ESCRIBIR

Escribir es un acto de espera. Es ser adolescente y aguardar a tu novia por primera vez en la estación de autobuses de una ciudad desconocida, ver a la gente que pasa o se queda largo rato, especular, confundirla, observarla y sacar conclusiones con o sin belleza. Es tener tiempo.

Escribir es cambiar de ideas, dejar su carga en un sitio seguro para olvidarla en adelante con la paradójica confianza de que ha quedado por ahí y no será difícil encontrar. Entretanto uno se da a la libertad de no tener que pensar igual, es decir, de vivir.

Escribir es observar lo que se inventa, con la impresión de no estar en ningún momento del día, porque escribir es siempre su hora propia. La impaciencia es una enemiga amable, una mano que se lleva el periódico al pie de la puerta antes de que lo recojamos y con tal de que busquemos una noticia, una aventura afuera, porque se escribe en un espacio interno de nosotros donde siempre se nos ofrece un camino afuera.

Estoy harto de amar lo que no termino de asir, y viceversa. La escritura me ayuda a vivir, es cierto, pero jamás escribiría por ello. Como una luz, siento a mis pies una proeza que cumplir, una novedad a veces increíble. Me dispongo a ir por ella. Estoy en casa. Me preparo. Tomo un baño cantando, me visto, desayuno… Pero cuando abro la puerta es Día de la Independencia. Todo está vacío. E igualmente emancipado del mundo, veo que no hay nada importante que recoger.