple pues reconoce su uso de lo general a lo particular, y sólo necesita cotejar la obra o la situación con la escala descendente de las tablas. Operación que, a lo mucho, se desenvuelve en cinco niveles de cuestionamiento analítico de que hemos hablado. Mismos que pueden suscribirse en un cuestionamiento por nivel, es decir, por caso:

1. Cuál es la perspectiva general a observar para el caso (¿la material (soporte)?, ¿la simbólica (textura)?, ¿la verbal (leyenda)?
2. Qué factor disyuntivo se considerará en el caso: ‘el espacial’ o ‘el temporal’; el de la obra o el de la situación.
3. Cuál es la categoría básica en que se inscribe el análisis a partir de la disyuntiva espacio-temporal (contextual, sustancial, presencial, temporal, para SOPORTE); (gráfica, abstracta, construida, intervenida, para TEXTURA); (textual, ideológica, medial, performativa, para LEYENDA).
4. En que subcategoría se engloba o qué modelo conceptual responde: ‘constitución’, ‘legibilidad’, transtextualidad, etc.
5. Qué condición adjetiva la califica y en qué clase particular se circunscribe.

Hay que considerar que cada elemento descrito es un instrumento de análisis, una especie de lente bajo la cual es posible describir a detalle un comportamiento dentro de nuestro dilema estético o fenómeno principal, la escritura como concepto en el arte visual de nuestro tiempo.

Ya que describir las operaciones adjetivas de estos rasgos específicos y hacer una revisión detallada tanto de las subcategorías como de cada una de las clases específicas, resultaría por ahora excesivo , consideramos que la mejor manera de explorar este dispositivo metodológico es justamente invitando al lector a que los aplique a su manera, tablas en mano, con sus itinerarios particulares, una vez que, en el capítulo siguiente, pueda éste inspirarse en los abundantes discursos y análisis de ejemplos que cubrirán buena parte de las numerosas situaciones arriba descritas en los esquemas. En otras palabras, este método no necesita otro instructivo que atender las rutas descritas, y luego de ello, aplicarlo de forma semejante en lo que quedó por describir.
Siendo así, no resta más que pasar a la lectura de tales análisis para los que se ha puesto a prueba el ejercicio de nuestra metodología crítica.

 

 

Acerca de Jorge Santana

Mi cuerpo recuerda lo que mi alma olvida. Mi alma recuerda lo que mi cuerpo olvida.

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