DESVELADO
Hoy tengo sueño con cansancio de existir, de llevar en mi cuerpo la vida. Es un aburrimiento de ser quien soy, de haber hecho acopios en tan mal momento: desvelado y solo. De buena gana estaría alegre enseguida, pero me estoy mejor así, cansado y sin querer dormir, conociendo a fondo un sentimiento del que no desearía caerme más. Por el capricho también se llega al gozo. Escribir mantiene las ganas dispuestas y eso basta. Escribir es útil, me repito. No estoy para tarjetas de convalecencia.
Luego de un mes de vacaciones de un trabajo antiguo, monótono y no digno de describir más allá de su función como sufragio del alquiler de mi casa, supuse que hoy en la mañana reanudaría, que el descanso había terminado para todos y daba comienzo un nuevo ciclo laboral. Un mes de desparpajo terminaba, de levantarse tarde, beber vino, engordar un poco y gastar. Al llegar a la oficina por la mañana no me sorprendió verla cerrada. Un mes es suficiente para hacerse otra vida, para olvidar o al menos equivocar las costumbres.
Anoche estuve mirando por la ventana más de lo normal, perplejo: los charcos frescos, mudos, los edificios viejos pero mojados en piadoso derecho a rejuvenecimiento, a su restauración de colores y a la fiesta de chorros vigorosos por sus canaletas, vi un letrero que parece de un cine y no es de un cine, vi las enormes letras que alguien pintó en el pavimento al pie del edificio: «te-amo-Ana», recordé también aquel hombre vestido de gris recargado un buen rato enfrente contra la pared gris y que no se hizo visible sino hasta marcharse, papeles en el aire, ramas que caían…
Cosas así me extraviaron. Había llegado tarde a casa luego de ver una película sobre un escritor de mi edad e inédito igual que yo. Mientras seguía su evocación vino esa lluvia fuerte, una lluvia que todo lo jalaba hacia ella. La ciudad enmudeció, me convertí en silla durante horas y casi en la madrugada un amigo tocó a la puerta. Horas antes, durante la tarde, me hube llenado de coincidencias numéricas: onces y ciento onces por todas partes, números uno, casi viniendo como los unos de la lluvia, en letreros, fachadas, placas de autos y camisas; curiosa manifestación de intrascendencias queriendo decirme algo que estoy habituado a no entender más allá del mareo, del favoritismo ingenuo, como un niño que cuenta los autos rojos que pasan o bien que reza en lucha por no quedarse dormido.
Mi amigo vino a leerme sus poemas, la mayoría hablaba de la vida del poeta. Parece que esta forma de escribir ha agotado los verdaderos temas. Leímos y nos reímos con consuelo. Bebimos un par de cervezas, bueno, yo me terminé la mitad que dejó, y al fin se fue pues no quedaban muchas horas de oscuridad y yo debía dormir un poco para confiar de nuevo en la vida, para olvidar el cansancio y la lluvia y dejar atrás mi susceptibilidad, mi aburrimiento pero, sobre todo, abandonar esta terquedad por la poesía y lo poco que puede cuando el alma bosteza.